Cómo se consumian los palitos de vainilla,
al ritmo con que nuestros cuerpos humedecidos
jugaban a conjugarse en un único inseparable,
demostrando salvajemente los instintos escondidos
en lo primitivo de nuestros sentimientos.
Cómo translucían los cristales de las ventanas
por el vaho desprendido de nuestros cuerpos,
encendidos por el fuego del sexo y del amor,
desterrados del paraiso,de la eterna salvación
e inmortalizados sobre unas sábanas de usar y tirar.