Aquella noche mis lágrimas no brillaban. Ni siquiera relfejaban dolor. Las ventanas cerradas y la luz apagada, la muerte consigo me llevó.
Me miraba con lástima pero sin compasión. Me devoraba tranquila, por partes. Me desmigajaba en silencios, en suplicios. La muerte pensó que mi vida había llegado a su fin. ¡Pero cuanta inactividad desesperante! que de un momento a otro me hizo revivir. Y luchaban mis manos y luchaba mi cuerpo y mis pensamientos deseando salir. Pero aquel tormento de negra mortaja con llaves y trancas me hizo dormir.
Será un sueño eterno, pensé en un momento. Será que la muerte se apoderó de mi.
Me alejé un instante y la miré a los ojos, pensando en pedirle que se vaya de aquí. Pero en ese momento ya nada quedaba, ya nada existía: ni yo, ni quien fui.
Se llevó mi alma pensé boquiabierta sintiendo pasmada el deseo de ir buscando otro cielo, buscando otro cuerpo donde mis restos puedan resistir, el dolor de una incógnita de vivir en la muerte y morir en los ojos de quien refleja el fin. Entonces las lágrimas que al principio opacaban la luz que el silencio se llevó de aquí, brotaron sinceras buscando otra alma que le huya a la muerte y se aleje de mí. Sintiendo que al fondo algo brillaba, mis puños chocaban derrivando el motín.
Flores de acero, torre de mármol, sellaron mi cielo, sellaron mi fin.
La paz encendía la luz de mi gloria con ansias de irme y echarme a dormir.
Entonces el viento cerró mis pestañas y muy despacito comencé a ser feliz.
Un comentario sobre “De muerte”
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En esta muerte de búsquedas hay un gran contenido de vida. Descubro una gran capacidad para sentir la presencia de tu yo envuelta en el misterio de ese momento en que nos encontramos dispuestos a despejar la incógnita de nuestra vida. Un beso, Celeste. Es muy buenaq tu interpretación interna.