Diario del Kurdistán (16)

Kayseri, 8 de octubre de 2005: La rebelión de Dersim

Kayseri es, exactamente, la antigua Cesarea de Capadocia, un centro cristiano importantísimo en el siglo IV y muy citado en las referencias históricas. En Kayseri hay otro mueso hitita (ya que fue núcleo de este imperio entre los milenios III y II a. C.) y desde su época cristiana (cuando se convirtió en importante foco de esta religión) existen numerosas iglesias rupestres decoradas con pinturas bizantinas. Es bonito Kayseri. Tiene sabor a Historia. Por las afueras de la población camina un pastor con su rebaño de cabras. Momentáneamente pasamos por delante de la antigua Ciudadela y a lo lejos divisamos la nevada cumbre del Monte Argeo (el Erciyas Dag en turco). Estamos a los pies de la cordillera montañosa de Ala Dag y el paisaje ha cambiado ligeramente. Hay bruma. Vemos algunos puentes de madera sobre corrientes de ríos caudalosos y, de vez en cuando, presas hidráulicas…

Pero los kurdos no dejaron de sublevarse. Lo sucedido hizo que su carácter se hiciese más cerrado, más arisco, más belicoso, y comenzaron desde entonces fuertes insurrecciones en toda la región kurdistaní, que duraron hasta 1938 cuando Dersim (en la zona montañesa del noroeste kurdo) protagonizó un levantamiento que casi consigue su meta independentista. Una vez más fracasaron los kurdos por un asunto ya casi genético en ellos: el tribalismo. En esta ocasión este tribalismo kurdo fue hábilmente explotado por los kemalistas que, con la máxima “divide y vencerás”, hicieron enfrentarse a las bandas kurdas entre sí. Lograron con ello aplastar la rebelión de Dersim.

Hemos comido ligeramente en Kayseri (sopa y garbanzos con una variedad de coliflor llamada brúculi). Lo ehmos acompañado con un vino de Konya. Estos vinos son famosos desde el siglo XIII…

“Por la dura meseta castellana, al destierro con doce de los suyos, el Cid cabalga”. El trayecto desde Kayseri hasta Malatya es montañoso (por ejemplo, Viransahir es un arcaico pueblecito totalmente encerrado entre los montes del Erciyas y aquí el tiempo está detenido a 2.266 metros de altura, metido entre la bruma y una sensación de cansancio mortal. Bajando por el Binboga Dag aparece una larga meseta. El ambiente se hace plomizo (casi ferruginoso) y por eso, montados en nuestro “caballito de acero” nos sentimos como los compañeros del Cid. Es preciso recordar al poeta José Zorrilla: “Ese vago clamor que rasga el viento es la voz funeral de una campana; vano remedo del postrer lamento de un cadáver sombrío y macilento que en sucio polvo dormirá mañana…”.

Y es que aquí, “cabalgando” hacia Malatya, hay un cierto sentido de la muerte e nuestro silencio interior. La atmósfera celeste se cubre con una capa de acerado gris. Sabe a ceniza el aire. Silencio. Silencio. Todos guardamos silencio.

Un comentario sobre “Diario del Kurdistán (16)”

  1. Pero tú no calles, compañero. Que tu silencio sólo sea momentáneo, porque me encanta la forma que tienes de narrar dando ese maravilloso puzzle de ideas, pensamientos, conocimientos y sentimientos en tu Diario. Lo estoy leyendo con muchísima atención, amigo y te felicito por esa extraordinaria habilidad, capacidad o inteligencia (que no sé como llamarla exactamente) de irnos dosificando poco a poco su longitud con pequeños y extraordinarios fragmentos. Sigue adelante, Diesel… sigue siempre adelante…

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