Luis II de Wittelbansch nació en el Castillo de Nymphenburg (hoy situado dentro del radio urbano de Munich) en 1845. su abuelo Luis I, que fue rey de Baviera desde 1825 hasta 1848, ya había dado mucho que hablar al ser seducido por una bailarina y aventurera escocesa llamada María Dolores Elisa Gilbert pero conocida por todos como Lola Montes. El caso es que esta inspiradora del director francés Maximilian Oppenheimer (Max Ophus) de una película que en 1955 dio la vuelta al mundo, y que se hacía pasar por bailarina sevillana, había hechizado tanto el corazón de Luis I que fue la causa de que éste tuviese que abdicar del trono bávaro.
A Luis I de Wittelsbach (un estraburgués que había mandado construir la gliptoteca de Munich, un museo de esculturas lleno de colecciones de piedras grabadas de la Antigüedad) le sucedió Maximiliano II José, rey de Baviera desde 1848 hasta 1864. Este Maximiliano II José fue también célebre por su matrimonio con Isabel de Austria (su sobrina conocida como Sissí que había desbancado de su corazón a su hermana Helena) la cual vivió una infeliz existencia (a causa de su melancolía y las graves crisis producidas por la anorexia) aunque las películas que de ella se han realizado la mostrasen como una princesa deliciosa que vivió un cuento de hadas. Todo falso. Incluso murió apuñalada por el anarquista Luigi Luccheni en un paseo con su institutriz.
El caso es que a Maximiliano II José le sucedió, cuando sólo tenía 18 años de edad, nuestro Luis II de Wittelsbach cuando reinar en Baviera, en aquella plena época romántica era, en lo político, tremendamente difícil y hasta tortuoso ya que se habían multiplicado desde 1861 los movimientos nacionalistas y liberales (iniciados en 1848) y Austria y Prusia luchaban entre sí para constituir en su beneficio una “gran” o “pequeña” Alemania. Así que Prusia (con el príncipe Otto von Bismarck al frente) eliminó a Austria tras la batalla de Sadowa en 1866, venció a Francia en 1870, proclamó el Imperio Alemán (II Reich) en Versalles y se anexionó Alsacia-Lorena por el Tratado de Francfurt de 1871. La cuestión para Baviera era muy incómoda ya que, aliada de Austria en 1866, había sido vencida por Prusia. Y en 1871 quedó anexionada al Imperio Alemán. Pero sus monarcas seguían gobernando la región…
En aquel ambiente, la infancia de Luis II (que era primo de la emperatriz Sissí) estuvo llena de altibajos románticos y trasnochadores. Tenía entonces este Luis II de Wittelsbach (familia noble que partiendo de un título de marqueses llegó a ser la familia real de Baviera por 700 años: desde 1810 hasta 1918) una institutriz francesa (maestra encargada de su educación) pero al pequeño príncipe no le gustaban para nada los libros y siempre estaba embrujado por las leyendas que le narraba la institutriz (de manera muy especial las relacionadas con el palacio de Versalles).
Luis II imaginaba dentro de sus sueños, un palacio de Versalles dentro de los encantadores paisajes montañosos y lacustres de sus Alpes bávaros. Y así fue cómo en 1864, Luis II (tras la muerte de su padre Maximiliano II José) subió al trono bávaro. Tenía sólo 18 años de edad y tres más tarde llevó a cabo su ansiado viaje al Versalles francés. Quedó grabado a fuego la imagen de aquel fastuoso palacio en la mente fantasiosa de un Luis que estaba viviendo un romanticismo exaltado que afectó gravemente su mente (se sabe que su familia estuvo siempre plagada de personajes con enfermedades mentales). La mente de un hombre que habiéndose casado muy joven por imposición habíase divorciado al año siguiente jurando no tener nunca más relaciones sentimentales con el género femenino (se sabe también que era homosexual declarado y que tras una relación de amistad-admiración-amor con su prima Sissí estaba enamorado de Richard Wagner y vivía sentimentalmente unido a un joven capitán de caballería). Luis II se desmarca continuamente de la realidad sociopolítica de su país y se convierte en un auténtico mecenas del arte y de los artistas. Fue cuando comenzó a ser tratado por el doctor Bernhard von Gudden, el célebre psiquiatra de la familia real.
Fue a partir de su visita a Versalles (aquel maravilloso palacio mandado construir por Luis XIV, el Rey Sol de Francia, a finales del siglo XVII y construido por Le Vau, D’Orbay, Mansard y Gabriel bajo la dirección de Le Brun) cuando a Luis II de Baviera le entró la fiebre de construir castillos. Una fiebre que se le convirtió en obsesión. De esta manera, a partir de 1869 comenzó su obra más espectacular: el Castillo de Neuschwanstein (que sólo fue terminado 17 años más tarde, justo cunado moría extrañamente Luis). Un año más tarde, en 1870, mandó construir el Castillo de Linderhof (el único que vio terminado en vida) y después, en 1878, el Castillo de Herrebaschiemsee. Los Tres Castillos de Luis II de Baviera fueron construidos bajo la dirección del arquitecto alemán George Dollmann.
El monarca de los castillos (el Rey Loco) era, además, un enamorado de la música y un admirador profundo de Richard Wagner (desde que escuchó de niño su ¨Lohengrin¨) quien, a causa de sus ideas revolucionarias tuvo que ser protegido y ayudado por el compositor húngaro Franz List (entonces en plena gloria) y, sobre todo, especialmente por Luis II quien pagó todas sus deudas y se lo llevó a Munich y Bayreuth. Con la ayuda de Luis pudo componer Wagner obras tan famosas como El Anillo del Nibelungo, Tristán e Isolda, Parsifal…
Luis II se pasaba horas enteras escuchando a su querido compositor alemán, de quien estaba tan enamorado como de su joven capitán de caballería, siempre refugiado mentalmente en sus leyendas y sueños románticos, siempre ensoñando con fiestas y lujo esplendoroso en sus conocidos castillos alpìnos y siempre con la idea extravagante y entusiasta de edificar aquel fascincnate Castillo de Neuschwanstein (ubicado en Fussen, a 132 kilómetros de Muncih) que aparecía colgado entre las montañas, rodeado de un paisaje fascinante sobre el lago Alpsee y de cuya maravillosa construcción llena de extravagante imaginación arquitectónica se enamoró Walt Disney quien lo eligió para su película La bella durmiente. Por su laberíntica construcción es conocido como El Castillo de los Puzzles y más de un millón de turistas lo visita cada año allí, muy cerca de Hohenswaenger (donde había discurrido la infancia del monarca) yendo en autobús o carruajes de caballos pero, especialmente recomendable, ascendiendo a pie por las montañas mientras se contempla un paisaje idílico de bosques y lagos situados en la frontera con Austria.
Neuschwanstein, Linderhof, Herrebaschiemsee… tres fantasías de castillos creados por la enosñación de un monarca, conocido como el Rey Loco, cuyo cuerpo (junto con el de su médico el psiquiatra Von Gudden) apareció flotando, una tarde del 13 de junio de 1886, en las aguas del cercano lago Sternberg (en la ciudad de Musing). Luis había salido a pasear desde el Palacio de Berg donde estaba recluido por su enfermedad mental, con el psiquiatra. ¿Qué les ocurrió a ambos?. ¿Un accidente fatal?. ¿Había sido un asesinato premeditado?. ¿Había ahogado el monarca a su doctor y luego se había suicidado él mismo?. Los historiadores todavía no han podido desentrañar lo que sucedió en aquel paseo vespertino un día lleno de nubes, con lluvia de verano melancólico, en trono a la belleza de los Alpes bávaros. Munsig, muy cercano a Muncih, guardó para siempre su secreto… el secreto de la muerte de aquel excéntrico monarca que deseó siempre la felicidad de sus súbditos pero que vivió una vida llena de fantasías en medio de la dura realidad sociopolítica de su época. Su retrato, pintado por Gustav Chachinger, cuelga hoy de las paredes del Museo Histórico de Munich.
En 1919 Baviera se convirtió en un estado dentro de la República de Weimar y en 1949 dejó de ser estado independiente para transformarse en provincia de la República Federal Alemana. Pero los bávaros de Munich, de Augsburgo, de Nuremberg, de Ratisbona, de Bayreuth… siempre recordarán a aquel extravagante y fantasioso
Luis II de Wittelsbach que había sido la culminación de las historias legendarias de sus antecedentes Lola Montes y Sissí.
¿Qué le pasaba al rey?. Que desde la más tierna infancia la locura del romanticismo llevado a todo su extremo se había apoderado de su melancólico corazón.