Anatomia de un detalle

A la salida del pueblo, encuentro una enorme roca, que posiblemente de ha convertido, con el tiempo, en una especie de símbolo y punto de referencia o de orientación para los lugareños, y las gentes que venimos a pasear…

El pueblo debe tener unos doscientos tres habitantes, posiblemente menos. Lo ignoro. Es un lugar pintoresco y muy tranquilo, se respira calma y lentitud. Sus pocas calles son muy estrechas, de hecho en la entrada ya hay una señal de tráfico que lo insinúa… prohíbe estacionar en cualquier calle. En una de las zonas más exteriores hay una calle muy amplia, donde posiblemente estaciona el camión del butano, de la recogida basuras, pues allí están los contenedores …, y así pueden maniobrar, o quizás lo utilice algún que otro vecino, pues no es posible acceder a sus calles en vehículo a motor de cuatro ruedas.

A las afueras, pero no muy lejos, está el cementerio, con sus cruces aburridas y tristes de tanto color grisáceo, y de quieta simbología. De vez en cuando entran y salen pajaritos pequeños, que van y vienen. La disimulada desolación, el horizonte llano junto al cielo inacabable y esa paz, me ayudan a re-generar unas alas cortadas y heridas de tanta tontificación, ahí en medio, la mente entra en calma, en serenidad. El juego sutil y restrictivo de mi abuela, allí pierde su fuerza,( creo que una fuerza que yo mismo concedo sin darme cuenta);allí en medio estoy a salvo de su programación neurolinguistica; allí en medio, por un rato puedo respirar por mí mismo, pensar por mi mismo, sin temor a triunfar o a fracasar. En la salvaje calma del paisaje, encuentro serenidad y basurero para el ego falso. Por unos segundos puedo estar en el vacío….donde todos los agotadores mecanismos de defensa y sobreprotección desfallecen. La existencia me devuelve las inocentes alas mutiladas; más tarde el sistema intentará contaminarme nuevamente. Mi padre, posiblemente arrojará sobre mi vulnerabilidad dosis de sarcasmo, me multará por no entender indirectas o el sentido figurado. Descubro que los vendedores y constructores de miedos, de culpa, de salvación, de pecados y castigos, no pueden ni inducirme ni obligarme a odiar o a querer, a nadie. Ni a pensar u opinar sobre cualquier cuestión. Allí puedo volver a ser un niño sin capacidad para emitir juicios.

Voy caminando por esas callejuelas con olor a tronco quemándose a los pies de chimeneas; a sopa concentrada. Entre medio de esas casas de pueblo de dos pisos, se oye el insoportable silencio que deja el viento cuando limpia y limpia el ambiente. Nadie por las calles. Ni siquiera un fantasma. Ni una sola tienda, aunque sea de pan artesanal hecho a la antigua.
Se oye el silbido del viento pasar junto a las paredes blancas unas y de color otras.
Al fondo del cielo azul, y tras las fachadas, se oye una máquina de las que marean el cemento, posiblemente de algún patio interior a reformar.
Un poco después, la ráfaga transparente trae el sonido de un tractor, más o menos lejano, hiriendo la tierra, bajo útiles e interesadas justificaciones.
Según se camina aparece una especie de plazoleta,el único banco está vacío de presencia humana, me inclino a sentarme en su regazo; por el suelo una vieja revista local medio estropeada, quizás por el sol, o por las lluvias de una sagrada media tarde cualquiera, queda atrapada entre las patas de una papelera y una pared dejada y poco cuidada,la revista está a salvo de un viento suave que viene y tal cual se va.
En la portada, una foto de época, en blanco y negro o negro y blanco, según se mire. Un grupo de alumnos y sus monjas maestras con aquellos atuendos de antes. Contemplar aquellos ingenuos y sonrientes rostros casi borrados, en medio del silencio, junto a un viento que silba, entre callejuelas de pueblecito, me produce una extraña sensación “¿Que habrá sido de esas gentes?” Pregunta el pensamiento. El viento va sacudiendo un antiguo papel que alguien ató a un gancho de una ventana, de vez en cuando se lee “Se Vende”, ese papel está plastificado y deformado por la acción del sol, todas las ventanas bajadas,;la mente me hacia pensar en un recuerdo abandonado y olvidado, ¿se habrán olvidado estas gentes de que tienen una casa para vender?… Recuerdo cuando mi padre me prometía llevarme a algún sitio si primero hacia alguna cosa que me pedía, luego astutamente me daba a entender algo… y al final se salia con la suya y yo me quedaba sin lo prometido,sin entender nada, mi cuerpo somatizaba aquel terrible y a la vez entristecedor acto. Semillas de desconfianza y decepción en un niño manipulable y medio triste, que se maravillaba mirando los caminitos que hacían las hormigas hasta sus escondites a simple vista.
¿Que hubiese sido de nosotros si nos hubiesen enseñado directamente a escuchar, a comprender, a aceptar, a ver ?
Muy cerca, a pocos metros, cuatro o cinco gatos muy jóvenes, mirando y curioseando al caminante, unos se van por la esquina huyendo, y otros esperan a ver qué o quien pasa.
Por las calles estrechas ni un solo perro, ni por allí ni por allí. Se oían palomas, posiblemente en algún cobertizo.

Siguiendo la calle en dirección a donde uno camina, veo en una pared una especie de caja de cristal, donde se cuelgan los bandos y anuncios referidos a las cosas de los pueblos. Tras el cristal cerrado bajo llave, un anuncio fechado de meses atrás comunicaba las peculiaridades del la fiesta mayor, que si esto, que si aquello. Un poco más allá, justo en el margen de la calle, a ras de suelo, una pobre botella de plástico chafada, parecía una pobre botella olvidada y abandonada, después de usada tirada.”Ya te apañaras como puedas” debió pensar algún bebedor. Todo aquello me producía la impresión de que fueran restos de costumbres o de vidas que hubo allí. Cerca de la caja de cristal un papel enganchado en la pared, medio estropeado… El texto del cartel, anunciando una procesión, el rostro sufrido y lloroso de un símbolo que pretendía ser la virgen mariana medio borrado por el Sol, la fecha del acontecimiento, la soledad ,el sitio y el viento rozando en las paredes me conmovían un poco. Mi mente y mis manos, que aún buscan sin saber como, a alguien con quien compartir, iban sacudiendo las llaves del coche protegidas por un bolsillo…De vez en cuando por la alejada carretera más principal pasaba algún que otro coche, camión…¡Vaya uno a saber!… El sonido de ese motor que quebraba la sencillez creada por un ambiente algo desértico, en la mente me producía una especie de recuerdo “retrocognitivo”. Cosas pasadas que pueden condicionar para mal y para bien. Era prudentemente sencillo imaginar aquel pueblo, aquel rincón geografico, de hace muchos años atrás, cuando sus habitantes vivían ajenos a tanto murmullo mundanal y social fabricado en las ciudades, aquellos perros y gatos de antes tumbados en cualquier parte, aquellos mendrugos de pan con aceite. Aquellas gentes que a buen seguro debían tener otras miradas y rostros, con dolores de espinazo de trabajar de sol a sol, aquellas memorias eran otra cosa; campesinos de los que se abrochaban hasta el último botón del cuello de la blanca camisa,con boina incluida, gentes que se ataban el pantalón con cordeles, menos los domingos, sobre todo para ir a misa; eran otros tiempos y otras inquietudes mentales.
Siguiendo a mis pasos encuentro un poste de luz nuevo, con olor a esa substancia que actúa como de… barniz y que no sé como se llama. El madero está colocado junto a una pared de algo parecido a un almacén, abajo en un rincón anguloso del pavimento, la porquería se acumula sin prisas, trocitos de paja, papeles, colillas, heces de perro medio fosilizadas…
Llego al final de la calle, desemboco ante un mirador natural con una panorámica vista del campo, en toda su extensión el cielo despejado, y una inexpugnable línea horizontal que atrapa, y que me recuerda que solamente hemos de volver a ser canales, llenos de persona y vacíos de personalidad.
De vez en cuando, se suceden pequeñas señales del sol reflejándose en las carrocerías del los vehículos que van pasando por aquella alejada carretera que se aprecia a lo lejos, entre tierras y prados; que me recuerdan a cuando mis padres nos llevaban a pasar el día fuera de la ciudad y que yo agradecía aunque sin saber como o a quien hacerlo.
Sigo hacia la izquierda; todavía no he visto a nadie, ni siquiera un fantasma. A un lado me queda el campo y toda su ordenada libertad y al otro lado, fachadas, unas más cuidadas que otras, algún almacén con la persiana metálica golpeada por el viento cada vez que atiza. En un rincón los restos de una silla de mimbre o de cáñamo -vaya uno a saber- bastante fastidiada. Sigo visualmente la pared… me acerco a un papel enganchado, también algo estropeado, es el anuncio de otra procesión mariana, se trata de una fiesta en algún pueblo cercano, no puedo ver la fecha, ni el lugar…Parece un espectáculo ya caduco, pretérito, alejado del presente. Los coches que van alejándose por aquella carretera, me inspiran tiempos que han ido pasando, como si el ruido fuese un pedazo o fragmento de mí que se fue a no sé donde… Y mirando ese papel abandonado me sigue creando ciertas sensaciones, responsablemente llevadas y gestionadas.
Empiezo a ver el punto de partida del trayecto, a mi lado un contenedor de basuras, apresuradamente salta de su interior un gato, que posiblemente me estaría viendo venir, salta y desaparece corriendo, lo veo desaparecer en medio de un campo cultivado, de una planta que no sé nombrar. Aquel tramo de calle es muy amplio, en medio hay un reducido jardín de Bienvenida al pueblo o de Gracias por visitar este pueblo, en su centro una cruz de cemento y abajo flores de colores. Posiblemente aquella aldea estaría medio desatendida por el ayuntamiento del pueblo al que pertenecería… O quizás no, vaya uno a saber.

Con cierta sensación de desánimo mezclada de alegría me retiro del lugar, no he visto a nadie, ni siquiera a un fantasma de los que existen. Curiosamente he visto gatos, curiosamente el animal de los brujos y de los alquimistas y apóstatas, que como el gato se atrevieron a cuestionar el sistema, y no servir a ningún juego u organización de poder.. Curiosamente gatos, curiosamente animales que no se han dejado engañar ni domesticar, salvo excepciones. Gatos, enigmáticos animales, como si quisieran decirme que yo , que nosotros y nosotras también podemos ser como ellos, pero sin dejar de ser uno o una misma. Viviendo sin etiquetas.
Me alejo del pueblo por la única carretera estrecha, sin saber si volveré. Por un enorme breve espacio de tiempo no he pensado ni en los enfados de mi padre, ni en los juegos de la abuela.
La mente piensa: “La libertad (responsable y consciente) sigue ahí, como una fuente que siempre alimenta. Quizás tengamos que trepar por ella,aunque haya a quien no le interese. Como un gato encaramándose a un árbol para librarse de un perro.
Vaya uno a saber.Aunque haya quien nos programe para pensar de una determinada manera. Vaya uno a saber…

2 comentarios sobre “Anatomia de un detalle”

  1. Espléndida radiografía de un pueblo, de tu presencia en él, de tus reflexiones mientras lo recorres. De circunstancias anteriores a esa presencia reciente…

    A pesar de su longitud, tu relato es ameno, y eso que sólo lo pueblan una persona y los gatos. Y que el silencio, que te ayuda a reflexionar, no se rompe prácticamente en ningún momento.

    Gracias, saludos.

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