Sus ojos brillaban, encendidos por la oscuridad que la rodeaba, pero sofocados por las sombras de su alma. Afuera el mundo corría a nuestro alrededor, las ventanas mostraban escenas que cambiaban con cada segundo y que la mente apenas podía percibir. Yo solo podía observar sus ojos, detrás de los cuales se escondían historias enterradas tan en el fondo de su alma lastimada, tan turbias, tan olvidadas y tan negras, que consumían la luz que intentaba fluir de ellos. Tenía una mirada perdida que yo trataba de atrapar, de calmar, de proteger. Estaba tan embrujado que no repare cuando se detuvo el tren.
Tan absorbido por esa tristeza, que no repare que se dirigía hacia la puerta opuesta de la plataforma. Mi alma intento atraparla antes de que saltase, pero mi cuerpo inútil y adormecido no fue lo bastante rápido. La vi volar enfrente de aquel tren, y podría jurar que vi una sonrisa asomarse de sus ojos justo antes de partir. Era como si supiese que con ese breve momento de dolor físico, de dolor en ese cuerpo que ya había aguantado todo, sufrido todo, se liberaría su alma. Por fin huiría de esa cárcel de espíritu que la detenía, y por fin aquellos secretos que escondían sus ojos escaparían, libres junto al viento, compartidos por todos los presentes para hacer la carga un poco más fácil.