No divagues sobre el rastro de luz
que aprisionaste.
Certero tu corazón, lazo que atrapa,
la ingrávida paloma que transporta
la esencia inerte de una luz obsorta.
Quiebra tu voluntad y cede a la tarde
los últimos vestigos de tu corazón,
que arden, como el sol.
No divagues en la penumbra de un adiós,
donde sólo queda el eco de una Nada.
Sublime calma que asemeja la ola
separada de su genial marea.
Y así, en el repentino decir del poeta,
la marioneta frágil de la edad,
adormece entre unas manos,
tejedoras de sueños:
Penélope.