Con rumbo hacia Bombay nos hemos embarcado 55. Un total de 20 mujeres, 20 hombres, 8 niños, 6 niñas y una cacatúa que llevamos como mascota. Es un ejercicio de supervivencia. Todas y todos estamos con intranquilidad, antes de iniciar el periplo de la peripecia, mientras les ofrecen litros de tila en vaso a quienes tienen necesidad de calmar los nervios. Yo prefiero no beber nada sino establecer un corto diálogo con la cacatúa por ver qué nueva aventura va a surgir en Bombay. La cacatúa se llama Cacá.
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me haya comprendido, pero habla.
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
Partimos del Puerto de Cartagena y pronto comienzan los primero mareos. Hay quienes no están ni acostumbradas ni acostumbrados a estos largos viajes por mar. Quien más está vomitando es la Señorita Pippins; así que vuelvo a preguntar a Cacá.
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me haya comprendido, pero habla.
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
De repente siento una mano gélida agarrándome por detrás del cuello. Cacá sube el tono de su perorata.
– ¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!!
Y reacciono automáticamente dando media vuelta y soltando un directo a la mandíbula… ¡del capitán!…
– ¡Por Dios! ¡No seas tan violento!
– Perdone capitán… pero pensé que era usted el fantasma del Holandés Errante…
– Calma, muchacho, calma.
– ¿Cómo está el tiempo, capitán?
El capitán no deja de tocarse la mandíbula intentando recomponerla, pero consigue contestarme.
– Bonanza, muchacho, bonanza. Bonanza por todos los lados.
De repente se me va la imaginación.
– La afirmación de que tenemos es bueno como el oro de bonanza. Mano a mano hemos construido esta tierra del Rancho Ponderosa. Nuestro derecho de nacimiento es esta bonanza Cartwright. Estamos aquí.
Salgo de mi ensoñación y miro al capitán que sigue tocándose el mentón como si le doliera alguna muela.
-¿Dónde estamos, capitán?
– En la alta mar, muchacho, en la alta mar.
Le invito a que se siente junto a la borda y me siento al lado de él porque me apena verle siempre tan solitario.
– ¿Por qué es usted tan solitario siendo un capitán?
Y una vez los dos sentados…
– Me llamo González, muchacho, me llamo González. Soy un solitario porque no tengo ni padre ni madre ni perro que a mi me ladre. ¿Y tú?
– Yo no me llamo ni González ni Fernández pero me puede llamar Diesel. ¿Me cuenta algo de Bombay para hacerme una composición de lugar mientra se le pasa el dolor?
– Esto… a Bombay los nativos le llaman Mumbai…
– Interesante. Muy interesante. ¿Quiénes son los nativos de Bombay?
– Los mumbaikar. ¿Por qué me lo preguntas?
– Quiero conocerlos de cerca.
– ¡¡Ni se te ocurra, Diesel!! ¡¡Son muy peligrosos si no te sometes a sus costumbres!! ¡¡Ni se te ocurra separarte de la expedición cuando lleguemos a Bombay!!
– No tengo por qué hacer lo que hacen los demás. Yo no voy de fiesta a Bombay sino de viaje… lo cual es muy diferente…
Me quedé en silencio mientras el capitán ordenaba sus ideas.
– ¡¡No te lo aconsejo, muchacho!! Entres los mumbaikar solamente encontrarás la brutalidad policial, la vida miserable en las barriadas, las protestas originada en la religión, el secuestro de niños para hacerles trabajar como mendigos….
– ¿Y no hay nada más interesante?
– Puede ser que tropieces con alguna joven nativa de los mumbaikar que se encapriche contigo… lo cual no te lo recomiendo ni por todos los diablos del mundo… porque suelen ser encantadoras…
– ¿Encantadoras?
– Sí. Encantadoras. ¡¡Pero encantadoras de serpientes!! Ni se te ocurra acercarte a ninguna de ellas porque te la arman hasta que terminas cazado del todo.
– Mire como tiemblo, capitán…
– ¡Jajaja! ¡Eres valiente, caramba! Pero yo te aconsejo, por tu bien, que no te despegues de nuestra compañía y no conviertas este viaje en una experiencia personal. Si te marchas de la expedición yo no respondo.
-Responderé yo por mí mismo si es que no me encantan del todo.
– ¡¡Te repito que son encantadoras!!
– De acuerdo capitán. Ocúpese de sus cuestiones y deje las mías en paz.
El capitán se marcha cariacontecido. Todavía le duele la mandíbula. Y me quedo otra vez a solas con la cacatúa.
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me halla comprendido, pero habla…
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
Después de esto la travesía entra en una monotonía tal que hasta que no llegamos a Mumbai (en español Bombay) en el Océano Índico, no tengo ninguna anécdota para apuntarla en mi Cuaderno de Viajes. Desembarcamos todos juntos pero, como curiosidad relevante, Cacá se ha acostumbrado tanto a mi compañía que viaja subido sobre mi hombro izquierdo. Siempre en la última fila del grupo, me quedo admirando los templos de la cueva de Elephanta mientras el capitán lleva la voz cantante, aunque de vez en cuando sigue tocándose con la mano su magullada mandíbula…
– Estamos en la isla de Elefanta, en el distrito de Kolaba. El complejo de templos que están ustedes presenciando ocupa un área de cinco mil seiscientos metros cuadrados. Consisten, como vamos a ir viendo, de una cámara principal, dos cámaras laterales, patios y santuarios secundarios. Estas grutas contienen relieves, esculturas y un templo en honor de Shivá.
La nerviosa señorita Pippins hace una pregunta…
– ¿Y qué tiene de extraordinario todo esto?
El capitán González la mira como llamándola ignorante pero se aguanta las ganas de decírselo, porque para eso es capitán y debe dar buen ejemplo, y contesta.
– Señorita Pipí…
– ¡Oiga, capitán! ¡No soy la señorita Pipí sino la señorita Pippins de Londres.
El capitán evita reírse pero no así el resto del grupo que sueltan una carcajada general.
– ¡¡¡Jajajajajá!!!
– Un poco de orden, damas y caballeros. Lo siento de verdad, señorita Pippins de Londres, pero tengo que aclararle que se cree que estas cavernas fueron construidas entre los años 810 y 1260. En el siglo XVI los portugueses dañaron gravemente las estatuas, usadas para practicar el tiro al blanco.
Un portugués de apellido Franco y de nombre José Antonio protesta…
– ¡Un momento, capitán González, no vaya yo a contar lo que hicieron ustedes los españoles con los niños de Flandes!
Todo el grupo vuelve a soltar una sonora carcajada general.
– ¡¡¡Jajajajajá!!!
– No se enfade Don José Antonio Franco porque eso de que los tercios españoles se comían a los niños flamencos crudos es una verdadera ignorancia.
Ante el rubor que le entra a José Antonio Franco todos vuelven a reír con estrépito.
– ¡¡¡Jajajajajá!!!
Aprovecho para hablar con la cacatúa.
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me halla comprendido, pero habla…
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
El capitán González vocea hasta hacerse escuchar.
– ¡¡¡Silencio todo el mundo!!!
A mí se me escapa el chiste fácil…
– ¡Es imposible que todo el mundo guarde silencio aunque usted sea capitán!
El grupo entero suelta otra tremenda carcajada conjunta.
– ¡¡¡Jajajajajá!!!
El capitán González, más enfadado que un mono sin plátano que llevarse a la boca, da por finalizada la visita a la Gruta y regresamos en el barco hasta la ciudad de Bombay. Yo vuelvo a consultar con mi ya inseparable cacatúa.
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me halla comprendido, pero habla…
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
Sé que tengo que guardar silencio sepulcral y aprovechar un descuido del capitán González para escapar a mi libre voluntad. Por eso, una vez en la ciudad de Bombay, sigo siendo el último de la fila. La primera ocasión se me presenta cuando visitamos el Barrio del Fuerte y la aprovecho para esconderme en la antigua fortaleza de los británicos mientras el capitán González se despista mientras da explicaciones.
– Este Barrio del Fuerte es el corazón financiero de la ciudad, donde se han establecido las sedes de los bancos y las grandes empresas, y donde se pueden admirar los edificios más representativos de la arquitectura colonial de la época del Raj. El barrio toma su nombre de la antigua fortaleza británica que ocupó una parte del área actual. ¿Alguna pregunta, señorita Pippins de Londres?
Ya me he liberado definitivamente y corro hacia el barrio más conflictivo de Bombay siempre con Cacá sobre mi hombro izquierdo. Es el inmenso barrio de chabolas de Dharavi.
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me halla comprendido, pero habla…
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
Como presagiando el desastre, Cacá me ha avisado a tiempo mientras veo llegar a un individuo hindú que se me presenta con una amplia sonrisa mientras yo me quedo esperando a ver si le suelto el derechazo o le doy un gancho de izquierda. Pero me contengo y escucho.
– Mi nombre es Krishna Majareta.
Me entran ganas de reír pero me contengo y, ante mi forzada sonrisa, el hindú continúa…
– Quiero que me acompañes en el viaje más sobrecogedor que recordarás haber hecho en la rueda de un ratón durante mucho tiempo.
Reconozco que lo de Majareta le viene exacto a su manera de hablar; así que sigo aguantando la risa…
– Vivo y trabajo en Dharavi, este suburbio que más bien parece una ciudad de parias.
– ¡Un momento, un momento Majareta! ¡Sé lo que quiere decir parias!
– ¿Sabes lo que quiere decir parias?
– Los intocables.
De repente la imaginación se me pierde en aquel laberinto de calles y a mi cerebro llega la tonada de “Los Intocables” mientras mi mente recrea las imágenes: Chicago, años 30. Época de la Ley Seca. El idealista agente federal Eliot Ness persigue implacablemente al gángster Al Capone, amo asoluto del crimen organizado de la ciudad. La falta de pruebas le impide acusarlo de asesinato, extorsión y comercio ilegal de alcohol, pero Ness, con la ayuda de un par de intachables policías reclutados con la ayuda de un astuto agente, intenta encontrar algún medio para inculparle por otra clase de delitos. De repente, en mi mente, surge una tremenda balacera entre policías y gángters. Hasta que Majareta me devuelve a la realidad.
– No es lo que estás pensando… extranjero…
– ¿Cómo dices, Majareta?
– Que no es lo que estás pensando…
Para mi sorpresa y el susto de Cacá, parece que Majareta ha leído mis pensamientos.
– Son pobres e intocables pero sin armas, sin violencia ni casi delincuencia a no ser que…
Me quedo esperando…
– A no ser que te líes demasiado…
Sonrío. Ahora soy yo el que leo los pensamientos de este tal Majareta.
– No. No estoy pensando en ninguna encantadora… de serpientes…
– ¡Jajajajajá! ¡Podemos ser hasta amigos, extranjero!
– ¿No te importaría, Majareta, llamarme Diesel y a mi compañero llamarle Cacá?
– ¿Cacá? Sé que Diesel significa algo así como motor pero Cacá… ¿qué significa Cacá?…
– No te lo puedo decir. Debes adivinarlo ya que te crees tan listo.
– ¡Jajajajajá! ¡Bienvenido a la ciudad de la alegre miseria!
Consulto con la cacatúa.
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me halla comprendido, pero habla…
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
– ¡¡No te preocupes tanto, pajarraco, sólo estoy invitado a tu amigo a comer!!
– Ni se te ocurra volver a llamarle pajarraco. Es una cacatúa macho y tan macho como lo puedas ser tú, así que tiene sensibilidad.
– ¿Una cacatúa? ¿Qué es una cacatúa?
– Ignorante Majareta. Cacatúa es un género de aves psitaciformes de la familia Cacatuidae. Es un ave trepadora que se encuentra desde las islas Filipinas y el este de Wallacea hasta las islas Salomón y el sur de Australia.
– De acuerdo. No soy tan listo como parezco. ¿Aceptas o no aceptas una comida al aire libre?
Oigo lo de aire libre y me siento liberado.
– Acepto. Pero cuidado con mi derecha y mi gancho de izquierda. Soy capaz de romper los huesos de una nariz en menos que sopla un gaitero.
– No entiendo nada, Diesel. ¿Somos amigos o somos enemigos?
– Ni una cosa ni la otra. Por lo menos de momento. Así que ha llegado el momento de la verdad. Comamos y después hablemos; porque como diría Don Quijote a Sancho Panza, escucha amigo Sancho si nos dan de comer es que estamos todavía vivos.
– ¡Jajajajajá! ¡No sé quienes son esos amigos tuyos pero parecen sabios!
– Según escribe Don Miguel sí son sabios.
– ¿Don Miguel es algún pariente tuyo?
– Mucho más que un pariente. Es un verdadero maestro para mí y de él he aprendido que en todas partes cuecen habas. ¿Se pueden comer habas en Bombay?
– Por supuesto que sí. Te voy a invitar a un buen plato de faláfel que son croquetas de habas cuyo origen se remonta a los tiempos del Corán.
– ¡Un momento, Majareta! ¡Nada de religiones de por medio! ¡No quiero que me sueltes ningún rollo sobre el Corán porque paso de todas las religiones!
– Está bien… es que yo creía que tú…
– Pues no. Yo soy moreno pero soy cristiano. Así que hablame del faláfel y deja a Mahoma para los ingenuos. ¿Entendido?
– Entendido. Tradicionalmente se sirve con salsa de yogur.
Sin más palabra y sin dejarme avasallar por las apologías musulmanas, de las cuales paso olímpicamente, nos comemos un buen plato de faláfel cada uno. Pero como no me olvido de mi amigo Cacá le voy dando, de vez en cuando, alguna haba que él deglute con sumo placer.
– ¿Y ahora, Khrisna Majareta? ¿Qué más quieres que aprenda y que me sirva de provecho cultural?
– Quiero que conozcas nuestra forma de sobrevivir el día a día. Te voy a llevar por alguno de los rincones de mi barrio, a través de atajos y angostas callejuelas. Tendrás que venir andando pues las estrecheces impiden el paso de cualquier vehículo, incluidos los famosos rickshaws. ¿Tienes miedo?
– Me parece que quien estás temblando eres tú y no yo.
-Es que tu amigo cacatúa macho me pone muy nervioso.
Noto inquieto a Cacá.
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me halla comprendido, pero habla…
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
– ¡Si algo malo le sucede a Cacá, te prometo que te sajo el cuerpo a tiras, Majareta! No soy violento pero defiendo a los débiles a muerte. ¿Me has entendido también esta vez? Vayamos por tus calles pero sin que nadie nos moleste para nada. Espero que seas el líder que me estás dando a entender que eres.
Después de un largo paseo en silencio por las estrechas callejuelas desembocamos en una plaza donde alguien está tocando una flauta en el centro de un círculo formado por una muchedumbre alrededor de quien toca la flauta.
– ¿Qué es eso, Majareta?
– Es mi prima la bellísima Meona Majareta.
Suelto una carcajada que no puedo aguantar mientra que Cacá parece reír también.
– ¡¡¡Jajajajajá!!!
– ¿Por qué te ríes, extranjero?
– Es que eso de Meona Majareta me produce risa; pero no es por maldad, te doy mi palabra de buen cristiano que no es por maldad.
– ¿Te interesa verla actuar?
Consulto con mi ya inseparable cacatúa.
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me halla comprendido, pero habla…
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
– ¡¡A tu pajarraco lo voy a desplumar como siga insistiendo en pedir socorro!!
– Antes de desplumar tú a Cacá te vuelo el turbante como si un tifón hubiese pasado por tu cabeza. ¿Entendido, Majareta? Veamos como actúa tu prima Meona y tengamos la fiesta en paz.
A base de dar empujones entre los pacíficos de la barriada, conseguimos llegar a primera fila. Una hermosa y bellísima hindú está encantando a una cobra.
– ¿Verdad que es muy sexy, Diesel?
– Verdad que es muy sexy.
– ¿Quieres que te la presente?
De pronto ella me mira fijamente a los ojos y a mi cerebro acude la breve charla con el capitán González.
– Puede ser que tropieces con alguna joven nativa de los mumbaikar que se encapriche contigo… lo cual no te lo recomiendo ni por todos los diablos del mundo… porque suelen ser encantadoras…
– ¿Encantadoras?
– Sí. Encantadoras. ¡¡Pero encantadoras de serpientes!! Ni se te ocurra acercarte a ninguna de ellas porque te la arman hasta que terminas cazado del todo.
Cacá está más inquieto que nunca…
– ¡Hola, Cacá! ¿Cómo está el asunto?
Cacá ni me entiende ni parece que me halla comprendido, pero habla…
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!
Sin perder ni una sola décima de segundo me abro paso entre la mcuhedumbro, salgo del círculo peligroso y corriendo a toda pastilla por las estrechas calles de la barriada, y el resto de la ciudad que encuentro a mi paso, porque soy atleta de carreras de fondo, consigo llegar a tiempo hasta el puerto, con el inseparable Cacá sobre mi hombro izquierdo; subo a borda y espero el regreso de los expedicionarios de la excursión. El capitán González está muy enfadado cuando me ve fumando tranquilamente un chester y mientras ya he descubierto en la biblioteca del barco que un rickshaw es un vehículo ligero de dos ruedas que se desplaza por tracción humana, bien a pie o a pedales.
– ¡¡¡Es la última vez que vienes conmigo a cualquier otro crucero!!!
– No se preocupe, capitán González. Mi próximo viaje será al Desierto de Gobi.