Aquel domingo Damián salió de la cárcel; había esperado con impaciencia la llegada de este día, una sóla idea le obsesionaba: ir en mi busca y liquidarme. Yo conocía de su determinación, no en vano cumplió condena después de asesinar con saña a un colombiano por asuntos de drogas.
Me habían informado de su libertad el día anterior, era consciente de que no se detendría ante nada, el pánico se apoderó de mi voluntad; estaba realmente asustado. ¿Qué hacer?. Él sabía donde encontrarme y tarde o temprano lo haría. Con angustia y nerviosismo llené apresuradamente y con desorden la maleta y me dirigí a la estación de metro más cercana; mi intención era llegar al aeropuerto.
Eran las seis de la mañana y tenía que huir como fuera, en definitiva yo era un cobarde. En aquella hora la estación estaba desierta, sólo un mendigo dormía inerte en uno de los deprimentes bancos situados en el andén. Mientras me disponía a encender un cigarrillo, el sonido de unos lentos y rítmicos pasos a mis espaldas me sobresaltaron; me dí la vuelta, y al desplegar la vista observé con terror la presencia de Damián; apenas nos separaban diez metros, él permanecía erguido, inmóvil; su aspecto no había cambiado. Mantenía fija en mí su mirada álgida, que desafiante, sobresalía de su huesuda y alargada cara; su ancho cuello y un tatuaje en su brazo derecho le daban un aspecto transgresor.
Cuando me ví sólo ante él tuve ganas de llorar; me sentí mareado, mi cuerpo flojeaba y el fin se acercaba irremediablemente. Sin embargo, el instinto por sobrevivir me dio la suficiente fuerza para correr hasta lograr adentrarme en el túnel de la estación, pero él era más rápido y no le costó demasiado esfuerzo alcanzarme.
-No debiste hacerlo, te voy a matar por ello- dijo Damían al tiempo que me apuntaba con su revólver.
No quería morir, así que intenté disuadirle desesperadamente
-Hace dos años que me acosté con tu mujer, fui un cabrón, lo sé, me aproveché de tu ausencia, pero ni yo soy aquella persona necia que fui, ni tú estás en aquella situación, y además, ella solo te quiere a tí; no tiene sentido que me mates ahora, las circunstancias son otras, yo solo quiero irme y tú estás en libertad, dejemos las cosas como están; por favor Damián no lo hagas
– Es inútil, no puedes hacer nada, lo tengo decidido; estás a mi merced –dijo con seguridad mientras apuntaba su arma en mi sien.
– Todavía hay algo que puedo hacer para que no me mates- le dije con repentino alivio
– Y ¿Qué es ese algo?- preguntó con desinterés
– Cerrar el libro
Y así lo hice quitándome las gafas.