La noche oscura, más negra que de costumbre y más fría también. Pasó él comprando pan para llevar a su casa y acompañar con su taza de café caliente. La panadería casi cerraba, mas permitieron darle a él, la venta del cierre del día. Al salir, la femenina llovizna se esparcía sigilosa y delicada sobre los tejares de las casas, sobre la calle brillosa, y sobre los mal luminosos postes de luz. Él no traía su sombrilla consigo. Todo estaba bien. La noche, estaba fría, el viento inquieto esparcía las ínfimas goticas de lluvia por el ambiente sintiéndose casi imperceptibles. El hombre cubrió bien el pan, su pan, que asombrosamente aún estaba caliente y salió a la calle. Era solo aire frío, era solo aire de agua, era solo una noche oscura. Todo estaba bien. Sus últimas monedas las había cambiado por su pan caliente mas eso era lo mejor de su noche… todo estaba bien.
Eso era lo que él necesitaba. Ya se estaba sintiendo mejor. Se sentía vivo, su rostro ya húmedo expresaba una ciega alegría. Todo estaba bien. A lo lejos en la calle un muchacho venía. A paso veloz, pero no muy veloz, con ropa mojada, pero no muy mojada, muy tranquilo pero no como el hombre lo hubiera deseado.
— ¿Mi hermano tiene una monedita que le sobre? ¡¿Mi herma?!
— No, acabo de gastar lo último en mi pan caliente —Dijo el hombre bajo el ligero aire de agua. Enseñando con cautela su pan caliente para que no se moje— Y no tengo ni una sombrilla, pero todo está bien.
—¡Bueno, no me juegue de vivo patroncito! ¡Écheme lo que tenga en las bolsas o le hago un hueco en el pecho! ¿Me entiende?
El hombre algo inquieto, pero solo un poco, lo mira sin dejar de sentir esa alegría ciega en su pecho.
— Yo tampoco tengo nada, estamos igual. Pero todo está bien. Te sentirás mejor. Ya verás.
Con prisa, confuso y extrañado el muchacho sin corazón, mira al hombre y con frialdad, hunde lentamente un puñal en su estómago. El hombre cae y suelta su pan caliente. Ahora su café tendrá que esperar a la soledad.
En medio de la noche oscura, el frío y la brisa de lluvia, la mirada del hombre, que asombrosamente aún tenía esa alegría ciega, se elevaba a las estrellas. El pan caliente, al igual que su sangre, yacía junto a su mano, el ferro sólido y gélido, al igual que la noche, seguía aún en su estómago, penetrando su hígado. Él en su triste alegría de vivir, sólo hablaba para sí. Como si estuviera partiendo un gran alma de este mundo.
— Mis lágrimas están calidas, el puñal está frío. Pero todo está bien, ya…. Ya me estoy sintiendo mejor.
Me gustó mucho este relato, Hacaria. Por todo lo que tiene de paradójico. Unes trascendencias circunstanciales para crear un clima de suspense que termina en tragedia. pero el final sorprende por lo que tiene de pensamiento reflexivo. Un punto muy bien logrado Hacaria. Un abvrazo.