– ¿Da su permiso, Jefe?
– Pasa, Raymond, pasa. Puedes sentarte sin tanta ceremonia inútil.
El sargento Raymond Pollain Quentin se sentó frente a su Jefe Alain Marlon Brandy Delon.
– ¿Me necesitaba para algo, Jefe?
– ¡Escucha bien, Pollain! ¡Hoy no es mi día ni tampoco es el tuyo! ¿Entendido?
– Bueno es saberlo, Jefe.
– ¡Pues entonces deja de llamarme tantas veces Jefe y hablemos como dos amigos!
– Es que yo sólo soy sargento y usted el el Jefe Inspector Superior.
– ¿Estás buscando que te meta un paquete? Porque si quieres que te meta un puro te meto un puro.
– Perdone, Jefe.
– ¡Que me llames solamente Brandy, capullo!
– Es que no sé que decir…
-Está bien, Pollain, reconozco que tú no tienes la culpa de que hoy no sea mi día. ¿Quieres una de coñac?
– Hace ya muchos años que dejé la bebida, Brandy.
-¡Cuenta, cuenta! ¿Cuál fue la causa y cómo lo conseguiste superar?
El teniente Raymond Pollain Quentin comenzó a sentirse más cómodo y aliviado.
– La causa es muy común entre los hombres.
– ¿Alguna mujer quizás?
– Sin el quizás, Brandy.
– ¿De verdad que no quieres una de coñac?
– Ni borracho vuelvo a beber yo una gota de alcohol.
– ¿Qué pasó con esa mujer?
– ¿A cuál de ellas se refiere, Brandy?
– ¡Caracoles! ¿Es que hubo más de una?
– Hubo más de una y más de dos y hasta más de tres… pero nací perdedor…
– ¿Qué me quieres decir con eso?
– ¡Jamás una mujer de las que yo me enamoraba me hizo ni puñetero caso!
– Eso es muy fuerte, Pollain…
– Cuando uno nace perdedor nada es demasiado fuerte… pero duele un huevo, Brandy… duele un huevo por no decir dos…
– Haz como si yo fuese tu hermano mayor. Con confianza, Pollain, con confianza. ¿Qué es eso de que naciste perdedor y que eso duele un huevo por no decir dos?
– ¿Puedo tomar un vaso de cocacola?
– ¿Cocacola todo un teniente de la policía francesa?
– Pues sí. Los perdedores somos así.
Marlon Brandy se quedó por un momento pensativo…
– ¿Puedo o no puedo?
-¡Eh! ¿Cómo dices? ¡Ah, sí! ¡Claro que puedes tomar un vaso de cocacola. Lo que pasa es que…
– Lo que pasa es que doy la imagen de no ser un hombre porque bebo cocacola en lugar de ponerme hasta el culo de coñac. ¿No está pensando eso, Brandy?
– No quise ofenderte, Pullain, de verdad que no quise ofenderte.
– ¿Sabe usted, Brandy, lo que hago yo con los que quieren ofenderme?
– ¿Pasártelos por los huevos?
– No lo quería decir tan claro pero parece que usted me ha leído el pensamiento y perdone usted ahora por ser yo también tan sincero como lo es usted.
Marlon Brandy miró a la botella de coñac e hizo un esfuerzo supremo para no caer en la tentación.
– Pullain… ¿puedo acompañarte yo con otro vaso de cocacola? ¡Por favor!
– Me da la impresión de que usted, Brandy, también es otro perdedor aunque las apariencias engañen.
– Supongo que sí.
– Pero a mí no me quedan ni las apariencias.
– A mí no me engañó ninguna mujer, Pullain. La única que amé era inalcanzable. Y eso sí que es ser de verdad un perdedor.
– Lo siento, Brandy, de verdad que lo siento.
– Había decidido matarla si podía pensar en un modo perfectamente de hacerlo.
– ¡Ostias! ¡Eso sí que es grave!
– ¿Y tú que sabes de eso, Pullain, si ninguna te hizo caso?
– Por eso no me dio por pensar jamás en matar a ninguna de ellas.
– ¿Y qué haces para evitar esos pensamientos de venganza?
– Pasear mucho cuando termino mis labores como policía. Caminar mucho por todas las calles de París sin hacer ni puñetero caso al mundo. Es la mejor terapia que conozco. Por eso no he tenido que ir jamás a la consulta de ningún psiquiatra aunque parezca lo contrario.
– ¡Es increíble tanta fuerza de voluntad! ¡De verdad que es increíble!
– Lo que es increíble, Brandy, es que haya tanto marica a la hora de la verdad.
– Pullain…
– No se ofenda, Brandy, empleo la palabra marica solamente para llamar así a los cobardes.
– ¿Dónde aprendiste eso?
– Estuve viviendo unos años en Sudamérica.
Marlon Brandy se levantó, encontró una botella de cocacola en el mueble bar y sirvió dos vasos.
– Brandy…
– ¡No, por favor! ¡Deja que te sirva yo a ti!
-Esta bien, pero no tiene sentido seguir con esta conversación.
Marlon Brandy se volvió a sentar.
– Bueno. Hablemos del asunto para el que te he llamado a mi despacho.
– Si tiene que ver con alguna mujer mejor se lo pasa a otro más experto en chavalas que yo.
– Jajaja. Sí tiene que ver con una mujer pero no te preocupes porque ya tengo elegido al hombre más adecuado.
– Entonces… ¿para qué me necesita?…
-Tengo entendido que antes de hacerte policía eras un gran conocedor de Historia Mundial.
– No he estudiado nunca jamás Historia en ninguna Universidad pero sí… conozco muchísimo de Historia Universal… en realidad me culturicé yo mismo… algo así como un autodidacta…
– Por eso necesito que me cuentes lo que sepas de la ocupación de territorios franceses por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
– ¿Eso tiene que ver con algún caso que tiene entre manos?
– Supongo que sí; pero cuenta ya lo que sepas.
El teniente Pullain tomó un buen tago de cocacola y le imitó el jefe Brandy.
– Como resultado de la derrota de los ejércitos Aliados en la Batalla de Francia, el Gabinete francés buscó un cese de las hostilidades con la Alemania nazi. El armisticio se firmó el 22 de junio de 1940 en Compiègne. Bajo sus condiciones, el norte y oeste de Francia fueron ocupadas por la Wehrmacht, el ejército alemán, y el tercio restante del país estaba gobernado por un gobierno francés con sede en Vichy. Además Alsacia-Lorena se ocupa como parte territorial del Tercer Reicho como en el periodo de 1871 a 1918. Cuando los Aliados desembarcaron en el norte de África el 8 de noviembre de 1942, los alemanes e italianos ocuparon inmediatamente la parte libre que quedaba de Francia. La liberación de Francia comenzó el 6 de junio de 1944 con las fuerzas aliadas que desembarcaron el Día D y la Batalla de Normandía terminó en diciembre. La misma París fue liberada el 25 de agosto de 1944.
– Eso está muy bien y tu memoria es tan sorprendente que es digna de elogio, Pullain, pero necesito algo mucho más humano.
– ¿A qué se refiere?
– A que no me des tantos datos históricos sino que me cuentes algo mucho más relacionado con la vida humana de quienes vivieron aquella tragedia.
– Está bien. Apunte lo siguiente. Rapar a una mujer al cero y cubrirla de insultos por relacionarse con el enemigo fue un hecho corriente al final de la ocupación alemana de Francia, en 1945. Su suerte es más o menos conocida, pero la de sus hijos ha sido un misterio en un país donde acaba de saberse que jóvenes francesas alumbraron unos 200.000 niños de padre alemán desde que comenzó la ocupación, en 1940, hasta los meses posteriores al fin de la II Guerra Mundial. Nacidos no tanto de violaciones como de situaciones consentidas y clandestinas, fueron considerados “los hijos de la vergüenza” o de la “colaboración horizontal”, y como tal llevaron una existencia muy difícil. El tabú se ha roto en vísperas del 60 Aniversario del Desembarco de Normandía por medio del libro “Hijos malditos” que, a diferencia de los tonos patrióticos y evocadores de la literatura conmemorativa, da la dimensión de un drama del que apenas se tenía noticia. Lo primero que sorprende es la amplitud de afectados. El número responde a una estimación del Instituto de Historia del Tiempo Presente, una institución francesa que ha accedido a documentos de la Werhmacht, el Ejército alemán, y del Gobierno de Vichy, el régimen títere de los nazis que mantuvo el control sobre una parte de Francia, y ha manejado censos efectuados en maternidades de París, donde la tasa de hijos “ilegítimos” superaba el 50 por ciento al final de la guerra. Sin excluir posibles casos de espionaje o de utilización de las chicas para obtener información, las historias contadas por los protagonistas comienzan con hechos tan banales como la avería de una bicicleta. Una tarde de 1942, Léa Rouxel, de 22 años, empleada en una tienda de Dinard (Bretaña), regresaba a su casa cuando se le rompió la cadena de la bici a la entrada del campo de aviación requisado por los alemanes. El teniente Otto Daniel Ammon, al cargo de la guardia, acudió a arreglársela. De la relación iniciada en ese momento nació Daniel. Un instante de felicidad para el padre combatiente, que murió más tarde en un hospital militar, no sin haber escrito a su familia para revelarle que había tenido un hijo en Francia, del que les pedía que se ocuparan. Léa, la madre, dio a luz en secreto en París. Entregó al bebé a otras personas y finalmente huyó tras la derrota alemana. El hijo creció en un pueblo de Bretaña, donde, antes de la era de la televisión, una de las diversiones populares consistía en rondar la casa donde vivía el rubio de ojos azules. “Querían saber si yo era como los demás, si no era un marciano”, contó Daniel Rouxel. “En realidad, ignoraban lo que era un marciano; en cambio, un alemán, ¡imagínese!”. En Megrit, el pueblo de Bretaña en que pasó su infancia, el secretario del Ayuntamiento describía a los convecinos la diferencia entre una golondrina y un “boche”, término despectivo para los alemanes, diciendo que “una golondrina se lleva a sus pequeños con ella, mientras un “boche” los deja”. Ironías de la vida, un tío de Daniel Rouxel participó en la batalla de Normandía al lado de los Aliados, razón por la cual está considerado como un héroe en Francia. No todos los soldados alemanes dieron las mismas pruebas de educación. Del padre de Gérard, por ejemplo, sólo se sabe que se llamaba Fritz. Oficial de Marina, tuvo un hijo con Raymonde, una chica de 21 años de Saint-Malo, en Bretaña, que maltrató al hijo para vengarse del abandono sufrido por parte del padre. Michelle, profesora de español, hija presumible de un ocupante alemán y abandonada por su madre tras dar a luz, tuvo derecho a una infancia en una familia adoptiva, donde se le recordaba constantemente que era la hija de un “boche” y se le obligaba a escribirlo cien veces. La mayor parte sólo ha alcanzado posiciones subalternas en la escala social. Ahora tienen entre 57 y 62 años, y ellos también han tenido descendientes. “Los hijos y nietos franceses de aquellos a los que se llamaba los “boches”, y que actualmente se han convertido en nuestros amigos alemanes, deben aproximarse fácilmente al millón”, calculan los autores del libro, Jean-Paul Picaper y Ludwig Norz. El 60 Aniversario del Desembarco de Normandía fue el testigo de la reconciliación definitiva de los aliados de la Segunda Guerra Mundial con Alemania. El anfitrión de las ceremonias es el presidente francés, Jacques Chirac, dio el paso de invitar a los representantes del antiguo país enemigo. Esto representa un cambio simbólico respecto a las ceremonias celebradas diez años atrás, cuando los “herederos” de los derrotados del Tercer Reich permanecieron al margen de las conmemoraciones organizadas por el medio siglo del Día D. Pero algunos de los “malditos” reclaman, además, una reparación a la lapidación moral sufrida en su país.
– ¡Formidable, Pullain, esto sí que es lo que “Joro” estaba buscando!
– ¿Quién es “Joro”, Brandy?
– Alguien con una intuición asombrosa; tan asombrosa que es el hombre que necesito.
– ¿Puede decirme ya qué es lo que están investigando?
– No puedo decirlo a nadie ni dar ninguna noticia pública hasta que no se halla resuelto el caso. ¿Me comrpendes, Pullain?
– Le comprendo, Jefe. Debe ser algo demasiado serio.
– Ya puede volver a sus obligaciones, teniente.
Cuando el teniente Raymond Pullain Quentin salió de su despacho, Alain Marlon Brandy Delon no pudo evitarlo y se sirvió la segunda copa de coñac del día mientras musitaba en voz baja.
– Su ojos se clavaron en el mazo de croquet maltratado por la intemperie. ¡No, por Dios! ¡Debo dominarme! ¡Debo dominarme, Dios mío, y no volver a pensar en la venganza! Al fin y al cabo, como dijo “Joro”, esa tal Marijane Meaker es solamente una pobre desdichada, una de esas escritorzuelas que sólo escribe para uno pobres desgraciados y que nunca alcanzará gloria alguna más allá de su círculo vicioso. ¡Debo olvidarla por completo!