En las aulas donde los pupitres tienes que compartirlos con otro compañero de clase, a veces se tiene suerte y otras veces te toca al lado de un soplagaitas como este tal Diego Ortiz. Diego Ortiz solamente es un soplagaitas. Ni él me habla a mí ni yo le hablo a él durante todo el curso escolar. Estamos en Cuarto Curso de Bachillerato (Instituto San Isidro de Madrid) y cada vez que van pasando los monótonos días en el aula voy dándome cuenta de que Diego Ortiz solamente es un soplagaitas con menos gracia que un chinche en la peluca de Carrillo porque sólo es un chincheta de lo pequeño que es de tamaño infantiloide tanto en lo físico como en lo mental. Pero no avancemos en el tiempo. Estoy en mi primer año del San Isidro de Madrid y tengo que soportar a un verdadero soplagaitas llamado Diego Ortiz. Ni él sabe nada de mí ni yo quiero saber nada de él; así que cuando termino el Curso me encuentro liberado de tan pesada carga. Adelantando años tuve mejor suerte con Sanromán (con quien al menos compartía chistes más o menos ingeniosos) y con Ortiz Vergara (con quien al menos compartía verdaderas charlas de fútbol). Pero este mi primer año en el Instituto he tenido que soportar a Diego Ortiz que es un verdadero soplagaitas además de un gilipollas perdido en la nebulosa de Pegaso. Por lo menos.