– Abuela ¿dónde vas?
– !A contar frailes que me han dicho que falta uno!
Y la abuelita, muy ofendida y cansada de tantas travesuras, cogía el portante y salía disparada hacia la calle sin decirnos dónde se iba… pero todos sabíamos, desde hacía tiempo, que se iba al Parque del Retiro a encontrarse con sus amigas y pasar la tarde charla que te charla sin el incordio de los cinco nietos pegados a su falda.
Y allí quedábamos todos, con el aire perfumado de la abuelita suente sintiéndolo en nuestro ánimo. Por un lado, la libertad de poder jugar a policías y ladrones sin tener que ser amonestados y, por otro lado, la nostalgia de sus bellos ojos azules siempre protegiéndonos.
– !A contar los frailes que me han dicho que falta uno!.
– ¿Estaban todos, abuelita?-
– Sí. Estaban todos. Fue sólo una falsa alarma.
Y todos nos íbamos a la cama con el dulce respiro de que la abuelita había vuelto una vez más.
– Me voy, José… y esta vez es para siempre.
– No, abuelita. Volverás otra vez.
– Esta vez. Esta vez es para siempre. Pero quiero que me prometas que no harás como tu tío Benito. No te quedes solterón ni pierdas tu salud con las prostitutas.
– Te lo prometo abuela. No te preocupes por mí8. Tengo el amor de una mujer cosido a mis entrañas.
Y la abuelita, esta vez, ya no volvió jamás…
Madrid, 29 de marzo de 1983.
(Ya no soy un niño. Ya no está aquí la abuelita contándome por las noches cuentos de fantasmas y aparecidos ni marchándose a contar frailes porque le había dicho que faltaba uno… pero sus bellos ojos azules siguen protegiéndome).
. Qué ternura.