Abandonando las falsas premisas de lo dispuesto por las leyes dictatoriales de los diurnos filósofos de la tan cacareada complejidad femenina, los bohemios ruedan sus horas en los cafetines de la madrugada y en las puntas de sus palabras siempre hay escrito un único nombre de mujer envuelto en miles de homónimas presencias.
Son anónimos amores de luna plateada que se entrecruzan como espejos de la soledad y, sin embargo, en el epicentro de todos ellos -que nunca llegarán a consumarse- se encuentra el verdadero amor del poeta que escribe en una hoja de papel algo así como “a través de todos estos sueños de madrugada estás tú, única causa fundamental de toda mi existencia” y recoge su equipaje lleno de estrellas amarillas para convertirlas en un sol donde calentarse… y se marcha… y se va al cafetín de enfrente a seguir viviendo amores de papel y de palabras, de verdaderas palabras nocturnas que verán la luz a la mañana siguente cuando él ya no esté alli (quizás vuelva a la madrugada siguiente o quizás invente nuevos amores en otro cafetín de la siguiente esquina) porque está viviendo, en realidad, el epicentro de toda su pasión.
Amores bohemios: el kitsch dulce del único coctel amoroso de todas sus madrugadas…