ANTES MUERTO QUE MATADO.

Los ciudadanos estamos desconcertados con la actitud de la policía. Estamos empezando a cansarnos de situaciones surrealistas cuando acudimos a denunciar un delito de amenazas o agresión verbal o física.
Normalmente comienzan a desanimarte nada más poner en su conocimiento que nos sentimos amenazados por algún individuo con el que tenemos problemas; ya sea vecino, compañero de trabajo o, incluso, familiar. Hacen lo posible por convencernos de que si denunciamos al agresor, no conseguiremos nada ya que no hay pruebas de lo que acusamos; sangre, por ejemplo. “Si no hay sangre, nosotros no podemos intervenir. Es su palabra contra la del otro”, suelen argumentar, a lo que nosotros como respuesta contestamos la mayoría de las veces: “¿Entonces que tenemos que hacer, esperar a que nos apuñalen o nos peguen un tiro para que así ustedes puedan intervenir? “.

Te suelen dar respuestas como: “No podemos poner un policía en la puerta de cada persona que se siente amenazada” o “Estamos con las manos atadas; si detenemos a alguien sin pruebas, el juez lo pone inmediatamente en la calle”.
Total, que la policía solo “interviene” en casos irreparables; cuando ha habido “sangre”, por lo que su eficacia como preventivos del delito es nula.
Todo ello crea situaciones, llamémosle, cómicas como la que le ocurre al ciudadano Gumersindo cuando se acerca a una dependencia policial a formular una denuncia por agresión.

Gumersindo Traje y Traje está enfadado, no puede más y quiere solucionar, de una vez por todas, la situación que padece de desamparo. Ha decidido ir a la comisaría de su distrito y poner los puntos sobre las íes al jefe de policía.

— ¿Otra vez por aquí?—exclama un oficial de policía al verlo entrar.
— Sí, otra vez y en esta ocasión no estoy dispuesto a que me den evasivas, ¿dónde está su jefe? He de hablar con él personalmente. —responde con determinación Gumersindo.
El agente le señala el despacho donde debe dirigirse y se desentiende de él sin más. Una vez dentro, el comisario le recibe con una pregunta que más bien es un reproche:
— ¿Qué le pasa esta vez? ¿Otra amenaza de su vecino molesto por sus ronquidos?
— No, es algo más; mi vecino me ha apuñalado hace media hora.
— ¿Sabe usted lo que está diciendo?, está formulando una acusación muy grave, señor mío ¿lo entiende?
— Me reafirmo en lo dicho, he sido agredido con arma blanca por mi vecino del segundo izquierda. Ya les advertí a ustedes que esto ocurriría, pero nunca me han hecho caso.
— Espere, espere— intenta cortar el comisario de policía.
— No, escuche usted; he venido incontables veces a denunciar las amenazas de ese energúmeno, ¿y qué he recibido como respuesta a mi demanda de ayuda?; divagaciones, excusas. Esta vez no van a tener más remedio que tomar cartas en el asunto y actuar, ya lo verán.
— Eso lo decidiremos nosotros, usted limítese a relatar los hechos; los detalles de su presunta agresión y…
— ¡De presunta nada! ¡Agresión consumada con premeditación y alevosía!
— ¿Tiene pruebas que incriminen al susodicho?
— ¿Le parece poca esta?— Gumersindo abre de par en par su gabardina y muestra la “prueba”; un cuchillo de considerables dimensiones, introducido en su espalda, deja asomar el mango a la altura del omoplato derecho. Otro de menor tamaño está clavado por encima de su ombligo.
El policía, acostumbrado a estas situaciones y a desconfiar por deformación profesional, incluso de lo que ve, no se altera aparentemente. Luego pregunta:
— ¿Tiene testigos oculares de el momento de la agresión?
— ¡Ya estamos con el procedimiento rutinario…!— se lamenta Gumersindo— ¿No le basta con ver el arma homicida clavada en mi cuerpo?
— No es suficiente argumento para acusar a alguien, eso puede habérselo hecho usted mismo accidentalmente. No sería la primera vez que nos encontramos con algo parecido. Mire, hágame caso; vaya a curarse esas heridas al hospital más cercano y no se meta usted en líos.
A propósito; ¿cómo puede ser que le apuñalara un solo individuo por la espalda y en el vientre al mismo tiempo?
— No, solo fue por la espalda— corrige Gumersindo.
— ¿Y el cuchillo del vientre?— el comisario recela cada vez más del denunciante.
— Eso es otro asunto que no viene al caso ahora.
— ¿Ha sufrido dos agresiones distintas y quiere ocultar ante la ley una de ellas?, ¡eso es obstrucción a la justicia, amigo mío!
—Está bien, se lo diré. Estaba yo escondido en un trastero del ático del inmueble en el que vivo, tratando de suicidarme, cuando me sorprendió ese individuo y me dijo: “no te esfuerces, ya te ayudo yo”, para acto seguido apuñalarme por la espalda.
Estaba cansado de sus amenazas, de que ustedes no me atendieran; no podía más y tomé una decisión drástica; quitarme de en medio.
— ¿Está confesando que se autolesionó, no es así?— pregunta el comisario muy interesado.
— Si. — responde Gumersindo desafiante.
— Esto es más grabe de lo que imagina. Según el código penal, eso tiene cárcel. El intento de suicidio está tipificado como delito con resultado de privación de libertad…además hay otra cuestión: ¿Cómo sabe que le apuñaló su vecino si fue por la espalda? Amigo, está usted en un lío; me da la impresión de que quiere burlarse de la justicia, es más; creo que las dos agresiones están hechas por la misma mano; la suya. Sí, nos encontramos ante un caso evidentísimo de intento de suicidio. No voy a tener más remedio que tomarle declaración ya que su confesión está clara, no deja lugar a dudas.
— ¿Me está diciendo que yo mismo me apuñalé por la espalda? ¡Esto es inaudito! ¿Qué clase de protección policial es esta? ¿Vengo a denunciar un acto criminal y se me acusa a mí, a la victima?
—Usted mismo ha admitido que quería “quitarse de en medio”-según sus palabras-¿no ha dicho eso? Más claro el agua: intento de suicidio.
—El que yo quiera quitarme la vida no da derecho a nadie a que intente matarme, ¡faltaría más!
—Queda usted detenido, tiene derecho a permanecer en silencio…
— Renuncio a ese derecho— dice Gumersindo irritado.
— ¿Por qué?— pregunta el comisario desconcertado.
— Porque así puedo mandarlo a usted a la mierda.
Gumersindo sale del despacho y abandona las dependencias policiales. En la calle toma un taxi y le indica al conductor que le acerque al hospital más cercano.
Una vez allí es atendido en el módulo de Urgencias y el médico que se hace cargo de él llama a la policía para denunciar lo que, según su criterio como experto, no es otra cosa que un intento de suicidio. Buen ojo clínico el del doctor.

Cuando a Gumersindo se le han practicado las primeras curas de urgencia, aparecen dos policías, le esposan y le conducen a comisaría para tomarle declaración por su responsabilidad ante la sociedad por conducta tan ilegal.
La ley se ha cumplido una vez más.
Otra cuestión es si se ha hecho justicia.

FIN

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