Rilke murió al pincharse con las espinas de una rosa de su jardín privado (él era hemofílico y la sangre brotada le condujo a la muerte). Fue en realidad una manera de morir sacrificándose ante la belleza. El éxtasis de una flor nos puede matar el cuerpo. Rilke fue un poeta ebrio de lucidez, peleado con las sombras que intentaban sepultar la esencia de su ser. Y vivió como un ser al desnudo bebiendo zumos de la realidad entre vacías tinieblas. El mundo lastimaba cruelmente sus sentidos y eso le hacía ser maestro de las abstracciones y enemigo de la temporalidad.
Los afanes utópicos de Rilke le guiaban a los propios orígenes de la poesía, a las labores artísticas de hacer de él un creador de subjetividades casi “religiosas” porque se convirtió en una especie de sacerdote de las trascendentales verdades del alma interior humana. El oficio de sus certezas era entrañarse (hacerse entraña viva) con los hermetismos. Como un poeta sagrado.
Por eso, al apostar por Rainer María Rilke y sumergirnos en sus poemas, sabemos o debemos saber que entramos en el contexto de un lenguaje de constantes paradojas entre el ser y el parecer. Son las analogías que vemos claramente visibles en, por ejemplo, sus Poemas Nuevos (cuando ya Rilke había madurado toda su creatividad).
Rilke pretendió acometer la soledad durante gran parte de su existencia quizás motivado por la anodina multiplicación de los seres humanos en las ciudades (esos seres que, como dejaba entrever Grekosay en un acertado comentario, no tienen manos para la cultura porque están ocupadas con las bolsas de compras de los grandes almacenes) o tal vez, quizás sería mejor decir que Rilke se motivaba con los sentimientos de un ser desarraigado del mundo en su totalidad y a quien los hechos (triviales o trascendentes) le llegan a aburrir. Por eso Rilke se hizo espiritualidad inasible, aspiración a lo infinito, con mucho de un misticismo como de San Juan de la Cruz “a lo alemán” o como de Unamuno “a lo francés”. Su independencia de lo externo y su dependencia de lo interno se cifra en sus poesías, que aparecen siempre llenas de reflexiones que giran sobre ellas mismas dando la vuelta al mundo interno de los sentidos.
Rainer María Rilke era un Rainer María que vivía en el mundo de lo fugaz y, a la vez, un Rilke lleno de comprensión de las honduras de ese mundo que buscaba continuamente más allá de cualquier frontera léxica. “Las cosas no son tan comprensibles y descriptibles como generalmente nos quieren hacer creer” llegó a decir en un momento. Y es que para él, como ocurre con muchos otros poetas de finales del siglo XIX y principios del XX, la mayor parte de los acontecimientos son indecibles. No se pueden decir.
Por eso a la poesía de Rainer María Rilke (así, en conjunto, en todo lo fugaz y lo hondo que contiene al mismo tiempo) hay que adentrarse, si apostamos por ella, con el pensamiento primordial de que el primer hombre histórico que comenzó a hablar (llámese Adán o cualquier otro) también tuvo en sí mismo el don de proferir la frase, la palabra y la metáfora refiriéndose “a lo profundo de las cosas” (y de esta deducción es mejor no ironizar para poder comprenderla en toda su ilimitada concepción).
Al apostar por Rainer María Rilke debemos estar preparados para afrontar las dificultades de una soledad asumida (fortaleza de todo poeta con carácter) y darle una respuesta que puede ser más o menos artística pero que nunca puede ser vacua, vacía, sin contenido interno e intimista. Porque Rilke siempre busca en la quietud de la profundidad dejando escuchar todo lo que cree saber. Por eso una vez escribió: “No comprender es estar solo”. Si no entendemos el mundo es que estamos lejos de él y de todos los que lo pueblan, aunque los poemas que salgan de nosotros pertenezcan a ese mundo que tanto desconocemos.
Al apostar por Rainer María Rilke estamos entrando en la paradoja de tener un silencio con quien hablar (algo que Kierkegaard pudo señalar como “la enfermedad mortal de la angustia”); pero de esa paradoja siempre surge el verso visionario que convierte al poeta en una totalidad de infinitudes inconmesurables por lo que podemos llegar a imaginar al leer sus poemas.
Por eso, para terminar este mi artículo vorémico, presento el poema rilkeniano titulado “Por ti, para que tú un día llegaras” (de su poemario Poesía Nuevas).
Por ti, para que un día llegaras
¿no respiraba yo a media noche?.
Porque esperaba, con magnificencia
casi inagotable, ganar tu rostro
cu ando reposó una vez entre el mío
en infinitas suposiciones.
Silencioso se hizo espacio en mis rasgos,
para responder a tu gran mirada
que se espesaba, se ahondaba mi sangre.
¡Qué expresión. Su mirada en mi interior
para que, cuando crece tu sonrisa,
proyecte sobre ti espacio cósmico!.
Pero tú no vienes, o vienes demasiado tarde.
Precipitaros, ángeles, sobre esta
línea azul. ¡Segad, segad, oh ángeles!.
Con razón son muchísimos los analistas literarios que consideran a Rilke el mejor poeta de lengua alemana. Quizás se le acerquen Hofmansthal y Heine. Y salvando las diferencias históricas y sociales algunas cosas de Goethe. Pero Rilke es verdadermaente genial. Leo el verso y lo considero superior. Leo tu análisis y lo considero grandioso. Un beso, Diesel.