14 años de edad. Paso por una adolescencia llena de filosofías de habitación; de esas que son como las de ir por casa. Oigo. Escucho confidencias a medianoche. Observo acciones que me llenan de perplejidad mientras se va desarrollando, en mi interior, la conciencia crítica. Aprovecho las horas del descanso para meditar mientras todos los demás duermen la siesta. Y en el culmen de mis interpretaciones hasta paso horas divertidas jugando al baloncesto con bolas de papel y el cubilete de los dados haciendo de canasta sujetada por el perchero de colgar los abrigos. Mis dos hermanos pequeños se quedan atónitos pero yo sigo haciendo justicia con la verdad. La verdad es que, entre poesía y poesía, me estoy forjando como excelente filósofo para enfrentarme a la realidad de la vida mientras, como otra distracción disuasoria, me entrego lanzando bolas formadas por calcetines enrollados mientra imito a Iríbar haciendo espectaculares estiradas para detenerlas antes de que choquen contra la pared y despierten a mi padre o a mi madre o a mi abuela o a mi hermana o a Emilín, Boni y Maxi. Yo y mis calcetines que es como decir, a lo Ortega y Gasset de ir por casa, yo y mis circunstancias familiares…