Se alejan detrás de él, tres amigos huidizos, y naufraga en un mar de ladridos. Dibujan las gotas formas ambiciosas sobre un niño paralizado, cubierto de lluvia, sudor y miedo. Todo en el silencio sordo y hueco, de un desafío, de sinfonía de gotas caídas, en do menor, y nace un alarido. Cobra intensidad tal, que al fugarse a merced del aire como un azorero fiel, vibra fuertemente en un baile de sombras encubridoras de grandes miedos. Y aquel perro enfurecido, no puede más que huir, amedrentado, ante la insurgencia de la figura desafiante, quieta y soberbia, en apariencia, de este niño.