José
“Afortunadamente no he tenido por fin que ir al Frente. Van chicos de mi edad, diecisiete años, pero me he librado por enfermedad. Una antigua dolencia de oído, secuela de una enfermedad infantil mal curada, me ha producido una tremenda infección que me ha hecho estar ingresado meses en un hospital.”
Antonio
“Me han asignado la vigilancia nocturna de un colegio de monjas. Me paso la noche dando vueltas por el jardín, con el fusil presto, para evitar que prendan fuego al convento. Paso muchísimo miedo, sobre todo cuando sopla un viento fuerte porque me parece que detrás de cada árbol, de cada arbusto, hay alguien que viene a sorprendernos.”
Juana
“Cada noche nos acostamos, mi hermana y yo, con la bata al alcance de la mano, aunque haga un calor sofocante. Por si tenemos que bajar corriendo a la cueva de la casa si hay aviso de bombardeo. Si eso ocurre, nos pasamos la noche sin dormir, hablando con todos los vecinos del edificio. Son como familia para nosotros. Gracias a la cueva no tenemos que irnos al Metro.”
Isidora
“En cuanto veo que en alguna tienda hay cola en la calle me agrego, porque con toda seguridad es para conseguir algo de comida. No probamos la fruta ni la verdura, los niños más pequeños ni siquiera puede decirse que la conozcan. No comemos otra cosa que lentejas.”
Felipe
“Como consecuencia de mi dolencia de cadera y de la falta de nutrición, se me ha declarado una tuberculosis ósea. Tengo muchos dolores y veo pasar los días desde mi cama, escuchando los bombardeos. Los obuses caen muy cerca, quizá uno de ellos acabe con mi vida y mi sufrimiento.”
Muy interesantes vivencias, si no son reales, al menos lo parecen.
Quizás estas vivencias necesitaran un poco más de elaboración, un contexto que nos presente estas vivencias y nos situen en los años de la guerra civil. El porqué de estas vivencias y que les lleva a la gente a contarlas.
Son, como decía en el título, apuntes de lo que escuché decir a miembros de mi familia cuando era pequeña. Los nombres son auténticos, como lo son las vivencias. Me crié oyéndoselas contar.
Que las contaran los que vivieron aquella época a mí me ha parecido siempre natural. Sobre todo porque, afortunadamente, pudieron contarlo. Y porque nadie de la familia murió en la guerra.
Sé que en los pueblos y ciudades pequeñas lo pasaron muy mal, quizá peor que en Madrid. Aquí, entre bombardeos (también en Madrid bombardeó la División Cóndor) y el hambre, ya tenían bastante. Mi abuelo tostaba las peladuras de las patatas para fumárselas. Mi abuela decía que bajaran todos a la cueva que ella se quedaba a cuidar las lentejas para que no se pegaran. La casa en que vivían estaba justo detrás de la Telefónica, que era el punto de referencia, como edificio más alto de la época, para las baterías emplazadas en la Ciudad Universitaria.
Vibrantes vivencias que me contaba mi abuela. Mi abuela Rufina regentaba la churrería de mi abuelo Bonifacio en la ciudad de Cuenca. Muchas veces, con los pedidos de churros en la cesta, tenía que salir corriendo ante el sonido de las sirenas que anunciaban bombardeo sobre la ciudad. !Cuántas cosas podrían contarnos los que murieron!.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Después de haber escuchado tantos relatos sobre las bombas, ví hará un año o dos “Noticias de una guerra”.
No pude menos de acongojarme cuando salían disparando los cañones del frente en la Universitaria, porque yo sabía que esas bombas iban destinadas a la Telefónica y por ende a mi familia. Lo sabía, setenta años después, pero era como si estuviese viviendo el momento.