El Reflejo de los sueños en lunas rotas(Perdido en la eterna oportunidad) I0

La mujer se sentó estirando los brazos, desperezándose. ¡Era la señorita Rubens! De nuevo estiró los brazos, bostezando. Levantándosele con el movimiento el minúsculo camisón, dejando ver su tupido sexo. Ella se giró hacia él con risa pícara y pensamiento pecaminoso…
Aaaah, ya son las diez. Buenos días cariño mío, aaaahh, cómo me gustaría quedarme aquí contigo, pero… tengo que ir a trabajar. La hembra apretó su enorme cuerpo bien estructurado contra el de él, que también se encontraba desnudo. Se dejó abrazar sin resistencia y sin entender nada, sólo que la excitación crecía y la muchacha recorría cada rincón de su piel caliente hasta profundizar en su propia alma, buscando… con la lengua poseída le empezó a succionar el pene erecto.

Cómo me gusta, cariño. Quiero que me penetres con esto tan… duro.
Él, obediente, no se quedó quieto, mientras ella gemía y desbordaba sus carnes, empezó a acariciarle los pechos, a lamerle los muslos, los redondos glúteos, goloso y glotón sus manos trataban de multiplicarse. Se fundieron en el abrazo nervioso de la energía descontrolada del deseo correspondido, salvaje, la pasión liberada, los dedos juguetearon en su vagina, con el clítoris, introduciéndolos, notando el flujo húmedo y un fuerte olor indescriptible.
Cómemelo, querido… uuuuaauuu, así, aaahh, sí, sí, así, muy bien, qué gusto. Separaba las piernas y aplastaba la cabeza de él entre ellas, dejándole sin aliento, incitándole a seguir. Ella no paraba de hablar, de ronronear, de pedir más y más. Aquella mujer jamás quedaría satisfecha. Él callaba y acariciaba, estrujaba. Cabalgaron frenéticamente cambiando de posturas. Ya no aguantaba más, le venía, le venía… fue cuando le llamó por su supuesto nombre que paró en seco, flojeando el duelo, se levantó de golpe, corriéndose en la cara de ella.
¿Edgar, has dicho Edgar…?
Claro mi amor… esto es nuevo… me gusta, dijo untando el semen en el dedo y metiéndolo en la boca, provocativa se relamía.
¿Qué te pasa?, te noto extraño…, me has hecho gozar. ¡Uuuu! qué tarde se ha hecho. Se asustó cuando miró el reloj de péndulo. Tengo que irme, querido.
Ha sido genial, luego repetimos, ¿vale?
Hizo correr el agua del bidé, jugando con los grifos, hasta que el chorro salió a su gusto, colocándose a horcajadas, se lavó tarareando una canción famosa de Mama’s and the Papa’s.
Se puso ropa interior llamativa, las medias que rozaban sus muslos, camisa con generoso escote, falda corta, una cazadora tejana y zapatos de tacón. Al andar por el cuarto, se imaginó a Marilyn, la mujer que mejor movía las caderas al caminar sobre zapatos de aguja. La Rubens estaba francamente estimulante, le gustaba, era una chica estupenda que le excitaba su mera presencia, induciéndole a observarla traspasando la barrera del pudor, lindando con el voyeurismo. No la encontraba obesa como al principio, más bien era grande, voluminosa, alta y voluptuosa.
Bueno… ya me marcho. A las cinco estaré de vuelta. Hasta lueguito…
Le propinó un beso de tornillo y le volvió a magrear el miembro que despertó al ser saludado.
La despidió y cerró la puerta. Le sobrevino un mareo, el piso cedió, un movimiento raro se cernió en el pensamiento. Necesitó sentarse en el sofá de muelles chirriantes. Definitivamente se estaba volviendo loco. Puso en pie su imaginación. A ver, centrémonos, pensó. Ventana con cristal roto, vale. Sillón que se salen los muelles, vale… Jazz tumbado en el comedor… la puerta, restos de sangre… ¡De acuerdo!, estaba en casa.
¿El dormir no había sido suficientemente reparador? ¿Había hecho el amor, o mejor dicho, el sexo con la tal Rubens?, era una alucinación tras otra. ¿Se estaba convirtiendo en un snob del sonambulismo? No lo sabía, pero notaba que algo se transformaba en su interior, recibía estímulos, se sentía con fuerzas, no temía donde le llevara la desembocadura de este río escatológico. En su faceta bipolar se encontraba en un surtidor emergente de euforia, ¡ánimo, tío, se dijo. Se terminó el lloriquear. Le dominaba un estado de poder que iba aumentando paulatinamente.
Andy López haría frente a todo lo que había y a lo que estuviera por venir en el camino… y si no, siempre le quedaba el atajo del destierro a un remoto subsuelo nativo y comenzar desde cero con la desconocida tierra rural. Aprendería a cultivar almas sin esclavos, ni lamentos de queja en los campos sureños, emprendiendo distancias de pasos descalzos. Suspirando… respirando… escuchando los tambores bajo la piel del cielo. Lucharía con los virus, hongos y bacterias que amenazan cosechas siendo portadores de plagas como las de ‘el escarabajo de la patata’, ‘el alacrán cebollero’ y ‘la mariposa de la muerte’. Infinidad de ácaros siempre al acecho. Si era necesario habría que combatir fumigando para desinfectar.
…un muelle que salta, una rosca que se pierde o algún misterio que se encasquilla y paraliza…
Y si Sam no la vuelve a tocar, siempre nos quedará París y el comienzo de una gran amistad.
Miró su imagen en el espejo, hurgó en su nariz y se rascó el picor de los testículos. Guiñó el ojo izquierdo y levantó el pulgar derecho con una mueca egocéntrica de satisfacción… quizá más anexa al andén aprobatorio del reflejo anamórfico. Sudaba y olía a sexo, desodorante excesivamente condecorado con el medallón de embriaguez, emblema de honor de macho…
Aromas de pieles de naranja exprimidas en noches frías, de calles gastadas de deseos de vagar con anhelos de excitación. Vírgenes en los portales de los primeros años, edades pobladas de ladillas, purgaciones… chancros sifilíticos…
Entró en la ducha y enjabonó el sensible olfato de la piel de Rubens, pintada en el lienzo de su piel en los cinco sentidos. Secó con la toalla los últimos interrogantes y perfumó su buen humor. Peinó las entradas, vistió la desnudez con tejano y cuero sintético. Le ajustó la correa al cuello y bajó con Jazz a la calle.
Walking the Dog por la calle Vertedero a trote ligero.
Caía una fina lluvia, le motivaba caminar en estos días grises. El agua permitía que se respirara con frescura, armonizando con la naturaleza de una ciudad selvática. Corrían los paraguas y los niños enfundados en obligados chubasqueros de colores chillones. Brillaba el suelo mojado y de los adoquines renqueaba una nebulosa que lo envolvía todo, creando una atmósfera surrealista que le recordaba el ambiente de las películas de Ridley Scott, en especial Blade Runner. Un futuro de lluvia ácida, superpoblación y alquileres en el espacio, con automóviles surcando la estratosfera. Sin bien ni mal… Alegato de replicantes con necesidades terrenales, buscando el milagro de la vida que sus propios creadores les privaban. La lluvia es una huida de la polvorienta secta existencial. Da sensación de libertad, de caminos sin rayas de horizonte, con puertas abiertas a lejanas tierras donde nadie es conocido.
Vamos a ver esa mano, ummm, una buena quemadura… ¡vale!, ya está. Te daré una pomada que va muy bien, te pones un poco por la mañana y un poco por la noche y lo cubres con una gasa, ¿de acuerdo? Acariciaba a su acompañante. ¿Cómo se llama?, preguntó con interés.
Andy Ló… aah, Jazz. Creí que me lo preguntaba a mi.
¿Jack?
No, Jazz. Igual que la música, se lo puse porque es negro y toca el saxofón.
El dependiente de la farmacia esbozó una sonrisa acompañada de una carcajada. El dependiente Jorge Venereo, resultó ser un melómano, un ávido lector, cinéfilo, historiador y tal como hablaba de la mujer, misógino. Obrero aburrido dando gracias a la esclavitud del trabajo, la vida… Después de llenarle el coco de “Duke” Ellington, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Benny Goodman, Billie Holiday, Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane, Charlie Mingus y Ray Charles, con sus diferentes estilos desde los principios folklóricos de los negros estadounidenses traídos como esclavos, le contó sobre el poder negro, los espirituales, el blues… Cuando Andy decidió irse, Venereo todavía hablaba, gesticulaba y reía apasionadamente, contento de haber encontrado una persona que le escuchara tan atentamente. No le cobró la pomada y le regaló el libro “Niebla” de Unamuno. Se despidieron con un afectuoso apretón de manos.
Jorge Venereo charlaba por los codos, pero sabía lo que decía y Andy simpatizó con él, admirado de sus conocimientos y de sus mismos gustos. Disfrutó participando en la conversación y prometió acudir a las tertulias que daban los jueves en el bar de las Artes.
Acompaña el vaivén de la puerta de cristal de la farmacia. Por un instante piensa que hay demasiadas puertas en sus vivencias, que se alzan muros infranqueables. Conclusión, derrumbar barreras. A partir de ahora, él limitaría sus pasos al infinito

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