El aterciopelado negro rematado en luna llena, deja por botín una estrella y regala un suave baño, de plata eterna.
Caminando entre disfraces mordaces vivía; sin nadie que dijera que vendría, con ansias procaces de destilería.
Gota a gota, invierno a invierno, siervo y siervo. Un aullido desesperado en lamento, sin más color que el del viento, un día largo tras otro, esperando sin ser visto, sonriendo sin ser querido, montaba a un caballo herido.
La soledad acompañaba a cada minuto, la soledad perseguía a cada instante, y en un baño de terror agonizante, veía los días próximos como eternas cadenas de plata suave.