El dormitorio de Matías se asemeja al de un hospital; paredes blancas, cama con mecanismo regulable, crucifijo en la cabecera y los demás complementos: botella de oxígeno con mascarilla incorporada y sonda conectada a una bolsa de plástico para facilitar la evacuación de líquidos. Matías, recién jubilado y ex-administrativo de banca, llegó a esta situación después de toda una vida de fumar cigarrillos a una media de dos cajetillas diarias. Eso y la constante exposición durante su horario laboral al aire acondicionado. Terminó por desarrollar una bronquitis asmática crónica y por si fuera poco; comenzó a tener problemas con su próstata.
Matías se juró siempre a sí mismo que cuando llegara el día de su cese como empleado, jamás caería tan bajo como para pasarse las horas muertas jugando a ese odioso juego de bolas: la Petanca.
Cada vez que pasaba por la pequeña cancha que se encontraba frente a su domicilio, veía con disgusto a aquellos seres sin otra motivación que gastar su tiempo absurdamente tirando bolas y diciendo frases hechas , frases de argot que le resultaban tan carentes de ingenio y originalidad.
Poco a poco fue sintiendo una marcada fobia a todo aquel ambiente, por lo que para él representaba: llegar hasta allí era como el principio del fin, el declive de la vida, era volver a ese estado improductivo de la niñez en que solo se piensa en el juego y se vejeta; sin aspiraciones, sin inquietudes de tipo intelectual…era la nada, el abandonarse a la apatía y esperar la muerte sin lucha. En pocas palabras: la aceptación de la no existencia.
Matías a lo largo de su vida fue planeando milimétricamente su vejez. Se fue auto disciplinando de manera que sus gustos estuvieran relacionados con actividades creativas, actividades que, luego más adelante, desarrollaría como sustitución a su trabajo con el fin de no sentirse inútil. Por ese motivo leía cuanto podía, practicaba la pintura al óleo, hacía manualidades de bricolaje, acudía con frecuencia a un gimnasio para practicar Tai- Chi ¡en fin, Matías era de una hiperactividad insultante!, tanto que; todo ello le hizo descuidar bastante la vida familiar, sobre todo la comunicación con su esposa. Ella era más tranquila y no participaba de ninguna de las aficiones de su marido. Era una mujer más simple y amante de sus hijos y su casa. Una mujer que no pensaba en el futuro ni hacía proyectos para la vejez, por lo que eran un matrimonio como la mayoría de ellos; incompatible. Él no podía compartir sus planes con ella, ella no se sinceraba con él sobre los asuntos que le ilusionaban o inquietaban. Con el paso de los años, la barrera que los separaba era infranqueable, por lo que al final sucedió lo que ambos intuían; una vez que sus dos hijos marcharon de casa y se emanciparon con sus respectivas parejas, el matrimonio no tardó en separase ni seis meses.
Ella quedó en el hogar familiar y él alquiló un piso en un barrio de categoría inferior a su antiguo domicilio, en donde ahora y afectado por su enfermedad; vive solo. Sus hijos, de vez en cuando, van a verle y a interesarse por su estado, pero no todas las veces y con la asiduidad que debieran.
Matías está postrado en cama hace tres meses, solo se levanta, y siempre acompañado de su botella de oxígeno, para prepararse una comida diaria y vaciar la bolsa de plástico que pende de su aparato urinario. Tres días a la semana, acude a su domicilio una asistenta social que hace las veces de enfermera y empleada de hogar. Gracias a ella está medianamente aceptable la higiene de la vivienda.
Matías desde que cayó en cama, está obsesionado con los chasquidos que le llegan a través de la ventana. Chasquidos que se producen cuando una bola metálica choca contra otra en los lances de los jugadores. Hasta él, en las mañanas y tardes silenciosas en que los niños de la escuela cercana están internados en sus aulas, llegan nítidos los comentarios y carcajadas de los hombres que, incansables, permanecen el día entero jugando como adolescentes.
Los chasquidos se suceden sin tregua, castigando el sistema nervioso de Matías. En ocasiones, cuando consigue dormir un rato, se despierta sobresaltado por uno más agudo de lo normal. Cree, incluso, que las carcajadas y gritos están destinados a reírse de él, a molestarle deliberadamente. Ha llegado a pensar que es una confabulación para atormentarlo, sobre todo a raíz de su mala experiencia de meses atrás. Sí, Matías perdió el control, el dominio de su firme decisión; no acabar allí bajo ningún concepto.
Todo fue a raíz de su separación. Pasó una época en la que le era imposible concentrarse en la lectura, no era capaz de enfrentarse a un lienzo en blanco y… ¿bricolaje? ¿Para qué en una casa donde estaba solo? Por motivos de salud tuvo que dejar su afición más apreciada; el Tai-Chi, entonces se dio cuenta de que no tenía nada. Decidió compensar ese vacío con algo de ejercicio, aunque moderado, por lo que intentó caminar, pero no podía; le faltaba el aire. Esto hizo que hiciera acopio de la escasa fuerza de voluntad que le quedaba para dejar el tabaco. Llegando a este punto, le sobraban horas y el mono de la falta de nicotina le producía irritabilidad, el tiempo era interminable, no sabía donde meterse haciendo hora para la comida. Incluso pasó por su cabeza volver con su esposa, pero desistió de esa idea cuando uno de sus hijos le comunicó que ella, en un viaje a Tenerife, de esos que organiza una entidad estatal para entretener a los jubilados, conoció a un señor; el cual ya había sido presentado en familia.
¿Cómo llegó hasta allí? Ni él mismo lo sabe, pero el caso es que una mañana se levantó con una firme decisión; comprarse un juego de bolas de Petanca e intentarlo. ¿Porqué no? Tal vez se precipitara en demonizar tan exageradamente aquel infantil juego y no fuera tan decadente ni pernicioso para la salud mental, al fin y al cavo era una manera como otra de pasar el tiempo entretenido, sin pensar. Tal vez eso fuera lo que necesitaba en esa época de su vida; no pensar, dejarse llevar y reconducirla de nuevo con otros esquemas, otra visión distinta.
A lo mejor estaba equivocado y ese era el camino; hacer lo que hace todo el mundo, no querer ser especial, no complicarse la vida. Su anterior proceder no le había dado muy buenos resultados ya que al final del camino se encontraba solo. Por eso, en contra de lo que antes pensaba, lo intentó.
Pero solo lo intentó, no contaba con su total falta de habilidad para ese cometido. Primero porque después de un esforzado intento, no consiguió de ninguna manera hacerse con el control del tiro de las dichosa bolas y segundo; porque no encajó en un grupo de personas en el que la mayoría de ellos eran o habían sido en su vida laboral simples obreros sin cualificar, personas de escasa formación intelectual y, claro está, Matías; refinado, culto y procedente de un sector tan elitista, era como un garbanzo negro en una saca de blancos. Chocó desde un principio con todos y al unir su falta de pericia en el juego con la arrogancia en el trato con los demás, la mezcla fue determinante para que todos a una trataran de excluirlo del círculo. La forma en que lo consiguieron fue la más fácil y primaria; comenzaron a burlarse de sus jugadas torpes y de su manera de expresarse-como lo hacen los niños en el colegio; con crueldad. Así un día y otro hasta que ocurrió algo desagradable que hizo que terminara allí mismo su experiencia petanquera. Tal vez premeditadamente, tal vez por azar; tuvo la mala fortuna de acertar de lleno con una de las bolas, pero no fue en el objetivo del juego, que nunca llegó a conseguirlo, sino en pleno tobillo de uno de los jugadores de la partida. Aquello fue el detonante que necesitaban; poco le faltó a Matías para salir escalabrado. Le expulsaron con malos modos y con la advertencia de que no se acercara a menos de cincuenta metros de la cancha.
Todo el cúmulo de tensiones vividas desde su separación y su accidentado intento de pertenecer a un grupo, produjo en él un desequilibrio emocional y éste a su vez otro físico que lo llevó a donde ahora está; la cama.
Matías ha ido albergando en su interior, poco a poco, un sentimiento irreprimible de rencor, está ansioso por restablecer su salud para resarcirse de alguna manera de tanto agravio. En los meses que lleva postrado ha tenido mucho tiempo para idear una estrategia. Está resuelto a ponerla en marcha en cuanto su estado físico se lo permita. Sabrán quien es Matías, Matías el digno, Matías el hábil, el triunfador e inteligente hombre de siempre.
Esa misma sed de venganza es, tal vez, lo que le da fuerzas para vencer el trance en el que está y no tarda mucho en poder hacer vida normal. Se desengancha de su adicción al oxígeno, se restablece su respiración y aunque sigue llevando la bolsa de plástico fijada con adhesivo a una pierna y camuflada bajo la pernera del pantalón, sale a la calle, decidido y se aleja a las afueras de su ciudad; al bosque. Busca un lugar solitario y comienza el entrenamiento; elige un árbol y se dedica a hacer puntería con las bolas metálicas. Así, un día tras otro, acude allí incansable hasta que pacientemente va consiguiendo destreza en el lanzamiento. Descubre por sí mismo los secretos de la técnica requerida para el juego, que postura es la idónea para proyectar la bola, que posición de las piernas es la óptima, el arco de tiro necesario, cuando ha de soltar y dejar ir al artefacto hacia su lugar de impacto…
Poco a poco, después de dos meses de práctica diaria, cree haber adquirido la suficiente habilidad para salir airoso en su empeño. Matías está preparado para la acción como un Rambo más.
Dos semanas más tarde, en la mesa de despacho del inspector Canales de la Brigada de Homicidios, reposan diseminados en forma de abanico tres dosieres. Tres ciudadanos, al parecer sin conexión alguna entre ellos, han sido hallados muertos en circunstancias extrañas y en distintos puntos de la ciudad. Los relaciona únicamente un detalle: los tres han sido abatidos por un arma pesada, provocándoles destrozos considerables en el cráneo por impacto de objeto inidentificado, pero que se presume es de origen metálico.
Matías de nuevo recae y se encuentra por segunda vez postrado en su dormitorio semejante al de un hospital; la botella de oxígeno le proporciona el que sus afectados pulmones no son capaces de darle.
Por la ventana solo entra el silencio, si acaso; algún murmullo lejano le deja adivinar que hay condolencia entre los jugadores de Petanca.
FIN