Lama Ysehe llegó a Europa hace ya unos años. Era un hombre sonriente, risueño y con cierto toque de gordito feliz. Tenía una profunda enfermedad coronaria y su vida peligraba. Amaba el chocolate. Era su gran conexión con el mundo occidental. Recuerdo sus comentarios sobre la Felicidad y el chocolate: eran cuentos de otros mundos, pero extraordinarias enseñanzas para todos. La felicidad surgía de su forma de vivir, el sentido básico de las cosas. Cuando llegó a Granada, sintió que se asemejaba, en su serranía, a los montes de su lejano Tíbet.
Desde ese espacio comenzó su largo caminar, a la manera sencilla ynoble de los hombres que comen chocolate a escondidas, que se ríen de la seriedad del médico y que saben que “les ha sido dado un tiempo y una misión”. Murió en EEUU. No resistió el largo camino que su corazón tuvo que soportar. ¡¡¡Una onza de chocolata ofrece la oportunidad de procurar felicidad al universo…incluídos nosotros, frágiles pero infinitamente maravillosos”.