Don Pepo, no sé quien se lo ha dicho, ha sabido que soy buen tirador de escopeta. Mi padre me enseñó y he participado en algunas competiciones de tiro olímpico y tiro al plato. Así que han venido unos vecinos a invitarme a ir de cacería de jabalíes. He declinado amablemente la oferta. Soy un buen tirador de rifle y de pistola pero jamás he disparado nunca contra ningún ser vivo. Jamás lo haré en mi corta o larga vida. Defiendo la vida libre de los animales y soy incapaz de disparar tan siquiera a una lagartija.
Decido bañarme en la piscina y luego ir con Liliana a pasear por la aldea. En mitad del camino, debajo de una sombra de árboles, vemos a una joven pareja besándose en la boca. Recordamos historias de besos. El primer beso. El beso más profundo. el beso más hiriente. El beso más consciente. El más tímido. El más sorpresivo… Nunca se besa dos veces igual. Cada beso es una historia distinta. Entre historias de besos nos besamos ávidamente antes de entrar en la tasca de Manolo. Este Manolo bullanguero no es el mismo Manolo pastor. Manolo el pastor sabe de la vida natural. Manolo el tabernero de la vida vorágine. En la Aldea Dormida el tiempo se concreta en los azules reflejos del agua (tan escasa ahora en la comarca) que han recogido en una gran cacerola… ¿para qué?… para preparar algun suculento plato o quizás sólo para sentir la presencia de las musas aladas flotando en su superficie. Nunca se sabe bien para qué hacen las cosas los del Ventorillo.
Por lo demás, los besos han sido presencia incólume y continua de un día pasado entre nubes de sueños azules y algún poema escapado al son de la guitarra. Entramos en un pequeño estado de languidez ingrávida llevados al infinito de la escena por el canto de una avutarda que se escuha procedente del campo. No quisiera dejar que el tiempo se me escapase para decirle a Liliana que aún tenemos mucha historia que cubrir de besos. Quizás sea que el mundo necesite el pápito de las bocas dejando de hablar y simplemente mostrando hechos amorosos.