Antínoo y el Maldito

Tres.

Si no te queda tiempo, entonces dile, dile que te ayude, dile que si no hace algo, pero dile, rápido, que va a pasar la vieja y ahí qué vas a hacer si no haces nada, si dejas para mañana lo que debiste hacer en mayo del dos mil seis. Dile ahora que está mirando para otro lado, no sea que te de vergüenza si te escruta con esos ojos engañosamente despiertos que tiene y le inventes una mentirilla burda. Dile, pero dile, no te vayas, no te vayas, no te atrevas –bien telenovelesco– a cruzar esa puerta.
– Quédate -. Te dice Bitinio, tranquilo, rascándose amistosamente detrás de la oreja como un trilladísimo perro pulguiento. Y te sientas, claro, porque a él sí que le haces caso, ¿cierto?, y creas el momento propicio para decirle oye, te tengo que decir algo, oye, pero escúchame, dile, si te va a ayudar, dile, dile, que yo sé lo que te digo.

– ¿Serías tan amable de darme un cigarro? -. Imbécil.
– Pero por supuesto, cómo no, con todo gusto -. Se ríe (masca la risa con sus incisivos casi groseramente protagónicos) de tu afectación démodé y te alarga la cajetilla. Tu caballeresca carcajada canta, corre, coquetea, pero dile, aprovecha mientras fuman coloquiales, mientras aún se agradan y no hay estallidos homicidas por parte de ninguno de los dos. – Oye, hueón.
Le alzas una ceja, arqueándola más allá de todo límite físico, y te ríes en serio, de las vísceras, perfumando el ambiente ahumado con tu aliento a menta. Tu risa se lo come. Se pone rojo, amarillo y luego blanco, lamentando, no sabes, no sabes cuánto, lamentando el arrebato amigable, o sea, amistoso, oso, de macho recio y hediondo a cabrío semental.
– Dime, querido -. Tú, pero tú, todo un lord admirando la campiña inglesa en una tarde de té para conmemorar la coronación de Su Majestad. ¿Ves? Si no tiene sentido –yo te digo– que te pase a ti que eres tan encantador, si tus manos, pero míralas, si tus manos flotan por sobre los objetos de la mesa, la taza y la cuchara y el cenicero, si los felinos te maúllan su envidia de reojo cuando pasas, si hasta borracho brillas, deslumbras, encandilas, como cuando un halcón peregrino con plumas llenas de purpurina sobrevuela una calamidad de palomas indigentes. Mira, prueba, sugiéreselo en broma si quieres, a ver qué hace, no más. Te apuesto, te lo doy firmado con sangre y parafernalia, pero no seas tan mamón, mira que me da rabia y te dejo botado, y sin mí qué vas a hacer, si tú no conoces el mundo, si vas a tientas por si acaso, por si la casualidad justo se fuma algo y te pone en las manos una herramienta que al primer o segundo clic te abra majestuosamente las puertas de la Verdad. Con mayúscula.
– Nada -. Prende y apaga el encendedor.
– Bueno.
– Que tengo como un rollo.
¿Y tú? Pero para qué lo miras con esas pupilas amables, enormes, comemundos, como si tú no tuvieras ninguno, claro, ni el más mínimo problema, ¿cierto? Parece –y perdona que te lo diga, pero es que si yo no lo hago nadie más se atreve– que no te lo tomas en serio, que te atornillaron a las costillas esa mierda ebria de nochevieja de que la vida es un carnaval.
– Cuéntame, si gustas -. Cariño, precioso mío, encanto decaído y arcaísmo forzado, ¿necesitas que te subraye que nadie menor de ciento veintitrés años usa actualmente la expresión apolillada que acabas de desempolvar? Liberas al aire un beso ceniciento y Bitinio mira para todos lados, suspicaz, pero el idiota no sabe, risa mefistofélica, no sabe que el único ser maldito, marcado, funesto con que se va a encontrar en (¿toda?) su miserable vida lo tiene sentado al frente con cara de cordero victoriano y caballero degollado, ni sabe que al primer descuido puede perder pie y hundirse para siempre en tus maneras exquisitas.
– No, mira, es que lo que pasa es que no sé, porque me pasa algo súper freak, o sea terriblemente extraño, pero no sé cómo decirlo ni cómo explicarlo en palabras. Tú sabes que no soy bueno hablando.
– No mucho, sí; lo tengo bastante claro.
– Sí, entonces por eso, mejor ahí veo, yo cacho que voy a cancelar la hora con la psicóloga y ahí te cuento, ¿ya?
– Bueno -. Sí, sí, tú sigue buenando, si se ve que no tienes iniciativa y, ¿sabes qué?, yo mejor me siento y me callo, que no quiero ser cómplice, porque yo estoy tratando, que conste en los registros, y eres tú el que no pone de su parte, el que es incapaz de plantearle una insignificante pregunta al más vulgar de los mortales, porque claro, no puedes tolerar que se te estremezca una sola pestaña si eso le deja la más nimia y pasajera mácula a tu figurita flaite de caballero romántico.
– Bacán, entonces nos vemos. Que te vaya bien -. Copy-paste.
– Igualmente a ti, Bitinio.
Sale a tropezones y tú, nefasto, empujas a través de tu augusta garganta las últimas gotas de espresso. Ándate también, si quieres, si estás cansado y arrepentido, ándate a morder remordimientos, y agradece a los dioses o al Destino que se te haya puesto en el camino un alma caritativa como la mía, dispuesta a torcer cualquier designio con tal de que tus labios fidiáticos sigan perfilándose a contraluz por la eternidad. Ándate, te digo, y no es en sentido figurado. Cuando lo siga y te lo consiga podrás venir a besarme los pasos haciendo exquisitas florituras con tu sombrero de copa, así que mejor anda ensayando.
Camina y tú, siempre apetecible, desafías mi mandato degustando sin moverte otro café. Sabes que no importa, que a los benjamines mimados se les perdona todo, en especial si son, como tú, capaces de disculparse con una sonrisita de preescolar, un beso de puta y un discurso de protantagonista wildeano. Si me desarmas. Hasta me da un poco de asco, y lo admito no sin cierto pudor, abandonarte en una esquina putrefacta para seguirle los pasos a este nadie que gasta en cada inspiración un oxígeno que es tuyo, y corre para alcanzar la micro como si su existencia tuviera alguna función más allá de lo meramente decorativo.
No sé si quieres enterarte, pero como no eres tú el que decide, te indico la incertidumbre sólo porque a veces me contagias tu cáustica cortesía, así que, como decía, no sé si quieres enterarte de que el insecto, alfilereado a unos Levi’s, pasa tres cuartos de la noche haciendo como que tiene algo que hacer en el departamento que comparte con esa ecologista furiosa, ¿te acuerdas?, la que quema sus comidas enlatadas y sus desodorantes en spray al menos una vez al mes. Se retuerce sobre el colchón (me aburro) fingiendo insomnio hasta que la gotera del baño se cansa de hacerle añuñús soporíferos. Me llega a dar pena el pobre, que se rasca hasta la saciedad esa barba mal afeitada y retuerce las sábanas agotado por la ignorancia. Ya va a saber, te digo, y a acceder. Es cuestión de tiempo y carisma, que me sobran y se desbordan y se me caen chorreantes por debajo de las uñas cuando me distraigo, aunque últimamente ni tiempo para el déficit atencional tengo, porque me consumes egoísta, y no es por sacártelo en cara, pero en serio, a veces siento que me tragas de a pedazos mientras parpadeas impasible bajo tu ampolleta pelada de 50 watts.

Dos.

– Quédate -. Gruñe, cuando ya tienes una pierna y media voluntad dentro del taxi sucio, cerdo, cochino, marrano y marrasquino. Ya te conté que siempre quise ser poeta, cuando ni para hombre me dio. – No te vas hasta que me expliques qué onda esta hueá.
– No puedo, Bitinio. Me tendrás que disculpar.
Y se queda babeando improperios a tu nuca incandescente, y te conchatumadrea de camino a la farmacia donde compra, contando de una en una las monedas, su última navaja de afeitar. Mira, no te hagas el preocupado, que ya me dejaste a mí el papel secundario y el de tramoya, y mejor aprovecha, en serio, te lo digo sin resentimientos, anda a enamorarte de los perros que copulan en la plaza o de ese silbido que dibuja la gruta del rey de la montaña por detrás de una escalera de caracol. No hagas preguntas para que no tenga que mentirte, creo que leí alguna vez, o que leíste tú, da lo mismo, el punto es que no me hinches las pelotas mientras hago todo lo que está en mis tentáculos satinados para salvarte de ese hoyo oso hormiguero que te quiere tragar y no termina –te lo juro; experiencia propia– en ninguna parte. Él también sabe, si no es tan hortalizo como parece, si se hace el huevón porque es más fácil y más barato, pero igual sabe o intuye, se le queda tu esencia alucinógena pegada al paladar, y no puede evitar, me río, como si alguien pudiera, no puede evitar que tu sombra agridulce lo siga por las escaleras mecánicas azotando el acero inoxidable con su bastón-estoque de puño plateado y cabeza de león. Se le ve en las clavículas, en la forma de sostenerse el cuello como si esperase que al segundo siguiente una guadaña plateada lo cruzara apasionadamente, pero aunque la idea no deje de resultar tentadora, me domino, ya sabes, siempre he sido un gentleman de las pestañas hacia fuera. Le parpadeo en la nuca y en las flacuchentas pantorrillas, lo sigo y lo sigo. El gato nos recibe a su puerta con deferencia y ronronea encantado –quién no– cuando me huele entrar. Bitinio rasguña la despensa, toma el teléfono, no llama a la psicóloga, trata de dormir a las cinco de la tarde, me mira las entrañas durante un cuarto de hora, creo, o un poco más, hasta que me acurruco sobre su velador, acostándome cucharita con la navaja. Aparta la vista. No sé qué más decir.

Uno.

Puta que eres cobarde. En serio, pero mírame cuando te hablo, en serio eres la criatura más repugnantemente mamona que haya visto nunca, y eso que tengo experiencia, como tú, más que tú, más real y honesta que tú, porque yo sí me atrevo a meter los pies en el barro cuando tengo que, aunque más de una vez me equivoque y termine apestando a mierda. Ya, ahora vas a llorar, a ver, llora, pero dale, si eres tan sensible, todo un dandi con corazón de ruiseñor, ¿o no? Por eso te escapas, porque no aguantas el miedo, el miedo ni la culpa, ¿o te vas a hacer el huevón?, si tú tienes la culpa. Yo soy solamente un medio, mero servidor de Su Señoría, arrugado a tus pies como una prenda fuera de temporada, así que mejor te afirmas bien las pelotas, porque ahora te toca dar esa preciosa carita tuya.
– Quédate -. Implora Bitinio, muerto, medio muerto, pudriéndose encima del sillón. Y tú, que estás reservado para planes gloriosos, marcado por un destino superior al de los demás mortales, te saltas olímpicamente la cortesía y abandonas, con un gruñido de bisagras a tu espalda. Nunca más. Ja. Siempre has sido un gran actor, siempre, siempre más; no seas mentiroso, oye, mejor ten cuidado, que me pones en peligro ese exquisito perfil a lo Botticelli. Lo dejas pestilente y sales aguantándote la respiración. Él le llora a la navaja trepadora, amazona, amazónica, que se balancea sobre su pulgar no importa cómo, y sabe. Sabe que no tienes más tiempo, y que si no te suma el suyo te vas a desvanecer en un éter pasado a coliflor hervida. Arcada. ¿Y tú? Te ves ridículo corriendo, encanto, aunque te hayas salvando, aunque hayas llegado enseguida, te juro, las mejillas a lo Heidi no son lo tuyo, y menos cuando ese deplorable estado físico que tienes te deja tirado con los ojos salidos sobre el colchón. Tú sobre el colchón, digo, no los ojos.
Bitinio empaña la ventana con su jadeo agrio de fin de semana. No ha querido tocar su cepillo de dientes desde que lo usé por error, una vez, no más, como si fuera tan terrible, sobre todo cuando mi dieta se limita a puros crisantemos con aceite de palta, que por lo demás tiene un millón de ventajas que ni el de oliva, imagínate, para que veas los adelantos de la ciencia. Se mira, se tose, te mira, se tose, me ausculto manualmente la garganta por si me contagió, pero nada, y se sigue mirando en la lírica puesta de sol naranja con violeta y con un poco de rosado; bien fleto el espectáculo, te diré.
A ti se te para por fin el corazón (o sea, se te calma, perdona por asustarte), y mira que ya era hora, no es cosa de andar desperdiciando latidos, y es que tú nunca consideras imponderables, ya sé, pero imagínate si llegaran a no calzar, si el buey blanco se pone melodramático y nostálgico con la despedida, y tú despilfarras antes de tiempo, si fatigas el material. Domínense los dos, ¿ya? Se pone la mano en la mejilla y tú en los pantalones. No seas cochino, Bitinio, digo, se me traspapelaron los nombres, no seas cochino, amor mío, ten un poco de respeto, por fa, que no es momento de ponernos hormonales. Ahora, claro, si invitas ya lo estaría reconsiderando, aunque mucha cara de querer compartir no tienes, noto.
La navaja lo toca, más bien él se toca con la navaja, los labios y las cejas, los párpados lívidos. El gato, pobrecito, lo escruta asustado; venga, gordo, no mire esas cosas feas que son para mayores de catorce. A ver, cómo te lo ilustro, ¿has visto alguna vez el noveno minuto del Trino del Diablo? O en su defecto escuchado, como sea. Más o menos así, hasta más frenético, incluso, pero por encimita, no más, no te urjas. A ver, parece que llora, aunque no veo mucho, en realidad, si ya sabes que soy asquiento y que hace seis meses me diagnosticaron colon irritable. Pero ya, pues, quédate quieto y no seas pendejo, que me desconcentro, ponte serio, que me pierdo, no te rías, que me duele la cabeza, no me enarques la ceja, que me caliento, y Bitinio tira sin fuerza la navaja ensangrentada por la ventana. Su cara tajeada queda plasmada un solo instante en la retina del gato antes de transformarse, lenta, en la tuya. No te molestes en ir a cerrar las llaves del baño, que nos vamos a ahogar igual.

Amédée

2 comentarios sobre “Antínoo y el Maldito”

  1. Muy interesante y original. Me gustó la manera narrativa de esa lucha de los persoanjes por ser y no ser. Muy bien trazado el drama. Tiene consistencia narrativa. A mí me gustó mucho esa tensión que muestra el texto entre las personalidades de los portagonistas del cuento. Una lucha interna por ser. Muy buena tu llegada Amédée.

  2. Siempre es estimulante recibir algún tipo de comentario, es una especie de constancia de que una persona realmente se interesó tanto por lo que uno ha hecho como para no sólo ocupar tiempo en leerlo, sino hasta molestarse en alimentarnos un poco. Me enredé, je. En fin, a lo que iba es a que, si bien cualquier comentario es estimulante, uno como el de usted, pensado, sentido y contenido, con contenido, es una delicia. Se agradece.
    Al respecto, es verdad aquello de la tensión, el texto completo es una lucha llena de altibajos. Al fin, lo que es dentro se traduce en ser fuera, en el mundo.
    Gracias por la grata bienvenida.

    Amédée

Deja una respuesta