Cuando yo era niño la azotea de mi casa en Madrid estaba llena de flores y yo imaginaba que era el puente de un barco que viajaba cambiando el color de los días y el calor de las tardes… y enfrente, justo enfrente, estaba la princesa asomada con sus lindos cabellos rubios y mirando fijamente. Y yo me enamoraba del color, del calor y de la princesa.
Cuando yo era niño el gato de la vecina, por las noches, se colaba por la ventana y se eschaba a dormir a los pies de mi cama. Y aquel gato me hacía abrir un árbol genealógico de los animales de la selva de mis soñadas aventuras a los que yo tenía que ahuyentar para ganarme el amor de la princesa.
Y en la heladería del barrio la princesa de la casa de enfrente reía satisfecha y halagada cuando yo le contaba que la había defendido del ataque de un tigre voraz, un lobo hambriento, un alacrán venenoso y una arpía voladora que se la quería llevar, por lo aires, para devorarla en la gruta.
Cuando yo era niño el color de los días y la rubia princesita eran los lugares donde me guiaban las cosas nuevas y desconocidas para mí. Y yo las recuerdo como hablándome todavía a los ojos con su lenguaje de cuentos y espejos con historias sin palabras… nada más que con la emoción de entender que era yo mismo quien algún día las escribiría con la caricia efímera de este fuego liviano que es haber crecido dejando ya la adolescencia en el regazo de las lunas hechas resplandores de sueños…
¡Qué recuerdos de azoteas, desde donde se divisaba un panorama entrañable! Desde el balcón de la casa en que nací se divisaban perfectamente las azoteas de los vecinos de la acera de enfrente, se les saludaba, se conocía a toda su familia, la profesión del marido, los posibles problemas que tuvieran porque ellos lo contaban, en aquella época se contaba todo a los vecinos.
Mi amiga y yo nos asomábamos a ver la terraza (y patio de juegos al tiempo)del colegio de los Agustinos, si es que no teníamos clase y ellos sí. Así los espiábamos. Luego los encontrábamos por la calle y quien más quien menos ligaba con ellos, aunque a veces tocaba pelearse, sobre todo mi amiga que llevaba unas gafas con muchas dioptrías (eso acabó hace muchos años gracias a la magia de las operaciones de ahora) y se metían los chicos con ella.
¡Que guay! Esa época es la que marca todo despues. Sabes que creo que la gente es de una manera u otra en función de cuanto recuerdan y cuando han olvidado de nuestras pequeñas grandes aventuras en la niñez… nunca deberíamos apagar ese fuego simbólico que nos caliente por dentro. Un saludico
¡Que hermosos recuerdos, Diesel!, el respeto y cariño que le tienes a las vivencias de tu infancia me hablan de la fortaleza y nobleza del hombre que eres ahora, y mas aun, nos haces recordar nuestras propias infancias ^_^
Saludos!
Conserva siempre esos recuerdos Diésel…Habrá ocasiones en las que te servirán de compañía. Y cuando estés alegre recordarás tu infancia como un tiempo de felicidad perdido pero conservado en tu mente. “Nada más que con la emoción de entender que era yo mismo quien algún día las escribiría con la caricia efímera de este fuego liviano…”. Bellas palabras. Nunca dejes de escribir.
Un saludo
Amigo pirata de azoteas, veo que sigues igual de soñador que entonces.
Bello relato.
Gracias a todos los que habeís comentado. vuestro conjunto de sentires me dan una proyección nueva y creo en la inconfudible razón del sentimiento para hacer causa común con los recuerdos y con la memoria. A los cinco os agradezco profundamente y a los cinco os leo yo también con gran pasión.