Su arma era la sonrisa. Una sonrisa tan esplendorosa que llenaba de felicidad el alma entera de quien la presenciaba. Era una sonrisa tan infinita que producía tal cantidad de inmensa alegría en quien la contemplaba que inmediatamente le hacía caer en las redes impenetrables del amor profundo. Pero después venía la cara opuesta, y el herido de amor comenzaba a languidecer de nostalgia, a perder peso, a dejar de comer, a quedar inhabilitado para la vida… y a morir…
Y así una y otra vez. Todos sus enamorados morían indefiniblemente por unas penas misteriosas de amor; una especie de locura incurable que la llevaba a Ella a la puerta de la desesperación. Hasta que un día quiso comprobarlo por sí misma. Olvidó toda clase de prudencia, se miró directamente en el espejo, concentrándose en su propia sonrisa… y se enamoró tan locamente de Ella misma que terminó por languidecer, perder peso, dejar de comer… y morir…
Lo entiendo, lo siento, lo vivo… y no sé por qué
Será que, hasta lo que consideramos nuestras mejores armas pueden volverse contra nosotros mismos? Un beso Diesel.
Muy buena esa acertada referencia al arma de doble filo que todos llevamos dentro y que lo mismo que procura la indiferencia y la humillación de la otra persona hacia si misma (hasta consumirse en el mas profundo marchitar que deja deshojado el corazón), también puede causar la infinitud momentánea de esa felicidad que bajo el haz de la sonrisa creemos alcanzar. Aquella arma de doble filo de la que, ebrios de indiferencia, no alcanzamos a ver que nuestra mano dimana sangre porque, precisamente no es empuñada por el sitio correcto. Abrazos compañero.
Diesel siempre termino enganchada a tus relatos.
Es te es tan intimo que cada cual que lo lea sabrá lo que le quiere realmente decir.
Un besazo — Padua