Aquellos días…

Aquellos días apenas podíamos permitirnos una mirada de complicidad, hasta que caía la noche y hacía acto de presencia el deseo del beso y entonces entrelazábamos la boca en el laberinto de las horas. Con un gesto aprendido entre los sueños, nos tomábamos las manos y acariciábamos los rostros con la ansiedad anidada en el corazón. Aquellos días estábamos como hipnotizados por el tono veleidoso de los sentires y no teníamos preferencias concretas de lugar. Todo lugar era una faceta singular para mirarnos a los ojos. Aquellos días no eran iguales a los otros sino que la alegría nos invadía de risas espontáneas, Aquellos días supimos que estábamos enamorados.

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