El sol despertó. Abrí mis ojos y me entrego a la vigilia, mi viaje enemiga que cada vez tiene menos fuerzas. Cupy, como siempre, huele que despierto y comienza a lamerme la cada, sabiendo que lo detesto, pero que siempre podré perdonarle cualquier cosa.
Es el mismo ritual que usa desde hace muchos años, cuando por entonces me llegó la jubilación a mis bien avenidos setenta años, con sabor a tabaco negro y a caña vieja.
Sé de esos ancianos que no responden a sus huesos y se suicidan en vida sin necesidad de morir, por que a veces no hace falta que alguien deje de respirar para haber muerto, algo que inevitablemente aprendes a lo largo de las arrugas; y por eso, ahora me levanto, meo y tomo un café. Para mi el café ha perdido sentido, ya no lo huelo ni lo saboreo, ni aunque quiera, por que es como beber agua caliente, pero al menos me despeja las ideas.
Cupy viene a mí, con la correa entre sus dientes y no puedo evitar sonreír. Viejo perro, menudo canalla estás hecho. Cupy camina lentamente, algo que a estas alturas le agradezco, pero que no me hace olvidar como ocurrió todo en un instante.
Diez años antes, mientras paseábamos por la acera una paloma se posó cerca a la carretera. No hace falta decir que Cupy corrió a espantar. Dios, le encantaba hacer eso… luego lo cogió un coche y perdió una pata, pero aún así no hubo manera de arrancarle su alegría.
Y mucho menos, su cabezonería. Antes lloraba cuando quería salir, pero ahora bien sabía que yo siempre estaría dispuesto. Así, sombrero en mano y gabardina para el frío, cruzamos la puerta del piso y entramos en el ascensor.
El ascensor no es sitio de juego, Cupy lo sabía, pero a pesar de ello siempre raspaba la puerta, impaciente. Sin embargo hoy no se movió de su sitio. Observé su rostro en el espejo y me pareció verlo triste. Su hocico no se alzaba oliendo, como siempre, y su mirada parecía a punto de inundarse de unas lágrimas que en él no podían existir.
Al escudriñar en su comportamiento descubrí que sufría, y que su sufrimiento superaba con creces su habitual hiperactividad. Entendí que la vida para él ya no tenía sentido alguno pues, si lo pensaba, la última semana, las palomas le eran indiferentes, apenas continuaba con su ritual de oler en todas las esquinas y ya no se alegraba al ver un hueso cualquiera.
A decir verdad, no se porqué no lloré. Sentía por él una pena más grande que la que jamás había sentido por ninguna persona, y menos por mí. Pensé que con la edad me había vaciado de lágrimas y ya no me quedaba nada por llorar. Debía actuar con rapidez, quizá así todo fuese mejor para él…
Nos asomamos a la calle y un halo de luz y vientos nos tomó desprevenidos. Acostumbrados a las frías calles e incluso a las intensas lluvias, no tuvimos tiempo de avisar el sol que nos cayó encima, que al tiempo de mi edad caía como una losa de hierro sobre el alma. El viento estaba en contra, por lo que si alguien en ese momento miró como caminábamos Cupy y yo le habría parecido ver alguna tipo de película a cámara lenta.
Pasaban muchos coches, y cierto es que estuve decidiendo un buen rato cual elegir. Debía de ser uno grande, algo parecido a un Hammer quizás, algo grandilocuente. A lo lejos venía una especie de 4×4 como estos que recordaba ver en la tele, pues a decir verdad nunca tuve oportunidad de ver uno ni de cerca.
Faltaban pocos metros para que se cruzara con nosotros y entonces pedí un milagro. Estaba horrorizado de tener que hacer aquel sacrificio, aunque bien sabía que era lo mejor. Y Dios, o alguna especie de ente superior debió de escucharme por que entonces, a pocos metros de aquel coche apareció, como de la nada, una paloma blanca.
Cupy levantó las orejas, y yo, melancólico, solté su correa. Corrió hasta después de llegar a la paloma, corrió después de desaparecer bajo las ruedas de un monstruo que amenazaba con llevarse cualquier cosa por delante.
Regresé a casa y me senté a la cocina. No sabía que hacer. No tenía remordimientos, sabía que lo había hecho por amor… aunque de algún modo me condenara a mi mismo a la más abismal de las soledades. Ahora me encontraba solo como cualquier viejo exento de una residencia geriátrica, quizá en el futuro encontrara a alguien con quien gastar el tiempo, o entonces ganara algún dinerillo y entonces me iría de viaje a conocer mundo, como siempre había querido. Quizá de ahora en adelante debiera aprender a aceptar la vida de otra manera, distinta a la que siempre me había acostumbrado.
Quizá de este tiempo a una parte futura, saldría a la calle y respiraría el viento, como siempre. Entonces vagaría eternamente por las aceras, hasta encontrar a uno de esos monstruos que arrasan todo lo que aplastan. Lo vería y lo saludaría, le diría “hola” mirándolo de frente y entonces podría empezar algún otro tipo de vida con todo lo que en esta vida hube de perder poco a poco.
7 comentarios sobre “El Triste Adiós A La Vida.”
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Parece que alguien se ha sentido tentado de perder todo lo importante en esta vida esta mañana, por lo que parece. Al final, yo, que siempre he sido un terrible pesimista, voy a tener que animar a alguien y todo…
Una historia siempre lleva algo de nosotros, queramos o no. Creo que hay que tener algo de cuidado con lo que se escribe! No vayas a pensar que esa es una buena idea…
¡Venga, arriba y hasta las estrellas!
Ufff, tan fuerte como romántico en algún sentido, ¡qué miedo!, miedo por lo que supone acercarse a ese momento en el que supongo que muchos nos hemos sentido alguna vez…, ni siquiera me salen palabras alegres, un abrazo
Hay en medio de la tristura de tu relato unos rasgos de dulzura inherente que me llegan al alma. Tratas el texto como un hola a la despedida. Veo muy humano esas lágramimas del viejecito que no sabe bien por qué llora y veo un rasgo de ternura en Cupy alegrándose -pocos segundos antes de morir- al ver a la paloma. Esa congoja final de la soledad la rodeas de un halo de mistérica ausencia a la vez que quizás se dé pábulo a las lágrimas finales. Al leer sobre Cupy me viene a la memoria mi perrito Toby (que tanta vitalidad tiene hoy en día) y espero que nunca caiga bajo ningún 4×4 sino que tenga muchos años de vida jugando con las palomas del parque y con los gatos de las aceras. Sorprende que Toby juegue con palomas y gatos… pero es que los 4×4 son mucho más inhumanos. Bueno, ismael, me gus´tó mucho tu relato a pesar de ese fondo de congoja y tristeza… porque hay retazos humanos muy profundos en él.
Vaya! No sé que habrás adivinado de mi estado de ánimo con respecto al texto pero la verdad es que lo redacté hoy por acabarlo, no es que hoy me sienta pesimista realmente. Es gracioso por que hoy me siento genial…
Verás cuando empecé a pensar en esta historia eran varios los argumentos que me inpiraron. El principio fue un relato que leí en el que un niño mataba a su abuela para que esta le costeara su estancia en un colegio privado y al final del libro los fantasmas del asesinato acaban destrozando su vida. Cuando leí el relato casi al principio me pareció ver algo de amor en el asesinato, pero luego decia que lo habia hecho por eso… asi que me atreví a escribir esto que es como un sacrificio pero lleno de amor. Y yo tambien tenia un perro y quizá lo del coche lo haya sacado de la realidad pues algo parecido le pasó al que yo tenía… Gracias por el comentario
Me ha gustado mucho tu relato, me ha emocionado incluso, pero como dueña de perro no me gusta que le dejes meterse otra vez debajo de un coche. Podría haber perdido otra pata en lugar de morir…
Entiendo que, desde el punto de vista literario, no tendría interés llevarlo al veterinario y que le durmiese. Pero, no sé, así es demasiado…humano. (Estoy llorando).
Un abrazo,
Carlota
Hola, he pensado en lo que has dicho del veterinario, y la verdad es que si me pongo en la piel de un anciano solitario y desesperado (lo de pedigüeño conlleva, a esa edad, una falta de salud mental…) no creo que pensase en un veterinario, sino más en una salida a tientas y corriendo… Aun así igual tienes razón en ello.
Quizá por la posibilidad de no caer muerto inventé lo de un 4×4. La vez que se salvó fue puro milagro y además el viejo creía de alguna forma contar con la ayuda de algo más que un coche para salvar a su perro… no se si me explico.
En fin, a veces salen cosas tristes en el alma y no se puede hacer otra cosa que plasmarla en un papel si te gusta escribir… gracias por el comentario:)