Una vez soñé que volvía a ser yo. No hace mucho de eso, quizá una semana. O quizá más. La verdad es que con todo esto el tiempo ya me da igual. Ya pueden ser horas o meses. Qué importa eso. Simplemente es como estar atrapado en una cárcel. La llamaré la cárcel del tiempo. Mi cárcel del tiempo.
Desde ese punto de vista, el mío por supuesto, hace miles de años desde que dejé de ser yo para ser el que soy ahora. ¿Y acaso no es eso ser humano? Creer que se es, para descubrir al fin que ya se ha sido… qué triste ¿verdad?. Pero nadie dijo que esto sería divertido.
Pues aquí me hallo. En mi cárcel del tiempo. Se preguntará, quizá, por qué o cómo dejé de ser yo. Quién sabría decirlo. Pero, y a modo de explicación, le diré que para volver a ser yo necesito dejar estar solo.
Y cuán difícil es no estar solo, incluso cuando se está acompañado. Pues la compañía no es más que un paupérrimo alivio para mi soledad. Una distracción… Sonrío al preguntarme qué dirían mis amigos de saberlo. Excepto dos o tres, ninguno escapa a eso. A ser un mero pasatiempo en la sombría aventura que es mi vida.
Evidentemente mi carcelero es el amor. Por que mi único escape a la soledad es él, al que describiría como comprensión y quizá un poquito de dependencia hacia mi persona. Pero cuánto hace que se me escapa, que no atiende a mis ruegos. Y sumergido en la soledad de mi cárcel del tiempo, ando perdido sin ánimo de nada ni pasión por algo.
¿Aparecerá, será posible que este prisionero de su propio infortunio logre al fin escapar de sí mismo? Porque, como ya dije antes, si escapo del que soy ahora volveré a ser el que una vez fui.
Cómo me echo de menos, vive Dios. Necesito vehemente alguien que palie mi tan nombrada soledad. Pero soy consciente de que cuánto más tiempo transcurre más difícil es que yo vuelva a ser el que fui.
Lloraría, pero no sé. Se me olvidaron las lágrimas al dejar de ser yo.
Lo triste es no encontrar a nadie con quien compartir mi prisión. Un confidente, vaya. Y no es que no haya tenido
Al poco de dejar de ser yo encontré a uno. Una para ser exactos. Alguien me escuchaba, y yo escuchaba a ese alguien. No estaba solo, al menos no tanto como ahora. Pero, ¡ay! maldita fortuna, caí en el error de enamorarme de mi confidente.
Craso error, bien lo sé. Desapareció en la niebla con lo poco que de mí restaba, abandonándome a mi nuevo yo, a mi tan odiada y poco a poco amada, qué remedio, soledad. A mi tristeza y melancolía. Maldigo, pues, a mi confidente, mi bella y, bajo mi parecer, largamente amada confidente. Recordará que en mi cárcel el tiempo es cruel conmigo, pues pasa más lento de lo que jamás habría sospechado.
Podía verla pasar ante mí, mirarla y anhelarla sin que ella siquiera me mirara, sin que se percatara de mi presencia. Aún ahora que aquella herida parecía cerrada me molesta de vez en cuando, y este viejo guerrero cansado llora en silencio, pues se le olvidó como hacerlo en verdad. Me maldijo a eso, al silencio, sin ella saberlo se me partió lo poco de mi maltrecho corazón que aún se mantenía vivo.
Cada vez que la siento cerca, me aferro a los barrotes de mi celda esperando una palabra, tal vez dos. Algo que me recuerda a aquella vez en que pasábamos noches enteras hablando sin darnos cuenta (al menos yo) de lo veleidoso que es el paso del tiempo. Cruel carcelero es pues el amor, que se me esconde y me tortura sin descanso, poniendo ante el ventanuco de mi celda el rostro de aquella a quien tanto amé, y, para qué engañarme, aún amo más que a mi antiguo yo.
¿Moriré solo, tal y como vivo ahora? ¿Habrá quizá perdón para aquél que sin nadie camina y no puede llorar? Cada vez lo dudo más. Y este nuevo yo que al final, cómo evitarlo, me acabará embargando, no dejará resquicio alguno para melancolías ni penas. Me hará ser frío, distante. Un ser sin esperanza ni meta, al menos no en cuanto a lo personal se refiere. Este último castillo que son mis recuerdos se borrará, o quizá tan sólo permanezca como mudo vestigio de aquél que una vez fue y que ya no lo será más. De aquél que pereció en vida y volvió a nacer encarnando todo lo que temía llegar a convertirse. Del perdedor sin suerte. Del viejo guerrero cansado. Eterno viajero sin sueños ni lágrimas. Sólo con sus vagos recuerdos de una lejana y para siempre perdida felicidad.
Saludos:
Buena idea y mejor desarrollo. Cuando despertamos ligeramente a “esto de ser y existir”, el tiempo nos preocupa y la vida es un lienzo en el pintar con muchos matices. No nos atrapa el tiempo, ni la vida, ni la soledad. Hemos inventadoe l tiempo, la vida y la soledad para justificar la enorme impotencia para alcanzar una dicha absoluta. Tu argumento asemeja al del Castillo de Kafka:
ahí está, inalcanzable. Saludos.