Hablamos de 1992 en Madrid, España. Alguno que yo sé de memoria (como Diego o Antonio o José por citar a tres que se lo creían demasiado) deberían aprender que ser un futbolista a pleno rendimiento, a mil por mil de facultades tanto en lo físico como en lo mental, y ser siempre de los más destacados en todos los partidos, cuando ya se tiene 43 años de edad, sólo está al alcance de muy poquísimos seres humanos. Cuando aparecí en Ecuador resulta que ya había incluso rebasado los 43 y eso porque a los 43 años de edad todavía seguía siendo un jugador de los de super clase y en perfecta forma física y mental. Alguno que yo sé de memoria (como Diego o Antonio o José por citar a tres que se lo creían demasiado) deberían aprender un poco más de fútbol en lugar de dárselas de listos cuando los rivales les roban balones como gitanos robando melones. Pasaban el balón en tan malas condiciones para ser bien jugado por el compañero al que se lo intentaban pasar que deberían volver a leer la cartilla elemental de los que es pasar bien el balón tanto en el pase en corto, como en el medio o el pase en largo. Tres cosas que yo siempre supe hacer desde que tengo uso de razón. Alguno que yo sé (como Diego o Antonio o José por citar a tres que se lo creían demasiado) deberían haberme visto jugar a mis 43 años de edad en la capital de España o los grandes partidos que realicé, ya con más de 45 años de edad, en el mismo Quito donde ellos se creían los mejores pero perdían los balones como si los gitanos se los robasen como melones. Quizás es que los fundamentos del futbolista no los habían asimilado del todo y por eso se quedaban a medio camino, entre Pinto y Valdemoro, para poder triunfar como se debe triunfar. A mis 65 puedo todavía demostrárselo sin esfuerzo alguno. Lo que pasa es que ya me la sudan del todo.