Reconozco que hubo un tiempo, indefinido por cierto, en que necesitaba muchas explicaciones para poder comprender muchas cosas. Por ejemplo cuando de sentimientos se trataba. Necesitaba muchas explicaciones para poder comprender la existencia de tantos “monchitos” (ellos saben bien quiénes son y por qué los llamo así) que, en definitiva, siempre fueron al igual que lo son: nada más que cabrones de la vida. Yo no. Yo nunca he sido, ni soy ni seré, como ellos porque tengo el sano orgullo de saber que nunca jamás he puteado a nadie para herir sentimientos de manera voluntaria. Siempre que una persona no me interesó porque no me gustaba (fuese quien fuese), lo único que hacía y he hecho siempre ha sido hacerme a un lado, no levantar falsas expectativas y desaparecer de sus vidas, solamente para no hacer daño, solamemte para no herir a nadie… quizás ahora ya sepas, Carmencita… por qué ya no necesito ninguna clase de explicaciones.
Cuando he tenido que soportar a tantos “monchitos” (y alguna que otra “monchita”) me ha dado por sonreír porque la sonrisa nació conmigo. Por eso hasta se me saltaron y se me siguen saltando las carcajadas cuando se han querido burlar de mis sentimientos. Forma noble de decirles a todos ellos (y a algunas de ellas) que no me interesan para nada y que no les hago ni puñetero caso. Y es que, Carmencita, una vez que me has conocido ya bien del todo, debes saber que soy como aquel poeta anónimo que escribió: “Yo no canto mi canción sino a quien conmigo va”. Mi sombrero me lo quito y me lo pongo y cuando pierdo me repongo. Tengo mi propia Princesa. Tengo mi propio Destino. Por eso creo en Dios y creo en los milagros de Jesucristo. Lo demás ya no me interesa para saber qué es la vida y qué es la existencia humana.