Llamadme Israel, por favor o sin favor, o llamadme como os dé la gana pero sabiendo que yo soy Israel. Yo siempre estoy firmando mis artículos con el nombre de Israel. Soy un periodista fatigoso pero nunca me fatigo cuando estoy obligado a relatar alguna crónica que siempre firmo como Israel. Tampoco quiero llevar la contraria a nadie que me llame como le dé la gana porque desde mi niñez me he adaptado a ser un camaleón que sabe huir del bla, bla, bla, para pasar desapercibido, porque siempre he estado convencido, y lo sigo estando, de que me llamo Israel y de que me gusta llamarme Israel.
Y ahora que os sentís culpables de mi odisea, os escribo esta crónica marginal para que os sirva de recuerdo y para demostraros que sigo siendo el mismo Israel que siempre habéis conocido y al que siempre habéis querido olvidar. Quizás hasta os sirva para recordarme sentado en el aula y tomando notas tras notas -sinfonía de estudiante- mientras sueño con un mundo donde lo demasiado grande me es insignificante y lo demasiado pequeño me sirve para agigantarme como Israel. Sí. Llamadme, por favor o sin favor, Israel para que podáis recordarme siempre como el eterno aspirante a recibir un premio especial. Pero también puede suceder que me recordéis como un muchacho callado, tímido, introvertido pero orgulloso de llamarme Israel. Y ahora, si queréis o lo preferís para aumentar vuestras egolatrías, apedrear todas mis fotografías, escupir en ellas como siempre hacéis contra todo lo bello, o quemarlas en el fuego purificador de vuestras sucias conciencias para así darlas un sentido preciso a vuestros recuerdos y demostraros que nunca he dejado de ser Israel. Ni antes, ni ahora, ni después. Por eso me permito el lujo de firmar esta crónica periodística como Israel para que sepáis que he dejado de escuchar y de compartir la monotonía de vuestras presencias. Me sigo llamando Israel.
Yo adoraba el silencio. Yo adoraba la calma. Yo adoraba la paz. Pero de forma muy distinta y diferente de como queríais vosotros que fuera. Yo adoraba el silencio gritando Israel. Yo adoraba la calma clamando Israel. Yo amaba la paz guerreando Israel. Con mis profundos respetos, para que no digáis que no sé escuchar, vuestras historias no me sirven para nada más que para profundizar en mis ideas. Sé que me evitábais porque yo había decidido ser Israel. Sé que hasta me podíais admirar o temerme o quizás ignorarme para olvidaros de mi sonrisa y de mi mirada y de esa forma de callar escribiendo en las paredes de la Universidad “Me llamo Israel”.
¿Qué sabéis vosotros de mí salvo que tenía solamente dieciocho años de edad cuando os dije, por primera vez, que me llamo Israel? Me largué de vuestro lado para buscar una nube en el cielo en donde poder escribir “Me llamo Israel” y que os bullan los sentidos recordándome mucho antes de que yo os conociera de verdad. La verdad es que me llamo Israel aunque me llaméis todos vosotros, si tanto deseáis seguir insultando, lo que os dé la gana llamarme. Puedo seguir gozando de la existencia a pesar de vuestras ignorancias y vuestras insgnificancias para mí. No espero, para nada, tomar un café caliente con ninguno de vosotros en cualquier atardecer porque ya sabéis, de verdad, que me llamo Israel.
Este nombre tan sugestivo y este presente tan presuntamente borroso no es para mí ninguna oscuridad sino un rayo de luz celeste que da la apariencia de estar siempre presente en vuestras conciencias. Ya no me importan vuestras conciencias. La pulsación de mi sangre sigue recorriendo por todo mi cuerpo y cuando entra en mi corazón sigo llamándome Israel. Quizás algunos hayáis deseado olvidarme u olvidar aquel silencio de mis miradas mientras mis manos seguían tomando notas tras notas siempre firmando Israel.
Llamadme Israel, por favor o sin favor, o como os dé la gana pero sabiendo que soy Israel. Es un dato gracioso. A veces recuerdo el primer día en que os dije que me llamaba Israel. Tenía solo dieciocho años de edad y leía libros para entender que vosotros no escribíais para mí al igual que yo, ahora, no escribo para vosotros sino para los demás. Estáis autorizados -libertad de expresión lo llamáis aunque sólo cuando os conviene- a seguir haciendo como que soy un don nadie y seguir diciendo que soy un don nadie y hasta seguir pensando que soy un don nadie que sólo se llama Israel.
Cualquier otro nombre me produce indiferencia. Cualquier otro nombre me produce abandono. Cualquier otro nombre me produce ausencia. Sí. Soy aquel indiferente. Soy aquel abandonado. Soy aquel ausente. Y me llamo Israel.
Cuando os conocí a todos os veía sofisticados, continentales, incluso hasta formando parte del universo de las egolatrías. Yo sólo era un átomo nada más. Un átomo de nombre Israel. Pero hablando de nombres os conocí a todos y a todos vuestros grupos. Orbitábais mayoritariamente en esa exagerada galaxia de los elegidos a gusto del consumidor, pero yo era y sigo siendo Israel.
Al principio tomaba café aparte, lejos de vuestra secreta envidia. Y me sentaba en silencio, con la sonrisa totalmente opuesta a vuestras obscenas risotadas. Y mi carácter evolutivo me hacía disfrutar de lo que contemplaba como Israel. Al principio yo era Nada y amaba a mi Ave. Y prefiero seguir siendo Nada amando solamente a mi Ave. Me llamo Israel.
Me contásteis muchas veces entre los que no tenían importancia; entre los que estudiaban solamente para pasar el tiempo. Pero el tiempo no pasaba en realidad. El tiempo siempre me configuraba en el sentimiento y mi sentimiento era todo mi mundo. Había que saber amar demasiado para guardar silencio y callar y escribir bajo la luz de la luna o en medio de la oscuridad. Pero siempre firmaba Israel.
Al principio era como que yo no existía. Como si yo sólo fuera una inexperiencia sin sentido, sin lugar, sin dirección alguna. Y, sin embargo, todavía camino entre los mundos porque soy Israel. Al principio no me importaban vuestras envidias ni vuestros insultos ni vuestros odios. Yo nunca os envidié, ni os insulté ni os odié. Ahora siguen sin importarme vuestras envidias ni vuestros insultos ni vuestros odios. Ahora siguen sin importarme porque he podido atribuirles a mis sonrisas un porqué, una causa principal, un sentido suficiente.
He de haceros constar que escribo esta crónica periodística desde la Ciudad de Dios y por eso me llamo Israel. En realidad no planteo ninguna clase de dudas, ninguna interrogación más o menos significativa. En realidad soy lo suficientemente joven -dieciocho años nada más- para que me guste llamarme Israel escribiendo desde la Ciudad de Dios.
Recuerdo que me gustaban y me siguen gustando aquellas chicas que reservaban y reservan su sonrisas mientras yo aprendía y sigo aprendiendo a sonreír de la misma manera. Me gustaban y me siguen gustando aquellas chicas que me daban y me siguen dando sus votos de confianza sabiendo que nunca les iba ni les voy a defraudar. El fraude siempre erais y seguís siéndolo vosotros; pero ni a ellas ni a mí nos importaba ni nos importa. Si os he de ser sincero me seguís siendo indiferentes y sin importancia alguna. Erais muy numerosos pero erais muy impotentes. Trabajando. Estudiando. Escuchando. Leyendo. Aprendiendo. Periodista y escritor. Así vivo yo porque soy Israel.
Llamadme Israel, por favor o sin favor, pero no lo hagáis por mí porque para mí me seguís siendo indiferentes y me da lo mismo que me llaméis como os de la gana. Llamadme Israel, por favor o sin favor, solamente porque Dios existe.