La presente reflexión es un hecho real que le sucedió a una amiga y que me tuvo meditando durante mucho tiempo. Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) era una amiga muy íntima. Ambos trabajábamos juntos en una entidad bancaria madrileña. Trabajar como empleado o empleada en la banca es igual que trabajar en cualquier otro “mundo” de oficinas; todo depende de si eres feliz o no eres feliz trabajando allí. Yo he conocido a muchos compañeros y compañeras de banca que eran felices y se sentían realizados como personas en esas oficinas. También he conocido a muchos compañeros y compañeras de banca que no eran felices y no se sentían realizados como personas trabajando como administrativos. Depende de los sueños personales.
Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) y yo éramos de estos últimos. Nuestros sueños de realización personal estaban muy lejos de estar siempre sentados delante de una mesa de oficinistas aunque nos pagaban un muy buen sueldo. El caso es que Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) conocía algunos de mis sueños y yo conocía algunos de los sueños de Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja). Estaban lejos de la banca.
El sueño principalísimo de Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) era muy curioso. El más grande sueño anhelado por ella, desde que era una niña con uso de razón, era la de que cuando fuese mayor quería ser mujer campesina. Parece un poco raro que una chica de gran ciudad soñase con ser mujer campesina pero era su máximo sueño. Nosotros trabajábamos de 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde en el Banco pero nuestras verdaderas vidas comenzaban a las 3 de la tarde y acababan a las 8 de la mañana del día siguiente. No odiábamos el trabajo de banca pero tampoco lo amábamos. Trabajábamos bien y nuestros jefes nos tenían muy bien considerados pero cuando nos ofrecían acudir a cursillos formativos para salir con el cargo de alguna jefatura lo rechazábamos de inmediato ambos a la vez.
El caso es que a los dos también nos gustaba viajar con la mochila a cuestas. Nos gustaba conocer el mundo y por eso a veces marchábamos en busca de aventuras conociendo nuevas tierras en los meses de vacaciones. Un mes de esos decidimos ir juntos a conocer los campos de Andalucía. Y así lo hicimos. La primera de nuestras paradas fue un pueblo de Jaén. Se llama Úbeda. Es tan bonito que a partir del 2003 le han declarado Patrimonio de la Humanidad.
Al llegar a Úbeda, lo primero que hicimos fue acudir a una fiesta popular que se celebraba por allí. En medio de la fiesta conocimos a un joven campesino de Jaén que no tenía apenas estudios (sólo la Primaria) pero que poseía una gran inteligencia, don de gentes, recia personalidad y una amplia cultura natural. Además Pedro (que así se llamaba aquel joven campesino jiennense) era muy atractivo, sano, bueno y excelente persona con muy buen humor. Pedro se enamoró de Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) desde el primer momento que la vio y Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) se enamoró también locamente de Pedro. Tanto es así que decidimos alargar nuestra estadía en Úbeda todo lo que fuese necesario, porque a todo esto Pedro nos presentó una gran cantidad de amigos y amigas con los que pasamos unas vacaciones verdaderamente formidables. Asi que todo el mes estuvimos en Úbeda y sus alrededores. El romance de Pedro y Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) duró todo el mes. Y fue tan fuerte que al final, cuando tocaba regresar a Madrid, Pedro declaró su amor a Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) y le pidió que ya, desde aquel mismo momento, fuese su esposa. La felicidad le llegaba a Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) a los 24 años de edad.
La oportunidad tanto tiempo soñada por Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) le había llegado de repente. La felicidad estaba a su alcance. Era el sueño de su vida. Podría convertirse en mujer campesina si unía su destino a aquel atractivo y culto joven campesino de Jaén. Y era un hombre completamente enamorado de ella. Pero Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) estuvo nerviosa los últimos días. La última noche, antes de decirle sí, estuvo hablando largamente conmigo. El final de la larga conversación fue este:
– Oye, Pepe, díme la verdad… ¿tú que harías en mi caso?.
– Escúchame bien, compañera. Te prometo que el día que a mí me llegue la oportunidad de cumplir con mis sueños no lo voy a dudar ni un segundo. Voy a decir que si. No lo dudes tú ahora. Díle sí a ese hombre.
– No, Pepe, me regreso contigo…
– Te estás equivocando, Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja). Es la oportunidad de dar el paso adelante. Tu sueño te está esperando a que lo tomes. Vívelo. Vívelo y no lo dudes ni por un instante. No pierdas la oportunidad de ser feliz. Quédate con ese hombre,
– No, Pepe, me regreso contigo al Banco.
Y Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) regresó al Banco. No dio el paso adelante. No dijo el sencillo y simple sí. No quiso apoderarse de su sueño. Trabajó en el Banco, triste y cada vez más arrepentida y esperando de nuevo una oportunidad similar, durante 12 largos años. Hasta que siendo todavía joven (36 años de edad) murió repentinamente de cáncer.
¿Qué le había sucedido a Gaviota que no tiene nada que ver con mi Gaviota Roja?. ¿Por que nó había dado un sencillo y simple sí que le habría hecho realidad el sueño de toda su vida?. La respuesta me la dio, años después, un budista que conocí en Nueva York. El budista de Nueva York, ante una pregunta mía relacionada con la realización personal de un ser humano, me contó que en los monasterios del budismo los viejos maestros siempre plantean a los nuevos alumnos una serie de cuestionarios en forma de historias que tienen que ser respondidas de la manera que crean más conveniente y sin ninguna clase de influjo externo. Una de las historia más conocidas es la de la vaca que no pasó por el agujero. Dice así:
Había una vez una vaca en un prado que estaba dividido en dos partes por un muro. La vaca ansiaba pasar a la otra parte del prado. El muro tenía un agujero grande. La vaca se acercó al agujero con intención de pasar al otro lado. Pasó la cabeza. Después pasó los cuernos. Luego pasó el cuello. También pasó las patas delanteras. Posteriormente pasó el cuerpo. Después pasó las patas traseras. Pero no pasó la cola. ¿Qué le sucedió a la vaca?. La respuesta quedaba pendiente de lo que pensases cada alumno.
Lo que le sucedió a Gaviota (que nada tiene que ver con mi Gaviota Roja)fue lo mismo que le sucedió a la vaca de los budistas. Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) tuvo la oportunidad que tanto tiempo ansiaba desde niña. La oportunidad de ser feliz realizada como mujer campesina. Vio la felicidad delante de ella misma. Era el tren que tanto soñaba y le estaba esperando para que montase en él. Pero la felicidad le dio miedo. Esperó que ese mismo tren volviese a acudir alguna otra vez en su vida pero ese tren ya no volvió a aparecer más. El miedo a la felicidad es algo que atenaza a bastantes personas cuando les llega la oportunidad de dar el paso adelante. Es algo bastante más normal de lo que en principio se pueda creer. A mí, cuando me llegó la oprtunidad de salir del Banco para lanzarme a por mis sueños, también reconozco que me dio mucho miedo. Lo supe superar porque me sobrepuse a las circunstancias adversas… pero Gaviota (nada que ver con mi Gaviota Roja) no pudo superarlo en aquella ocasión y esperó… esperó una nueva cita con la felicidad que ya nunca más volvió a darse. Le había dado miedo la felicidad y no pudo superarlo.