Una vieja deuda (Novela del Oeste)-4-

– Sé que no puedo contar con la ayuda de Andrew Castle, Cesáreo.
– Tenemos un sheriff muy honesto y muy honrado.
– Lo cual ya no nos interesa. Sería necesario ir pensando en su su sucesor.
– ¡No digas tonterías, Gimi! ¡El sheriff que más necesitamos es un tipo honesto y honrado como él!
– No estoy diciendo tonterías, Cesáreo. Si Castle no me ayuda yo haré lo que tengo que hacer y eso es sustituirle por alguien que me ayude.
– Sería nuestra perdición, Gimi Morgan.
– ¿Por qué razón, Cesáreo Fornieres? Tú y yo tenemos los mismos intereses.
– Pero hay una gran diferencia. Mientras tus intereses son los de ganar poder, mis intereses son los de no perder prestigio.
– Consideradas las cosas de esta manera, si necesito más poder tengo que eliminar a Andrew Castle y colocar de sheriff a uno de los muchos que podemos elegir.
– ¡Te repito que no digas tonterías, Gimi! Si en el lugar de un hombre tan honesto y tan honrado colocamos como sheriff de Laredo a un pelele de los muchos que hay, entre los que podemos elegir al más pelele de todos ellos, los ciudadanos y las ciudadanas de este lugar se darían cuenta de todo.
– ¿Quieres decirme que es mejor aparentar que somos tan demócratas como los demás?
– Quiero decir que un sheriff como el que tenemos es una buena tapadera para nuestros intereses. Y te vuelvo a recordar que tus intereses son los de ganar cada vez más poder mientras que mis intereses son lss de no perder nunca mi prestigio. Como ves, ambas cosas son complementarias pero solamente cuando exista un sheriff honrado y honesto que las avalen para no ser descubiertas nuestras falsedades. Una verdad del sheriff tapa mil mentiras nuestras. El mundo de la política se maneja de esta manera. ¡Tienes que leer más a Maquivelo, Gimi Morgan!
– Está bien. Me convence esa teoría, pero en la práctica tienes tú que ayudarme ahora a conseguir lo que busco.
– ¡Aparta definitivamente de tus planes eso de casarte con Mercedes Bank!
– Estoy pensando que lo que me interesa, después de ver la imposibilidad de casarme con ella, es que se vaya de Laredo para siempre.
– Pues me da la intuición que ha venido para quedarse a pesar de tu esposa y de todas las que forman el Club Feminista.
– ¡Tiene que haber alguna manera que parezca legal, aunque no lo sea, para que pierda El Poyote y salgan esos terrenos a subasta!
– ¿Cómo sucedió con la huerta de Benito Lacroix?
– Exacto. Espero que no tengamos que eliminarla violentamente.
– Sabes que lo que le ofreces por sus terrenos es una miseria comparado con lo que en realidad valen y lo que pueden valer en un futuro a muy corto plazo.
– Ya. Sé que es una miseria lo que le ofrezco y ella se ha dado cuenta de ello, pero más barato me saldría si se pusiesen en subasta. ¡Tiene que ver alguna forma que parezca legal para que El Poyote sea liberado de las manos de Mercedes Bank!
– Estoy seguro de que algo puedo hacer en ese sentido si falsificamos algunos documentos con declaraciones falsas pero… ¡no podemos ir tan deprisa como tú tan ansiosametne lo deseas!… déjame primero averiguar quién es realmente Mercedes Bank, de dónde ha venido y qué quiere hacer aquí en Laredo.

Gimi Morgan bebió el último trago de su güisqui…

– Está bien. Esperaré un poco de tiempo. Pero si esto se alarga tendré que recurrir a algo más violento.
– ¡Ten calma, Gimi Morgan! ¡Tu carácter te va a dar algún serio problema el día que menos te lo pienses si no consigues dominarte! Y ahora es mejor que nos despidamos por hoy. Tienes que darme unos pocos días para poder averiguarlo todo.
– Espero que me ayudes ahora como otras veces te he ayudado yo a ti.
– Confía en mí, Gimi Morgan.
– Quien tienes que confiar eres tú en mi, Cesáreo Fornieres.

– Sigue sentado y no intentes hacer ningún movimietno raro o mi ayudante te vuela la cabeza. Tiene apuntado su rifle exactamente sobre ella y Georges Jean Louisville no suele fallar nunca.
– No tengo por qué hacer ningún movimiento raro rarocomo si yo fuera de la cera de enfrente, sheriff.
-¿Qué quiere decir eso, Stranger?
– Que me parece que aquí, en Laredo, son todos ustedes mucho más raros que yo.
– Etá bien. No vamos a discutir por eso ahora. ¿Cómo te llamas en realidad, forastero?
– No soy un forastero. Soy un extranjero.
– Acepto la corrección. ¿Cómo te llamas en ralidad, extranjero?
– Me llamo Stranger. Solamente Stranger.
– No me gustan los juegos de palabras. Yo me llamo Andrew Castle y no lo oculto ante nadie porque no tengo nada que ocultar.
– Porque usted ha demostrado ser honesto y honrado y yo todavía no.
– ¡Soy el sheriff de Laredo y tengo que saber el verdadero nombre y los apellidos de todos los ciudadanos y ciudadanas de Laredo!
– ¿Algo así como si tuviera usted dentro de su cerebro todo un sistema de empadronamiento?
– No me gustan las ironías cuando se trata de mi trabajo.
– Ni a mí tampoco cuando se trata de mi identidad. Yo no soy un ciudadno de Laredo sino un extranjero de paso que sólo va a estar unos pocos días por aquí; así que, como no deseo ni pienso dejar huella en la mente de nadie de estas tierras, prefiero que me llamen Stranger. No le voy a comer el cerebro a nadie.
– Parece que el asunto empieza a aclararse un poco. Ahora quiero saber algo muy importante. ¿Qué has venido a hacer a Laredo?
– De momento a ofrecer puestos de trabajo.
– ¡Eso si que no me lo puedo creer! ¿Cómo es posible que un extranjero casi vagabundo, que no posee absolutamente nada en Laredo, ofrece puestos de trabajo a todo el que le quiera escuchar? ¿Cómo se puede entender eso? ¿Es una broma o un disparate?
– Lo que no me parece ninguna broma ni ningún disparate, sheriff Castle, es que haya una persona que, teniendo mucho quehacer y mucho que dar a los hombres y a las mujeres de Laredo, ponga avisos por toda la ciudad, ofreciendo los puestos de trabajo mejor pagados de todo el Estado de Texas y nadie se presente a esa petición. ¿Cómo le llama usted a eso?
– ¿Te estás refiriendo a las ofertas de trabajo de Mercedes?
– Se llama señorita Mercedes Bank. Yo al menos no tengo tantas confianza con ella como para llamarla solamente Mercedes.

Por primera vez Andrew Castle comenzó a ponerse nervioso.

– ¿Quieres un güisqui, Stranger?
– No, gracias. No suelo beber alcohol salvo para celebrar algún acontecimiento inolvidable y yo no he realizado ningún acontecimiento inolvidable, ninguna gran hazaña ni nada parecido.
– Sé que no debo beber cuando estoy de servicio pero yo sí necesito ahora un trago de güisqui; así que con tu permiso voy a hacerlo. ¡George Jean, deja de apuntarle con el rifle porque me parece que este tipo no creo que vaya a cometer ninguna estupidez. ¿No es cierto, Stranger?
– Lo que es cierto es que usted no debería beber nada de alcohol en estos momentos en que está de servicio.
– Pero no ocurre nada si lo hago.
– ¿Hay algún asunto que le esté poniendo nervioso? ¿Quizás ese misterio de que nadie se presente a trabajar a favor de la señorita Mercedes Bank a pesar de que ganarían mucho más del doble de lo que ganan ahora? ¿Cómo se explica eso, sheriff?

George ofreció el vaso de güisqui a Andrew y éste bebió un buen trago.

– Puedes llamarme Andrew, Stranger…
– No me gustaría tomarme demasiadas libertades con usted.
– Soy bastante mayor de edad que tú pero no demasiada. Puedo ser, quizás, tu hermano mayor. Por eso quizás sería mejor que me llamaras por mi nombre.
– Está bien, Andrew. Responde ahora a lo que te he preguntado.
– ¿Qué me has preguntado?
– ¿Aparte de fallarte los nervios también te falla la memoria, sheriff? ¿He preguntado que cómo se explica ese extraño suceso?
– Sencillamente porque a nadie le interesa trabajar con Mercedes Bank.
– ¿A pesar de que es un monumento de mujer? Para mí sería muy agradable trabajar al lado de ella.

El sheriff Andrew Castle volvió a mostrarse bastante nervioso por segunda vez.

– ¿Estabas buscando trabajadores para Mercedes Bank en el saloon de Michael Parja?
– Eso es lo que estaba haciendo.
– ¿Trabajas para Mercedes?
– Yo no trabajo para nadie en particular. Sólo trabajo cuando una causa la considero justa.
– ¿Cuánto te paga Mercedes por el trabajo de alistar hombres para ella?
– No nos confundamos, Andrew. No son hombres para ella sino hombres para trabajar con ella.

Por tercera vez el sheriff de Laredo se puso nervioso.

– ¿Cuál es la diferencia?
– La diferencia es que Mercedes Bank es toda una señorita con clase, estilo y mucha categoría mientras que otras que tuviesen el físico que tiene ella quizás no tuviesen ni tanta clase, ni tanto estilo ni tanta catgoría. Tú ya me entiendes, Andrew, y sabes a lo que me refiero.
– Yo no quise decir eso…
– Pues hayque pensar bastante antes de hablar de la señorita Mercedes Bank para no meter la pata. No es lo mismo una señorita como ella que una señora como algunas de las que he conocido yo.
– ¿Tanto sabes de mujeres a pesar de tu corta edad?
– Lo suficiente, sheriff, lo suficiente como para no confundir la gimnasia con la magnesia.
– ¿Desde cuando conoces a Mercedes, Stranger?
– Jamás la había visto en mi vida hasta hoy mismo.
– Pues pareces concerla de toda la vida.
– Posiblemente porque es de esas mujeres con las que todos soñamos durante toda la vida.

El sheriff tuvo que tomar otro trago de güisqui por culpa de los nervios..

– Me parece que estamos hablando ya demasiado de Mercedes Bank.
– Eso es, sheriff. Así que volvamos al asunto de la inapetencia de los hombres de Laredo que no desean trabajar para ella. Si no son de la acera de enfrente no me explico tal rechazo. Mira Andrew, nada ocurre en el mundo sin relación con otras cosas y otros sucesos. Nada sucede por sí solo.
– ¿A qué cuento viene decir eso ahora?
– A que el miedo que tienen en Laredo cuando se trata de trabajar para una mujer tan guapísima y sexy debe ser por alguna causa determinada.
– ¿Quieres decir, Stranger, que alguien está fomentando ese miedo entre la población de los trabajadores de Laredo?
– Eso quiero decir.

– ¿Así que tú eres el primero de la lista, Richard Gallart?
– Fue un error, “Black”. Todos podemos equivocarnos algún día, “Black”.Pero todos podemos ser personados por un errror cometido de manera inconsciente, “Black”. Me borré rápidamente de ella.
– ¿Te borraste porque no te convencía eso de trabajar para esa señorita?
– Eso es. Soy casado y no quiero problema alguno con mi mujer.
– ¡Mientes como un cobarde! ¡Te borraste de la lista porque eres un cobarde!
– ¡¡No consiento que nadie me llame cobarde y menos en público!!
– ¡¡Eres más cobarde que tu padre y que tu madre cuando tuvieron la infeliz idea de traerte a este mundo!!
– ¡¡Eso sí que no se lo consiento a nadie, “Black”!! ¡¡Nadie insulta a mi padre y a mi madre sin que muera por haberles insultado!!
– ¿Me estás retando a un duelo?
– ¡No te tengo miedo, “Black”?
– Entonces … ¿por qué te tiembla el pulso como a los cobardes?…
– ¡Salgamos fuera del saloon y lo sabrás antes de morirte para siempre, vieja rata del desierto!

Inmediatamente salieron Richard Gallart y el pistolero “The Black” al centro de la calle y, ante la expectación de todos los mirones y alguna que otra mujer escondida entre ellos, los dos se enfrentaron el uno al otro.

-¡Reza todo lo que sepas, Richard Gallart!
– ¡No hables tanto, bocazas!

A Richard Gallart no le dio tiempo ni a rozar sus pistolas con sus manos porque los dos balazos que disparó “The Black” fueron mortales sin remedio alguno.

– ¡¡¡Bang!!! ¡¡¡Bang!!!

El primero de ellos le entró a Richard Gallart por su sien derecha. El segundo le atravesó el corazón!

– Hablando en serio, Estranger… ¿cuánto te paga Mercedes Bank por trabajar para ella?
– ¿Es que todos los hombres de Laredo estáis tan obsesionados por el dinero que no podéis ni tan siquiera pensar que un hombre puede trabajar por una causa justa sin cobrar ni un solo centavo por tal trabajo?
– ¡Eso no lo puede penar ningún hombre de Laredo ni ningún hombre de este mundo!
– Entonces yo no soy de este mundo.
– ¡Se acabó la charla, Stranger! Ahora te voy a pedir que te quites las pistolas y me las entregues. No puedes tener pistolas a tu alcance mientras estés en la cárcel.
– ¿Cuánto tiempo voy a estar dentro de ella?
– Los días que yo crea necesario. Saca tus pistolas muy despacio y déjalas sobre la mesa. NO hagas ninguna tontería si quieres seguir vivo.
– No voy a hacer ninguna tontería aunque ya he escuchado demasiadas.

Stranger hizo lo que le pidió Andrew Castle.

– Espero que no se pierdan. Las necesito para cuando tenga que salir de nuevo a la calle.
– No te preocupes por eso. Cuando salgas a la calle te las devolveré; aunque espero que estos días que estés encerrado te sirvan para pensarlo mejor.
– ¿Pensar qué?
– Que no puedes ir por ahí trabajando sin cobrar dinero alguno porque eso es muy sospechoso. Y como es muy sospechoso levántate y ve delante de mí por el pasillo. Comprende que necesito que todo el mundo se calme y la mejor manera de conseguirlo es teniéndote incomunicado por completo.
– Se te ha olvidado decir que todo trabajador tiene derecho a un sueldo.
– Eso quise decir.
– Pero también se te ha olvidado especificar que sea un sueldo digno.
– ¿Eres un revolucionario, Stranger?
– Te estás equivocando conmigo pero ese es sólo tu problema, sheriff, y no el mío

Andrew le indicó a Stranger que se introdujera en la celda y luego cerró con llave.

– ¿Tienes hambre?
– No tengo nada de hambre gracias a una alma caritativa que me dio de comer.
– ¿Ota vez Mercedes?
– ¡Andrew! ¡Deja de perder el tiempo con ese tipo tan raro porque acabamos de tener una visita muy agradable!

Andrew Castle volvió a su oficina y se quedó atónito al encontrarse con una Mercedes Bank más bella, guapa y atractiva que nunca. Estaba verdaderamente sexy.

– Esto… caramba… ¿cómo tú por aquí, Mercedes?
– ¡No tengo ganas de perder el tiempo con nadie! ¿Por qué has encarcelado a Stranger?
– Siéntate unos minutros para hablar conmigo, Mercedes. ¿Quieres un café caliente?
– No quiero ni un café ni nada. Sólo quiero saber por qué has encarcelado a Stranger.
– Sabes que soy la ley en Laredo y que debo imponer siempre la ley en Laredo.Stranger es el culpabe de una batalla campal y violenta en el saloon de Michael Parja.
-Lo sé pero no es eso lo que me interesa saber ahora sino por qué le has metido en la cárcel. Dime la verdad y no creas que soy tan tonta como para pensar que ha sido solamente por eso.
– ¿Qué sabes tú de ese desconocido que puede ser incluso cualquier malhechor o forajido con cara de santo?
– No te permito que hables así de un hombre que, aunque sea tan joven, ha sido el único hombre que ha creído en mis promesas.
– Sabes muy bien que te aprecio y te quiero mucho, Mercedes. ¡Yo me debo a mis obligaciones pero siempre te he defendido cuando otras personas, mujeres en general, han estado pidiendo que te vayas de Laredo porque tienen envidia de tu belleza!
– Está bien. Digamos que Stranger y tú sois los dos únicos hombres de Laredo que me habéis defendido antes los demás.
– No sé que has podido ver en ese vagabundo que oculta hasta su verdadero nombre haciéndose llamar Stranger.
– Sus razones tendrá, pero yo he visto algo en él que le distingue de todos los demás.
– Siéntate, por favor, Mercedes.

Los dos se sentaron frente a frente.

– Ya sabes que el mejor valor que tienen los hombres es la confianza, Mercedes.
– ¿Y dónde dejas el valor de la sinceridad y la credibilidad cuando estamos hablando de comunicación entre seres humanos?
– ¿Tú crees de verdad que ese tipo está siendo sincero?
– Eso me ha demostrado hasta ahora.
– ¿Y de verdad que le crees tan inocente como para no hacerlo por algún motivo oculto?
– Le creo. No tengo ninguna razón ni motivo para creer en él pero le creo ciegamente.
– ¡Puede ser cualquier bandolero que está escapando de la justicia de algún lugar!
– No me importa si es un bandolero o no es un bandolero, A mí no me ha hecho ningún daño sino todo lo contrario. Me ha defendido ante los demás.
– ¿Y si te estás equivocando con él?
– Si me equivoco con él o no me equivoco con él sólo a mí me debe importar.
– ¡A mí también me importa porque te aprecio y te quiero demasiado, Mercedes!
– Pues de moento no me lo has demostrado todavía. ¿Cuánto dinero pides por sacarle yo de la cárcel?
– ¿Estás ofreciendo una fianza por ese desconocido? Me da la sensación de que siendo tan joven sabe demasiado de la vida en todos los aspectos. Eso es muy sospechoso y eso es para tener precauciones.
– ¡Te vuelvo a repetir que cuánto dinero tengo que pagar por sacarle de la cárcel!
– La Ley es la Ley, Mercedes. Por ser una falta mínima y por no ser reincidente, son 50 dólares.

Mercedes Bank sacó un fajo de billetes y contó hasta 50 dólares.

– ¡Toma los 50 dólares y ponle en libertad de inmediato!

Andrew Castle no pudo disimular su envidia…

– ¿Quién es ese tipo por el cual la mujer más bella de todo el Oeste americano paga por él?
– No pago para quedármelo sino para que le liberes.
– ¿No trabaja para ti?
– No trabaja para mí exactamente. Sólo me está haciendo un favor y favor con favor se paga.
– ¿A cambio de qué?
– Si no fuera porque eres el sheriff de Laredo y te aprecio de verdad ahora mismo te daría un bar de bofetadas.
– Pero ¿por qué confías tanto en un desconocido?
– Porque me ha mirado a los ojos de una manera tan tranquila y serena como ningún otro hombre me ha mirado jamás.
– Puede ser un embaucador de chicas inocentes como tú.
– ¡Bata ya de charla, Andrew! Tú tampoco sabes si yo soy inocente o no lo soy pero crees que sí lo soy. Igual me sucede a mí con Stranger! ¡Aquí tiene los 50 pavos!
– ¿No hay forma alguna de convencerte de que te estás equivocando?
– Hay una forma.
– ¡Menos mal que ya reaccionas!
– Esa única forma de convencerme es que liberes de inmediato a Stranger.
– Bien.En realidad es tu problema.
– Eso es, andrew. Es mi problema y no el tuyo a no ser que…
– ¿Qué quieres decir, Mercedes?
-Que estés celoso.

El sheriff desvió la mirada y tomó otro trago de güisqui.

– ¡George Jean, ve hasta las celdas y pon en libertad a ese tal Stranger aunque estemos cometiendo la mayor equivocación de nuestras vidas!
– ¡Al momento, jefe! A mí tampoco me parece un buen tipo pero me cae bastante simpático.
– ¡Haz lo que te he ordenado y no hagas comentario alguno!

George Jean Louisville llegó hasta la celda de Stranger y abrió la puerta.

– ¡Tienes mucha suerte, Stranger! ¡Alguien muy interesante ha pagado tu fianza y quedas liberado!
– ¿Cuánto han pagado por mí?
– Cincuenta dólares.
– ¿Tan poco vale mi persona en el mercado de esclavos?
– Deja las ironías aparte. Cuando veas quién ha sido cambiarás de opinión. ¡Si una persona así ofreciese por mi liberación 50 dólares me sentiría el hombre más afortunado del mundo!
– Veamos quien es esa persona tan maravillosa.

Cuando Stranger apareció en la oficina del sheriff y vio, erguida y más sexy que nunca, a Mercedes Bank, lanzó una expresión espontánea..

– ¡¡Guau!! ¡En verdad que cuando una belleza de tal calibre paga 50 dólares por mí es para estar más que agradecido! ¿Eres el ángel de mi guarda? Porque viéndote de nuevo no dejo de admirar que pareces divina en lugar de terrestre.
– ¡¡Sheriff Castle!! ¡¡Sheriff Castle!! ¡¡Han matado a Richard Gallart en un duelo en medio de la calle!!
– ¿Qué estás diciendo?
– ¡¡Que ha habido una muerte por duelo frente al saloon de Michael Parja!!
– ¡Esto de los duelos tienen que terminarse ya en Laredo! ¡Vamos, George Jean! ¡Tenemos otra vez trabajo!
– Esto… sheriff… no quiero quitarle nada de su entusiasmo ni mucho menos de su heroico protagonismo pero se está olvidando de devolverme mis dos pistolas.
– ¡Aquí las tienes! ¡¡Cógelas tú mismo!!
– ¿Podría ser un poco más amable cuando se dirija a mí ahora que ya soy un liberado?
– Puedes volver a llevarlas pero no quiero que nos acompañes para evitar más complicaciones. ¡No necesitamos tu ayuda para nada!

Stranger tomó sus pistolas y las introdujo en sus cartucheras.

– Ni yo voy a ayudarles a ustedes dos para nada. Esa es, al menos, mi intención. Lo que sucede es que tengo que acudir allí porque tengo a Sheraton esperándome.
– ¿Quién es Sheraton? ¿Algún otro forajido como tú? Ya sabía yo que no trabajas solo. ¿Ves cómo nadie se puede fiar de él, Mercedes?
– Te estás equivocando de parte a parte, Andrew. Sheraton es el nombre del caballo de Stranger. ¿Quieres montar conmigo para ir a recogerlo?
– ¡Puede hacerlo conmigo!
– Entre usted, sheriff, y ella… la verdad es que prefiero montar con ella.
– ¡Jajajajaja! Además de que me caes bien hasta eres simpático, Stranger.
– A veces son las circunstancias y no yo, Mercedes.

A Andrew se le quitaron las ganas de bromear y hasta las ganas de comer. Aquel tal Stranger le ponía excesivamente nervioso cuando se trataba de la señorita Mercedes Bank y su mundo, aquel mundo de Stranger que nadie sabía comprender con total exactitud.

Deja una respuesta