En un momento dado del atardecer invernal uno se asoma a la ventana y nada más que piensa en el qué hacer del día siguiente, o quizás en simplemente volver a hacer el vegetal merodeando por las calles de Madrid. Puede ser aburrido o simplemente una mera forma de pasar el tiempo. ¿A quién le importa? No tiene ninguna importancia si es divertido o no, es una forma como otra cualquiera.
En las calles de Madrid el tiempo pasa muy despacio, y a pesar de encontrarme en una entera libertad sin corbatas ni responsabilidades, parece que todos y cada uno de los edificios simulasen un bonito muro de cristal. Si, no puedes salir. Estás encerrado. ¿Qué putada verdad? No hay salida, esto es como la jaula del hámster que tiene el crío mimado en su casita y decide ponerle los tubitos para correr y tenga un maravilloso circuito, solamente que aquí no hay gratificación por darle la vuelta.
Prefiero meditar tranquilo esperando a mi ocasión mientras me susurran los pichones al oído.