entonces estabas ahí y no sabías si era verdad que aquellos árboles que circundaban la calle de la facultad provenían de parís; ¿plátano? alguien dijo eso, la cosa es que esto no es parís, ni siquiera la imagen de la escena de la película de la vista de todo lo que eso era, no era, no. era montevideo, es, dijiste, santas tus palabras, una aberración, pero bueno, si querés en algún sentido podés estar en parís aunque de hecho no lo estás, claro, pero en una de esas lo creás. no es tan complicado, no, no, no hablo de que no sea complicada esa ciudad, este juego no es tan complicado, ¿o si? dejame acertar. y después nada, una cuadra, otra, un escalón, un camino y otro lugar. y no éramos.
nadie es ya en estos días. ¿sabés? antes de eso había estado en otro lugar donde leímos a prevert, café con leche, algo así, despedida, ese poema, era surrealista eso era, sí, pero no te conté, quien puede contarlo, justo se me olvidó; entonces, que mala suerte no encontré el otro libro ese que después, al rato, busqué como enloquecida, qué pasa con los clásicos acá, ese que necesito para el curso de inglesa, lo querías hacer no lo hiciste, en fin. cuando bajé me encontré con otros árboles, sí, que extraña manera de satisfacerse con el humo del cigarrillo, esa manera de fumar todo el tiempo y esa risa entre fantástica y exagerada. pero no estaba, bajé, nada más. cuando volví el cielo sobre los techos, igual, y comentaste aquello sobre la planitud de la ventana de enfrente, algo así ni siquiera lo recuerdo te. y esto es montevideo, pequeña antisocial creelo sí y no hay vuelta atrás, primero con ese teléfono me mirabas, yo no era esa, lo advierto, al principio, que disparate y te reías, y continuabas con tu risa que se prolongaba en la mía y no terminamos de contar si había comenzado el domingo o ese día que ni nombre debe tener porque era causa, si había comenzado el domingo o nunca. nada tiene sentido, aplausos, habían hojas en el piso, hermosas, y una brisa, no me gusta la palabra brisa. pero quien se acuerda de esa noche, lejos, allá cuando el hallazgo era un rostro, una pantalla, una voz. y vuelvo al metro cuadrado medido por las agujas del reloj entonces me encuentro con las ganas de seguir interrumpiendo al tiempo, de cortarlo con una tijera con algo filoso barato exquisito cruel punzante así como tus ojos mirando la tierra dando vueltas, el infinito matizado de la noche, otra vez. ahora tomo un poco de agua y me acuerdo de las cadenas, respiro un poco, me afirmo a mi, acomodo los almohadones, no no acomodo nada. y el trapecio estaba allí ¿lo viste lo vieron? pero no me subí, no llegaba, es más, si andaré con suerte que miré para otro lado, gracioso el caso, da igual. no estaba delirando si lo preguntaste en serio solo intentaba estar ahí y ni siquiera lo logré. allá se fue y cuando regresé estaban los de siempre, pero yo no, andaba en otro lugar buscando un pergamino una novela un café un cigarrillo y una tormenta para terminar de vivir o morirme del todo.
Un comentario sobre “Ultima parte”
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!Sorprendente profundidad de emociones existenciales!. Desde el recuerdo de las ciudades heterogéneas hasta lo circular de las propuestas tan concretas como prolongar la vida acomodando almohadones, tomando el café en una ciudad diferente a la pensada o mirando al lugar donde se evade el humo de los cigarrillos. Es enorme la cantidad de reflexiones que se puede entresacar de la lectura de tu texto, Celeste. Se lo puede enfocar de muy diversos ángulos pero hay una raíz profunda que se llama “Imágenes”. Sí. Me descubro a mí mismo constatando imágenes perennes cuando intento construir un esquema mental al leer tu texto. Y me asombra tal capacidad innata que posees. Terminar de vivir o morir del todo. !Qué grande manera de completar un cuadro anímico lleno de vida sustancial!. Éramos y no éramos a la vez. Pero tu voz me llena de sentido.