Ana miró el reloj. Sin darse cuenta habían pasado ya tres horas desde que se sentó frente al ordenador. Si su madre se enteraba de como había utilizado el tiempo en vez de estudiar le regañaría. Quitó la conexión a la línea telefónica al oír que las cadenas del ascensor se ponían en movimiento. Era su madre que volvía del trabajo. Debía de simular que había pasado toda la tarde estudiando. Se levantó al servicio, y al mirarse en el espejo vio como sus ojos llorosos del tiempo pasado frente al ordenador la delatarían.
Corrió rápidamente de nuevo a la habitación, y cogió de su estantería el libro de física y lo dejó sin cuidado sobre la mesa. A los pocos segundos su sospecha se confirmaba:
– ¡Ana, ya he llegado! ¡No te imaginas el frío que hace ahí fuera! ¿Habrás aprovechado el tiempo no?
– Claro, desde que te fuiste no he salido de la habitación.
– Espero que no me estés mintiendo, porque como me entere de que no es cierto eso que dices te quedas sin salir este viernes. ¿De acuerdo?
– Saldré este viernes.- pensó Ana. – Mamá nunca se enterará de la verdad-
Esa noche ella se entretuvo en añadir a su lista los nombres de las personas con las que había estado hablando en el chat esa tarde , así como los datos personales que recordaba de ellas, edad, centro donde estudian, aficiones… Ya eran cincuenta y dos a los que había conocido por ese medio. Aunque existiera gente que no entendía esta forma de comunicación, pero era cierto que sin conocer en un principio a los otros internautas con la que hablas puedes llegar a crear unos lazos de unión muy fuertes. Quererlas como si fueran un hermano más, confiarle tus secretos, e incluso saber más de sus pensamientos que los propios amigos. Por eso, Ana se sentía orgullosa de tener ya a tantas personas en su lista de amigos cibernéticos.
Todos los días de esa semana , al llegar de clases se conectaba media hora . Aprovechaba para merendar a la vez que se relajaba por un rato, se olvidaba de las clases y se aislaba del mundo real. A lo largo de ese tiempo había conocido a un chico que comenzaba a ser especial en su vida, se llamaba Iván . Era un poco mayor que ella, tenía diecinueve años y en cambio Ana diecisiete. Le gustaba hablar con él y si algún día no podía conectarse lo echaba de menos. Era un chaval muy divertido, y sabía escucharla , pero sobre todo, trataban temas con mucha naturalidad, sin tapujos, como si fuera una amiga más para ella.
La confianza fue abriéndose camino, llegando a intercambiarse los números de teléfono para comunicarse más a menudo. Y pronto llegó el siguiente paso: conocerse en persona. Ana pensaba que no habría ningún problema ya que eran los dos de la misma ciudad y se habían convertido en muy buenos amigos. Pero por unas cosas o por otras , Iván nunca encontraba tiempo para quedar con ella, o eludía el tema. Así pasarían tres semanas hasta que se conocieran. Pero , semanas en las que Ana comenzaba a enamorarse y a la vez que esto le sucedía a Iván . Se querían muchísimo, pero mientras que ella soñaba con verle, a él parecía como si solo deseara que ese amor se limitara a frases escritas en una pantalla de ordenador. Ana incluso llegó a plantearse que quizá Iván no fuese muy atractivo físicamente y temiera que al verlo ella desapareciera esa magia que hasta entonces había existido entre los dos. O quizás podía ser que simplemente él no la quería tanto como decía. Tras estos planteamientos, Ana le llamó por teléfono y le dijo:
– Iván , ¡ No entiendo por que no quieres que nos veamos! ¿Acaso es falso eso de que me quieres?
– Por supuesto que no. Claro que te quiero. Y me gustaría estar junto a ti. Pero hay un problema que nunca te había dicho por miedo a que entonces no quisieras estar conmigo.
– Bueno, ¿que te pasa? Sabes que puedes confiar en mi al igual que yo hago contigo. Sea lo que sea, no me hará cambiar lo que pienso de ti, por que ahora es mi corazón el que manda sobre mi mente. Confía en mí.
– Está bien. Es que… soy inmigrante y solo estaré en España durante seis meses, luego se me acaba el permiso de estancia y he de regresar a mí país. No sé si podré volver.
– Pero , de todas formas, si nos queremos aunque haya distancias podremos comunicarnos y aunque sea difícil, todo seguirá igual. Y, de donde eres?
– De Kenia y como te imaginas soy…
– ¿Eres que?
– Que soy negro. No sabía como decírtelo. Este es el principal problema por el que quería que no nos viésemos. ¿Sigues pensando igual después de lo que te acabo de decir?
– Pues , aunque todo esto me esta sorprendiendo mucho y no me lo esperaba ¿crees que cambiará lo que siento por ti, sólo por que seas negro? ¡Claro que no! Yo me he enamorado de un chico dulce, agradable, divertido, al que le gusta contar chistes, reírse con sus amigos, las tardes de lluvia … y lo demás me da igual.
– ¡¡Gracias.!! Muchas gracias por ser como eres. ¡No cambies nunca!
– Después de esto, supongo que querrás que nos veamos ¿no?
– Si, ahora si estoy seguro de todo. ¿Que te parece si vamos mañana a tomar algo por la tarde a una cafetería tranquila?
-Estupendo, estaré a las siete en la esquina de la tienda de ropa de Blanco ¿vale?
– Allí estaré.
Así fue como ella descubrió el secreto que le guardaba Iván. Aunque pensaba que se lo tenía que haber dicho antes, a la vez, se ponía en su lugar y entendía su comportamiento, era totalmente razonable que tuviera miedo ya que hay mucha gente racista por el mundo. Esa noche, Ana tardó en quedarse dormida. Estaba nerviosa, y deseaba que llegasen pronto las siete de la tarde del viernes. Era el momento que tanto llevaba esperando. Pero el sueño pudo con ella y durmió profundamente. Tenía que descansar ya que le aguardaba un día muy intenso.
El viernes se levantó sin ningún esfuerzo, es más, antes de que sonara el despertador los rayos del sol entraban por un hueco de su ventana y la iban iluminando parcialmente el rostro, el de una joven romántica y apasionada .
Se acercaba el gran momento o G.M. como ella lo denominaba. Aunque hasta las siete de la tarde no era la hora de la cita, a las 6 ya estaba lista. Recapacitaba en silencio sobre todo lo ocurrido, cómo habían ido sucediendo los hechos. Los sentimientos que se apoderaban de su cuerpo eran contradictorios, pero todos muy placenteros. Solo estaba totalmente segura de algo, quería a Iván como nunca había querido a nadie y esa tarde podría demostrarle todo su amor. Además sabía que era un sentimiento recíproco, ya que él también la amaba.
El día estaba lluvioso, así que no dudó en coger un paraguas y llegó al lugar del encuentro con cinco minutos de antelación, porque según decía no le gustaba que nadie tuviese que esperar por ella y menos, alguien tan especial. Al poco tiempo divisó a un chico que andaba en dirección a ella, negro y antes de que la alcanzara, salió corriendo se le acercó y le dijo:
– ¿Eres Iván, verdad? Lo noto en el brillo de tus ojos.
– Claro, te prometí que no te fallaría.
Y antes de que dijese una palabra más Ana le besó. Era el beso más deseado de toda su vida, y con la persona que le había robado su corazón. Al terminar añadió:
– Siento haberte cortado, pero es que lo necesitaba.
– No te preocupes , yo igual que tú te deseaba más que nada en el mundo.
– Ahora tendremos tiempo de hablar y conocernos más aún si cabe. Nadie nos separará.
Y así pasaron toda la tarde, entre caricias y besos. Se abrazaban bajo la lluvia pero por supuesto que hablaron y mucho. Él le aclaró todo el tema de su llegada a España y como sería su estancia aquí. Como ya sabía trabajaba como guía turístico en una empresa, pero esto sólo sería hasta dentro de tres meses, ya que llevaba otros tres aquí.
Las semanas siguientes fueron para los dos las mejores de sus vidas, y pasaron momentos llenos de recuerdos inolvidables. Pero se acercaba el día en que se tendrían que separar. Ana no se hacía a la idea de vivir sin él. Su relación estaba formalizada e incluso su madre ya le conocía, sabía su situación y trataba de ayudarles para que alargaran su estancia aquí. Pero todo era imposible.
La noche antes de que Iván regresara a su país estuvieron cenando juntos en un restaurante para despedirse. Las miradas se cruzaban continuamente y apenas había conversación. Al terminar él le dijo:
– No te preocupes. Sé que esto es difícil y que nos echaremos muchísimo de menos pero vendré de nuevo para quedarme definitivamente aquí, contigo, la persona más importante de mi vida. En estos tres meses me has enseñado mucho, y he aprendido a quererte, a luchar por aquello que quieres, no rendirte frente a situaciones complicadas, pero sobre todo, tener esperanza y paciencia.
– Todo lo que dices es precioso y ojalá sea cierto. Sabes que te esperaré . Te llamaré todos los días y por eso he traído algo para ti. Sacó de su bolso cuidadosamente un pequeño paquete envuelto en finísimo papel dorado con un lazo rojo y se lo entregó. Él lo abrió y vio que se trataba de un teléfono móvil.
-Es para que te tenga controlado – dijo ella sonriendo a la vez que una lágrima caía por su mejilla.
Pero él también tenía algo para Ana, algo que no se lo esperaba. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y atrapó una pequeña cajita.
– Después de todo esto – dijo mirándola fijamente a los ojos- yo también tengo algo que darte. Es símbolo de todo el amor que nos une, por que si volviera a nacer , solo desearía volver a conocerte. Has dado sentido a mi vida y te amo. ¿Quieres casarte conmigo? – dijo mientras le ofrecía el anillo.
Se quedó tan sorprendida que no pudo decir nada. Pero no hizo falta, un solo beso selló el compromiso.
– Soy el hombre más feliz del mundo por tenerte a ti . Cada noche cuando salga la luna la miraré yo desde mi pequeña casa y tu desde tu balcón. Sera la que nos unirá noche tras noche. Y cuando regrese nos casaremos.
– Claro, y perdóname por una cosa, mañana no podré acompañarte pues odio las despedidas. Pero en cuanto llegues a Kenia me llamas ¿vale?
Todo terminó así, una historia de amor que seguiría en la distancia. Al día siguiente, deseaba volver a besarle por última vez hasta que volviera a verle. Aún justa de tiempo cogió un taxi que le acercara hasta el aeropuerto pero cuando llegó ya habían embarcado y el avión se disponía a despegar.
Triste, se fue para casa entre lágrimas y compungida. Ahora empezaría lo verdaderamente duro. La tarde la pasó sin soltar el móvil esperando el tan ansiado mensaje, pero no llegaba. Pensó que quizás fuera porque desde donde residía él no había cobertura, ya que era un país pobre sin apenas recursos ni estructuras.
Al día siguiente al ir a comprar el periódico, leyó un titular en primera página horrible: Un accidente aéreo deja 86 muertos . En ese momento sintió algo terrorífico por el cuerpo, le latía el corazón que parecía que se le iba a salir del pecho, pensaba, Ana, ¡tranquilízate!, la cantidad de vuelos que salen desde Madrid ¡como va a ser el mismo! , pero al llegar a la página de sucesos leyó:
Ayer por tarde, el avión del vuelo 489 con destino a Kenia se precipitó al mar provocando la muerte de 86 personas. No hay supervivientes…
Muy lindo texto… increíble e inesperado. Como cambian y suceden las cosas en esta vida… los giros que da. Triste final, sin lugar a dudas. Desgarrador, pero eso si, no se puede decir que ella no aprovecho los momentos con el, los aporvecho y los grabó muy bien en su mente. Como dice el dicho. El hombre propone y Dios dispone. Saludos Edu.
Esta historia nos enseña que Murphy SIEMPRE esta a nuestro lado =-|
Saludos de un devoto del Murphyteismo
Y, por cierto, un excelente relato. Me laten mucho tus escritos.
…Sniff, que buena historia ha logrado conmover mi quieta indiferencia dormida, pude verla en colores, felicidades me ha gustado tu texto. saludos.