Casi cada tarde, sobre la mesa una botella, allí el vino y vasos para sus pocos amigos, medio llena o medio vacía, que a fin o a principio de cuentas, resulta, más o menos, ser lo mismo.
Su rostro corporal, está ya muy anciano y colorado y ácido, pero él sigue fumando y fumando su cigarro envuelto en sospechoso humo, uno tras otro, suma y sigue.
Su rostro, pétreo, en el fondo sonrojado, diezmado.
En su rostro la soberbia recogida por el reivindicativo ayer de este homo osado, y de temperamento impaciente y suspicaz mecha, de salud muy delicada andaba el hombre de voz soberbia, crecida voz.
Entre sus dedos un pincel, delgado como él.
Este homo amante de los colores, de los lienzos y del antiguo arte del pintar silente, y paciente y luego, en otro día, a exponer en algún alejado bar, junto a una bebida del color del vino como el de la botella a medias en la mesa.
Dos, tres, cuatro pinturas apoyadas, por acá, por allá, por detrás de, tiene el hombre en su estudio abierto al público, entrada libre, hecho a mano, reza el discreto letrero, de un clavo clavado acabó el papel colgado.
De algún zoco, o un rastro una estantería saldría.
De madera algo vieja, la tenía comprada, y allí colocados cuantos unos libros muy viejos no tanto; de teatro, de poemas, de algunos autores declarados desconocidos; y populares cuentos de cubiertas destempladas y endebles por el humo y un cigarro, y por el reflejo verde de la botella sobre la mesa, medio llena, medio vacía que a fin de, a principios de, pues lo mismo da.
Del hombre, hacia días que nada sabía, no lo veía desde hacía tiempo atrás, poco, unas semanas quizá; y sin señales de; de lo sucedido luego me enteré.
Su cadáver, según dicen, estaba sobre la cama fue hallado.
Quizá por alguna enfermedad, vieja conocida de la medicina.
Su cuerpo finado se había difuminado, en el lecho encontrado, quizá algún pariente fue, quizá pues alguien lo sabrá en la intimidad del cementerio civil.
Las pinturas siguen serenas, de su estudio las retiraron, quizá alguien vino, las compró, se las llevó; y las obras firmadas, abajo en un rincón su nombre Ramón; aquel popular anciano tan animado anónimo, desconocido; y sobre el hule el vino, y con sus dos o tres amigos hablando y bebiendo y mirando el pasar de la calle ante su local, para siempre, sin él.
Bohemia de noche azul. Mirando a las estrellas he recordado siempre a algún personaje similar al que has descrito física y sicológicamente en tu relato. Hay mucho de ello en mi novela “Setamor y Bisalma”. Un saludo amistoso Volski.