No me molesta.
Que se haya marchado sin decir palabra.
No me molesta.
Que me ganó el juicio y se quedó con la mitad más mucho.
No me molesta.
Que se llevó a nuestro hijo y lo hizo hijo sólo suyo.
No. No. No es eso lo que me molesta.
Lo que no me cierra, es este tajo en el alma,
este no saber decir, que la odio y todavía la amo.
Bien, Fabio. Tu pequeño texto dice muchas cosas. En realidad eso de amar lo que se odia yo no lo he entendido jamás. Para mí la distancia que existe entre el amor y el odio no puede unir a ambas emociones. Claro que es un punto de vista particular y respeto profundamente tu buen texto… pero jamás se me ocurriría amar a lo que odio porque nunca jamás me he sentido masoquista. Ahora bien, si hablamos del alma, como bien expones en tu texto, tendríamos que empezar a investigar si el alma conjuga ambos sentimientos en una misma graduación. Sigo creyendo que existen ciertas distancias que nunca jamás se solapan.
“Hay que emprender la guerra de modo que parezca que lo que se busca es la paz”. (Cicerón).