Perdido en la espesura del bosque,
el obsceno viejo lobo verde,
espera cruel la llegada pronta,
de la joven inocente Caperucita,
la lujuria obscena del lobo salido,
surgido de los fondos del averno,
pone un tono picante a la escena,
la pornografia se siente en la fronda,
estamos inmersos en el sotobosque,
erótico del doble sentir del follaje,
el del verdor y el del adorno superfluo,
que me llevan a pintar este verdinegro,
paisaje lascivo en la arbolada fronda.
Mientras bastante alejado del bosque,
en un pastizal perdido en el tiempo,
en un prado olvidado en el espacio,
un hocico amplio de apariencia rumiante,
corta y mastica la hierba con fruición,
se regodea moviéndola entre sus belfos,
antes de tragar el pasto que le alimenta,
el deleite verdadero de este simple acto,
es sublime en simismo y complace ampliamente,
al herbívoro animal de amplia cornamenta,
tal vez el disfrute de este bóvido ser vivo,
no sea tan lujurioso como el del cetrino lobo,
pero el placer de sentir la fresca hierba reciente,
le lleva a un climax que le hace llegar igualmente,
a un extasis glorioso de eyaculación en el verdor.
Mientras en una habitación pintada en verde pastel,
en un hotel que sirve al amor y al deseo carnal,
en el bello corazón del Madrid de los Austrias,
un oculto amante regala una joya a su amada,
el glauco color de la esmeralda recibida gustosamente,
refleja también un sentimiento profundo y noble,
que eróticamente aparece apasionado en sus ojos,
la pasión del recibimiento entre sus muslos abiertos,
de otra joya tierna y dura hecha para el amor,
da un toque caliente lujurioso incitándola picante,
el Monte de Venus se levanta pleno de deseo eterno,
esperando lascivo el momento en sueños sublimado,
de la lujuriosa penetración del arma homicida del amor.
Mientras menos picante,
la oliva permanece quieta,
en la rama del olivo,
esperando su recolección,
por manos amorosas,
de color aceitunado al sol,
de jieneses expertos,
que las recogerán diligentes,
cuando estén maduras,
que las aliñaran sabiamente,
con maestría inigualable,
metiéndolas después,
en botes bolsas y frascos,
junto a un líquido verdemar,
para hacerlas por fin acabar,
de forma ovalada verdosa,
lasciva y apasionada,
entre nuestros blancos,
complacidos dientes,
invitando al erotismo,
en nuestras verdes mentes.