Apagados ya todos los generadores de energía de la nave Will, ésta va dirigiéndose, de manera inexorable y atraída por las fuerzas extraterrestres, hacia el planeta Orangina.
– Ahora que estamos otra vez unidos a lo que nos pueda suceder en nuestro común destino llega de nuevo la ocasión de poder olvidarnos de nuestros rangos y jerarquías para volver a tutearnos como sinceros amigos.
– Está bien, Thierry, pero… ¿estás seguro de haber decidido la mejor elección?
– No quedaba otro remedio, Katy…
– ¡¡Te equivocas, Thierry, porque nos quedaba la opción de autrodestruirnos!! ¡¡Y sigo pensando que todavía tenemos la oportunidad de hacerlo!!
– ¡Calma tus nervios, Charly, y ni se te ocurra acercarte al dispositivo de los explosivos nucleares o tendré que atarte como si fueras un niño maleducado en lugar de un hombre culto y con las neuronas en su verdadero lugar! ¡Si alguna posibilidad queda para seguir vivos un capitán tiene la obligación de intentar salvar a sus subordinados!
– ¿Tienes algún plan de salvación, Thierry?
– No, Katy, pero los oranginos creen en un Dios Superior y puede que ese Dios Superior en el que nosotros también creemos nos dé una oportunidad por mucho que el cálculo de probabilidades sea 0, o sea que según la Ciencia no tenemos ninguna oportunidad de sobrevivir pero… ¿qué nos dice la Fe?…
– ¿De qué Fe nos estás hablando, capitán? ¿De la que mueve montañas? ¡Permíteme que me ría aunque este asunto no me produce risa alguna! ¡Ja, ja y ja! ¡¡Insisto en que no quiero ser devorado por esos monstruos!!
– ¡¡¡Les estoy viendo y les estoy escuchando, terrícolas!!! ¡¡¡Pero ustedes tres olvidan que la última palabra no la tiene Dios sino el pueblo entero de los oranginos!!!
– ¡Habíamos llegado a un acuerdo, Emperador Gritón I!
– ¿Qué es para un capitán terrícola llegar a un acuerdo?
– Para un capitán terrícola llegar a un acuerdo es lo mismo que para cualquier otro hombre y mujer de mi planeta. Es simplemente respetar la palabra de honor dada a los rivales.
– ¡¡¡La palabra de honor!!! ¡¡¡Qué hermoso concepto para quienes no la cumplen jamás!!! ¿Por qué tenemos que ser nosotros los que la cumplamos siempre mientras ustedes la cumplen sólo cuando les interesa?
– ¡¡Hemos caído en una trampa, capitán!!
– ¡¡¡Ordene a su subordinado Pardue que deje de decir lo que le venga en gana y que piense antes de hablar!!!
– Está bien. Eso es lo que voy a hacer con él. Pero espero que todo un Emperador no sea una simple marioneta de su pueblo.
– ¡¡¡No consiento que se me falte al respeto de esa manera!!! ¡¡¡Dije que usted tendrá la oportunidad de hablar con mi pueblo pero mi pueblo tiene la decisión final y si quieren saber cuál va a ser la decisión final de mi pueblo ya la escucharán con total claridad cuando lleguen a nuestro Centro Social!!! ¡¡¡Todos ellos les están ya esperando allí reunidos y en las calles de nuestra ciudad!!! ¡¡¡Y ahora sigan con sus estúpidas conversaciones porque yo ya no deseo hablar más hasta que no estén ante mi presencia como vasallos de los oranginos!!!
– ¡¡¡Nosotros no somos ni seremos jamás vasallos de unos monstruos!!!
– Ten calma, Pardue, ten calma… o lo echas todo a perder… deja de llamarles monstruos o habrás acabado con la única esperanza que nos queda…
– ¿Se puede saber cómo se llama esa esperanza, capitán?
– Te cuesta llamarme Thierry, Pardue.
– No necesito hacerlo. Prefiero llamarle capitán para mantener las distancias entre un superior blanco y un simple cosmonauta negro.
– Está bien, Pardue, la única esperanza que nos queda es la calma… mantener siempre la calma para poder vencer…
– ¡Eso se lo cuenta a un chino pero no a un negro! ¡Los chinos se lo creen todo pero a los negros nos habéis quitado la posibilidad de creer en algo!
– Yo no soy responsable de que tengas esos problemas de personalidad, Pardue, pero si hay algo que no he cometido jamás ha sido discriminar a nadie. Para mí los chinos y los negros sois lo mismo.
– ¿Y qué pasa con los blancos? ¿Para usted los blancos son también lo mismo que los chinos y los negros?
– ¿Por qué no consultas, una vez más, mi curriculum, Pardue?
– ¡Dejad de discutir de nuevo entre los dos! ¡O estamos unidos en esta tragedia o estamos perdidos para siempre!
– ¡Que yo sepa, mi linda teniente Katy, hace ya mucho tiempo que estamos perdidos para siempre! ¡Ni hemos conseguido alcanzar ningún objetivo deseable ni lo vamos a poder alcanzar nunca! ¡¡Esa monstruosidad de Emperador Gritón I se encargará de evitarlos!! ¡¡Grita como un condenado a morir en la hoguera y eso es en lo que nos va a convertir!! ¡¡¡En carne de hoguera para saciar su apetito!!!
– Es la última vez que intentas poner nerviosa a Katy, Charly. Es la última vez que te lo permito y, si quieres hacerlo de nuevo, te vas a encontar en un grave problema conmigo.
– ¡Está bien! ¡Está muy bien, mi capitán! Espero que sea usted quien la consuele contándole mentiras piadosas.
– Nadie está hablando de tener piedad, Charly, pero si algo nos queda por intentar hacer es convencer.
– ¿Y cómo se le convence a un animal?
– ¿Has tenido alguna vez una mascota en tu casa?
– Sí. Pero solamente fue una tortuga y las tortugas no representan peligro alguno para un ser humano.
– Me refiero a si has tenido alguna vez la compañía de un perro, por ejemplo.
– Salvo la tortuga jamás he querido tener ningún animal en casa.
– Por tu propia decisión o porque te lo impidieron tus padres.
Pardue guarda silencio…
– ¿Tus padres son también negros, verdad?
Pardue sigue guardando silencio…
– Pues entonces deja de seguir culpando de tus problemas de autoestima a los blancos. ¿Te hubiese gustado o no te hubiese gustado tener un perro con quién jugar y a quién enseñarle a comportarse con los demás?
– Si… pero usted qué puede saber sobre lo que es esa frustración, capitán…
– ¿Crees que yo he siempre he tenido lo que he querido?
– Supongo que sí. Siendo blanco y capitán no hay ningún problema.
– ¿Sabes montar en bicicleta, Charly?
– Sí, mi capitán.
– ¿Porque te regalaron una tus padres negros cuando eras sólo un niño?
– Sí, mi capitán.
– Pues yo, siendo blanco y con padres blancos, no sé montar en bicicleta porque nunca tuve la oportunidad de tener una en mi infancia… y no por eso le echo la culpa ni a los chinos ni a los negros.
Pardue quedó definitivamente en silencio.