LOARRE

¿Cómo? ¿Qué no habéis estado en Loarre? El próximo lunes, nada más acabar de trabajar, os llevaré para que lo conozcáis. ¿Y vosotros sois aragoneses? A mí, vergüenza me daría”. Jota no se atrevió a replicar, sabía que cuando JOTA se ponía así, no había nada que hacer. Un único intento con una pizca de humor. ” ¿Y si traigo un justificante firmado por mi madre? Ya sabes que no soy hombre de excursiones.” JOTA aceró los ojos. “Ni aunque te lo firme el Papa de Roma”. Lo dicho, no había nada que hacer. “Al menos me dejarás poner la música. ¿No?”

Llegó el día señalado y Jota bajó al bar con su escasa mochilica al hombro y un triste sombrero de excursionista. “¿Ves? Al final se me han olvidado los crampones. Serán los nervios. ¿Te he dicho ya, que tengo tendencia a potar?”

JOTA se levantó, y casi arrepintiéndose del viaje por iniciar, se acercó a la barra y le dijó a José Tomás, “Anda, ponle un cortado a Edmun Hillary”. L, liviana y élástica, fingió no conocerles. Ella también había sido abofeteada con lo de Loarre y se disponía a sobrevivir a la jornada que sólo había empezado.

El tiempo pasó rápido, como la condena naranja en el corredor de los muertos, y JOTA hacía guardia a la puerta de la oficina. “Vamos, que tenemos mucho por hacer”. Resignados, bajaron al encuentro de la nave que les dirigiría muchos siglos atrás. “Ya escucho las voces de nuestros mayores. Os llaman. Llevaban años esperándoos”. “¿Y no podrían esperar unos añicos más?”.

En el coche, seis ojos se ocultan detrás de unas gafas de sol, cada uno de la suya, L no quiso compartir su mirada. Rumbo al norte, el asfalto iba quedando atrás y casi podías oler la clorofila desparramada. “Toma, pon éste de Tachenko. Os gustará. Y ponlo fuerte, coño”. JOTA paga el precio y coloca el cedé. Silencio. Bajo, batería, guitarras… ¡Ya están aquí”.

Ven conmigo a pasear, ya sabes que el mundo se acaba.

La velocidad aumenta, el corazón se dispara, el infinito está aquí al lado. STOP. Segundo tema. Jota piensa que ha sido una buena idea lo de las gafas cuando nota una lágrima al borde del precipicio.

Hay días que voy hacia el huracán.
Lo creas o no, he oído tu voz sobre las demás.
Y no hay nada más
que pueda tranquilizarme igual.

“La felicidad”. JOTA y L no comprenden. “La felicidad debe ser así. No me importaría morirme en estos momentos”.

El camionero había abandonado la huelga hacía unas horas. Transportaba enormes bobinas de cobre.

Cuando recogieron sus cuerpos, a nadie le pasó inadvertida una extraña sonrisa en sus labios rotos

Deja una respuesta