CREANDO EL CAMINO

El camino no está marcado. Solamente la dirección y el sentido lo están. Apuntan hacia un horizonte ancho y difuso imposible de concentrar en un punto concrto.
Deberíamos caminar, despacio, viviendo cada paso hacia un futuro incierto pero siendo seguro que se encuentra delante de nosotros.
Transitamos por una eterna pradera que no deja ver sus límites, avanzando siempre hacia el horizonte que intuímos y que nunca alcanzamos.


Cada paso que damos crea el camino que recorremos y es un paso para descubrir el presente creando detrás de nosotros la senda de los vivido.
Con frecuencia, al mirar hacia los lados, hay gente caminando su propio destino en la misma dirección pero lejos de nuestra senda.
Somos peregrinos de la vida que vamos coincidiendo durante instantes con otros para que luego, inevitablemente, volvamos cada uno a nuestro paso, a la cadencia que cada uno es capaz de manejar.
Con frecuencia intentamos mantener ese caminar común hasta que las piedras del camino nos hacen comprender que cada uno transita su propia senda que sólo es paralela a otras en nuestra esperanza.
Muchos antes han pisado los mismos lugares, las mismas situaciones y cada vez que tropezamos con alguno de esos caminos trazados en la vida, intentamos seguirlos para dejarnos llevar y no tener que decidir cada paso.
Seguimos esos pasos, nos convencemos de que son buenos, creemos que hemos encontrado un camino. Sin embargo, de repente, nos damos cuenta de que ese no es nuestro camino. Cada sendero hay que construirlo y ningún otro es el nuestro.
Sólo es posible compartir partes del camino pero es imposible transitar por otra senda que no sea la propia.
La meta no es única, solamente está en el mismo horizonte infinito al que nunca somos capaces de llegar.
En la montaña todo el grupo debe adoptar su paso al del más débil, al más lento, buscando la mejor ruta para todo el grupo. En la vida debemos adaptar el paso a nuestro propio paso, a nuestros deseos y capacidades pero ……. no es fácil encontrar nuestra cadencia ideal.
Solamente los elegidos son capaces de encontrar un ritmo tal que les permita transitar su camino disfrutándolo y siendo felices a cada paso sin dejarse influenciar por los miles de sendas que se cruzan en el camino y sabiendo compartir los tramos que la vida crea en común con otros peregrinos.
El hombre se ha pasado la historia peregrinando a lugares geográficos (Roma, Santiago, La Meca, Graceland, …) porque se siente incapaz de peregrinar a lugares espirituales.
Nuestra naturaleza nos obliga a buscar metas concretas, realizables, tocables. Tenemos que pensar y sentir en términos finitos. Subir “O Monte do Gozo” y ver las agujas de la Catedral de Santiago al fondo hace sentir que se ha conseguido el objetivo. Necesitamos asignarle a todo, un principio u un fin. Por suerte, o por desgracia, la vida no es así. No hay principio ni fin; sólo logros intermedios.
Existe un objetivo inalcanzable, el horizonte, hacia el que hemos de avanzar. En el momento que se asume lo imposible e inevitable del objetivo es cuando se conoce la serenidad. Solamente los elegidos son capaces de aceptarlo y hacerlo parte de su vida.
Cuanto más avancemos, más cerca estaremos de entenderlo y más creceremos aunque el objetivo siga estando siempre igual de lejano. Es el concepto de infinito aplicado al espacio y al tiempo y para el que no estamos todavía preparados ……. salvo un pequeño grupo de peregrinos.
El hacerse consciente de esa realidad provoca con frecuencia un sentimiento de soledad extrema solamente soportable por el convencimiento de que el siguiente paso creará nuevas sensaciones y ofrecerá nuevos senderos ya transitados y compañeros momentaneos de viaje.
Es la misma sensación que se crea en montaña cuando por primera vez descubres que, aunque avances con un grupo de camaradas de cordada, estás totalmente solo ante tu interior y tu afán de avanzar. Solamente tu tenacidad y determinación te ayudan a dar un paso más después de haber dado el que creías ya el último.
De la misma manera que en la vida, tampoco se alcanza nunca el final en la montaña. Cuando pisas cumbre, aquella que te ha hecho luchar más allá de lo creíble, descubres, con emoción, nuevas cimas que deseas recorrer y bajas de la recién coronada pensando ya en la siguiente que guiará tus pasos.
La pérdida de esa ilusión, de la búsqueda del próximo reto, es la que nos hace abandonarnos y sentir la falta del sentido de avanzar por el mero hecho de hacerlo, descubrir y crecer al construir un nuevo camino que nunca antes fue transitado por nadie y que nunca más se recorrerá.
A veces, el entorno exterior y el propio entorno interior, nos hace perder la visión de ese horizonte eterno, del comienzo del arco iris y nos perdemos horadando círculos infinitos sobre nuestros propios pasos, ya viejos y marcados.
Es en esos momentos cuando debemos, dando paso al corazón frente a la mente; a las sensaciones frente a las ideas; al sentir frente al saber, volver a retomar el camino del eterno peregrino de la vida.

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