Cuento Cruel

¡Ya está! Habían decidido, una vez más por mi…Me iban a regalar, por mi cumpleaños, una mascota. Por una parte me apetecía, pero lo peor de todo es que iba ser una ¡sorpresa! Pensé que podría convencerles. No deseaba ni un perro, ni un gato, ni cuatro peces de colores, ni un loro, ni dos tortugas, ni un hámster…¿Serían capaces de captar mi mensaje?

Se me ocurrió seguirles la pista. ¡Ya! Salieron de casa y se dirigieron hacia la tienda de mascotas. Cogí mis gafas de sol, y…sin que se dieran cuenta, les fui siguiendo los pasos.

Estaban cerca de la tienda. Miraron el escaparate. Luego hablaron entre ellos. No se decidían. Por fin entraron…Me acerqué. Desde la esquina observé que habían cogido algo entre sus manos. Era pequeño, invisible. ¡NO! Quizá se habían decidido por un pájaro o por un pollito. ¡No! Jamás aceptaría un pollito rosa, ni verde, ni amarillo. ¡Un pollito No!

¡Silencio! Ya no los veía. Se habían metido por una zona donde vendían animales exóticos. ¡Eso es…! ¡Una iguana…! Me iban a regalar una iguana. ¡Mi sueño de toda la vida!

Corrí hacia casa. Me metí en habitación y esperé que llegaran. Lo hicieron casi enseguida. ¡Toc, toc…! Llamaron a mi puerta. Salí nerviosa. ¡Mi iguana, mi igua…! Era mi sueño de toda la vida.

Encima de la mesa de la cocina habían dejado un paquete. ¿Un paquete? Mi iguana podría morir asfixiada…Pero a lo mejor…era una iguana resistente. Abrí el paquete nervioso…y allí, dentro de los restos del papel roto, del lazo roto, de la mesa de la cocina…una Ardilla Disecada y una nota:
¡Carlos, una mascota que jamás te dará problemas!

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