María.- No suenan. Se han callado las campanas por culpa del viento. Algo pasa de largo, con la intención clara de que nadie lo vea, de que nadie le diga la verdad.
Juan.- Quizá se ha callado por miedo.
María.- Por miedo no callan quienes nada temen y huele a miedo y a tarde quemada entre murmullos de comadreo.
Juan.- ¡No te inquietes!
María.- Cuando me lo quitaron de los brazos tú no hiciste nada. Como ahora, callas y temes y dices y murmuras para adentro, como cualquiera de esas chismosas que lo sabe todo. Cuando me lo quitaron de los brazos, aún me dolían las entrañas de parirlo…Pero tú, no recuerdas nada.
Juan.- ¡Sabes que fue así y no pude sino llorar, llorar hasta caer muerto de dolor!
María.- Ahora regresa y desde la distancia que marca este silencio. Me siento vacía, como si nada hubiera ocurrido, como si nada fuera real, como si con mirarle una sola vez, pudiera trasmitirle mi dolor.
Juan.- Ya es tarde…Quizá, cuando al girar la cabeza, y sind arnos cuenta, él esté ahí, y nosotros lo más cerca posible. Ahora…piensa que ya es tarde.
!Hola amigo Greko!. Otra vez haciéndonos pensar eh. Me gustó leer este pretexto teatral que se convierte, por la magia del diálogo, en un examen de conciencia. La madre sufre, el padre duele… el dolor es ambiguo llevado al extremo del tiempo… y el tiempo ya no se recupera cuando la angustia sigue latente. !Un abrazote, Greko!.
Todos perdemos en alguna ocasión y la culpabilidad, silencia las campanas, y lo que tanto ansiamos se nos muestra pesado e incomodo. un besazo
En unas pocas líneas nos sitúas en una escena absolutamente trágica. Me ha parecido, al leerlo, estar sentada en el patio de butacas mirando a los actores en el escenario.