Se establece un diálogo distante entre la obra creada y el autor. Crear supone una configuración de elementos materiales, que agrupados, se distancia del Blanco, o de la textura, o del soporte, hacia algún lugar y en algún lugar, la Presencia de lo factual se genera.
He buscado siempre esas limitaciones de la realidad: los soportes, el esqueleto oculto que genera corporeidad y color al proceso de crear. No valoro el hecho desde ninguna perspectiva estética, porque trato de traducir un elemental juego de impulsos y generaciones de sugerencias “de mancha/color/línea”.
La figura se me antoja un obligado acercamiento a la realidad imitable, aunque sea desde la abstracción, desde un puzzle/neo cubista, que añada soportes geométricos a la arquitectura final de lo FIGURATIVO.
Alejarse es entrar en la Distancia real, la que te descubre como manipulador de tus propios colores y de las sensaciones. Detrás de quienes observan tus “soportes plásticos”, se encuentra la dimensión polimorfa de los “sentires”. Ver, no implica, sino un primer paso, porque sin el Autor, la obra te mira a ti, te lleva hacia sus entrañas, te descarga todas las ansiedades ocultas y el gran misterio de su “generación”. Por eso la creación artística, hasta la más desmembrada se debate entre su propia búsqueda de la identidad formal/abstraccionista/degradada y degradante.
Las obras de Bouguerearu son cárceles de su propia percepción. Nada puede escapar de ellas sin dejar el lienzo en blanco. No supo administrar su distancia respetuosa con la inmensa generación de verismos. Bacon quedó atrapado en el interior de su propia estructura, de su desorganización, del organicismo conceptual en el que bebía de sus propias “urgencias” Bacon sale a vomitar la organicidad extrema de sus generaciones. Atrapado en su propio concepto ininterpretable, es como un concierto roto de persistencias en lo humano sin otra búsqueda que la materia como “tacto”.
En muchas ocasiones se ha comentado sobre mi obra, que su precio es una transgresión contra el derecho de los artistas a vivir de su Arte. Transgredí desde mi distancia, porque mi deseo no consiste en merecer un justo premio y conocer al poseedor de cualquiera de mis creaciones. La obra se emancipa y se pierde entre vidas y existencias ajenas a la mía, y lo son para siempre.
Recuerdo a Rafael Ruiz Balerdi, regalar uno de sus trabajos a tiza a un niño que miraba extasiado el movimiento de manos. Él regalo fue un claro ejemplo de distanciamiento generoso, de entega del hecho fascinador, y nunca un intercambio compensador del deseo del otro.
(Conferencia del Prof. Francisco Ruiz)