A la luz de una vela

Se ha ido la luz eléctrica en este pequeño pueblo colombiano de Salenco (en la bellísima ruta cafetera del Valle del Cocora) y estoy escribiendo estas notas de mi diario junto a una vela encendida. Me imagino, traspasando siglos hacia atrás, a los escriotres del siglo XVII fabricando poemas, relatos o novelas a la luz de los candiles en la Vieja Castilla. Hombres enjutos empuñando plumas de aves que mojan en los tinteros mientras van rasgando sobre el papiro los ecos del diapasón de sus pensamientos.

Leemos en los libros de historia cómo debía ser, más o menos, aquella vida en que, no habiendo luz eléctrica, los hombres y las mujeres se recluían al anochecer en sus viviendas, reuniéndose todos ellos alrededor de un candil, un quinqué, una vela o algún otro invento para dar luz de cera y aceite. Así se comunicaban entre las enormes sombras de la noche.

Aquí estoy, a solas con mi escritura, al lado de la luz de una vela y en completo silencio. Ladran los perros en la lejanía. Miro hacia la ventana y observo el reloj de la iglesia. Son, exactamente, la 7:06 del anochecer. Cielo brumoso con tintes de tormenta y yo aquí, en mi habitación, escribiendóos a vosotros, amigas y amigos del Vorem, y sintiendo vuestros latires al lado de las sombras de mis dedos que se alargan, por efecto de la luz de la vela, sobre el papel.

Tengo a mi lado un libro de Antropología que me han prestado para poder leer en esta noche oscura. Sin embargo, yo os escribo con el sentimiento para contaros que en todos los círculos humanos siempre hay un motivo para sentirse, palparse, notarse en el silencio de la noche.

Abro ahora el libro, al azar, por la página 126 y leo el siguiente párrafo: “Al hablar del cuerpo como diálogo tónico, el tono prepara y guía nuestros movimientos. Con un buen tono se pueden dirigir los movimientos en forma eficaz y coordinada”.

Miro mis dedos mientras mi mano derecha, incansable, escribe y escribe… y pienso en vosotros seres humanos que estáis, en estos momentos, delante de la computadora: el contacto mental con los demás debe see siempre un intercambio afectivo y profundo.

Y así os cuento que, ahora, compañeras y compañeros del Vorem, la cera de la vela se va derritiendo lenta lenta lentamente… y las montañas del bellísismo Valle del Cocora están ahí presentes, majestuosas, inmensas, verdaderamente hermosas.

Un comentario sobre “A la luz de una vela”

Deja una respuesta