Pretendíamos, todos teníamos ganas de ello, los tres deseábamos que la gente se llenara de la música que a nosotros nos inspiraba cada día, nuestro ruido de fondo, las negras y corcheas, las llaves y los silencios, que a los dos conectaban cada una de nuestras acciones, que acompañaban mis propias acciones.
A las nueve con treinta y cinco minutos la oscuridad se esparcía totalmente en las calles centrales de Santiago, o al menos la luz natural ya no se dejaría ver hasta unas horas más, la luz artificial dominaba en aquel momento, durante la noche en una ciudad tan grande un combate entre la luz de las estrellas y la luz del cartel publicitario sobre el edificio más alto de la avenida O’Higgins, sería absurdo.
Desde la ventana grasosa del departamento ubicado en el quinto piso del edificio Bahamondes, esa con vista al mall de productos chinos, escapaba una música que luchaba en una pelea tan absurda como la ya mencionada, con los ruidos provocados por los automóviles y los autobuses, el bullicio tradicional ya impregnado en la atmósfera de la ciudad. Y fue por ahí que un extranjero, un forastero conocedor de otras latitudes, vio como mi alma resbaló flotando en un arcoiris de notas grises por el balcón, mi alma deseosa de ciudad, de callejones oscuros y de aire contaminado, de cigarrillos baratos y de gente enloquecida a causa de su rutina, de sus cambios, de su vida diaria, enloquecida de ellos mismos.
El grito al interior del departamento se sintió sólo en la mañana, cuando su madre encontró el cuerpo tirado en el piso junto a algunos plásticos rotos, la policía discutía la posibilidad de un suicidio frustrado pues los moretones indicaban haber recibido violentos golpes recientemente, y la tierra hallada en sus brazos simulaba una caida al parecer desde su balcón, luego de la cual habiendo sobrevivido habría tomado la decisión de cortarse con los plásticos de las cajas de discos, o al menos, eso fue lo que leí antes de tomar el avión hacia Buenos Aires.
Su carrera nocturna lo llevó a la plaza más central de la ciudad, el lugar más contaminado, y a un costado de la Catedral, al fin pudo descansar.
. Por favor, qué triste, de verdad.
Crónica exacta de lo gris que está a veces la vida. Más allá de la técnica está muy bien escrita, Andrés. Crónica triste pero crónica vívida a pesar de la muerte. Un abrazo.
Relato diferente e interesante.
Atmósfera brumosa de ciudad del norte y un hecho triste. No consigo entender las razones (¡aunque quién las entiende!)
Muy chulo.