Me siento extraña. Miro tu cara,
deformada por la tristeza, la lucha, la vida.
Te anhelo similar, Jesucristo dolorido,
padre, humano especial.
Amante, hijo y tierno amor…
Me gusta sentir tus manos arrullando las mías,
con tu manera, delicada y romántica.
Tu amor me excita,
tan deliciosamente que resbalo sobre tus hombros
con una media sonrisa,
ardiente como la saliva.
Los animales somos extraños.
Tú y yo, compartiendo algo especial, sobre lo que significa existir…
Desconocido, loco, enfermo, perspicaz, estimulante, honesto,
tierno, protector, sensible, frágil como el cristal, duro como la roca.
Eres buena gente.
Te busco en la oscuridad como quien busca a sus padres perdidos.
No puedo recordar en qué momento escuché tus golpes
en el ventanuco sanitario de tu habitación,
pero se han producido estragos pacíficos y atractivas peripecias aquí arriba.
Me alegro.
La vida me sorprende de nuevo en el lugar más inesperado. Otra vez.
No lograba vislumbrar que realmente cupiera
la posibilidad de encender de nuevo la llama,
y en tan poco tiempo…
Sé que me compongo de luces vivas e inquietas,
que las señales de fuera están ahí
y que el destino me sigue los pasos.
Sólo te pido que me sigas,
un poco más…
Precioso.
Repito lo mismo que antes. Genial, Marianela, simplemente genial. Dicen que los locos estamos de atar y sin embargo… ya ves… nadie puede atar a los locos.
Me estoy refiriendo al amor.